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La energía cómica de Raúl Cimas, el humorista del momento

Berto Romero, Pepe Colubi y Pepón Montero, creador de ‘Poquita fe’, tratan de descifrar a un humorista grande en un año excepcional

Patricia Gosálvez

“Explicado, pierde”, dice Pepe Colubi. “Tratar de definir el humor de Raúl Cimas es como apretar un puñado de arena”. Su amigo y compañero en Ilustres ignorantes cree que “Raúl no es para analizarlo, es para disfrutarlo”. Berto Romero, que ha coincidido con Cimas en varios programas de Andreu Buenafuente y del entorno de El Terrat, tampoco se ve capaz de “teorizar” sobre el cómico; para definir la vis del de Albacete prefiere subrayar que “tiene una personalidad tan apabullante que puedes imitarle”. “No es tontería”, dice, “me recuerda a los grandes actores de carácter de los setenta, José Luis López Vázquez, Manolo Gómez Bur, Manuel Alexandre…”. Procede a imitar por teléfono la voz nasal y aguda del cómico (ojo, nivel deep fake): “¡Me he especializado, es la única persona a la que sé imitar, es tan peculiar que a veces pienso que él mismo se imita… De todas formas, la voz es divertida pero anecdótica, lo alucinante de Cimas es el filtro con el que ve el mundo”. Es decir, se puede copiar su timbre y su tono, pero lo que hace a Cimas “inimitable”, apunta Colubi por correo electrónico, “es la perfecta simbiosis entre contenido y entrega (lo que los esnobs llaman delivery)”: “Juega con las palabras, retuerce los pensamientos y ensancha las situaciones, pero transmite sus ideas con ritmo y cadencia. Es música”.

Raúl Cimas, de 49 años, empezó en la comedia un poco por casualidad mientras estudiaba Bellas Artes en Cuenca. Junto a su grupo de amigos de la universidad —Joaquín Reyes, Ernesto Sevilla, Julián López, Carlos Areces, Pablo Chiapella, Aníbal Gómez…— hizo la revolución manchega del humor patrio de principios de los dos mil en La hora chanante y Muchachada nui. Ha hecho monólogos, teatro, publicidad, cine, cortometrajes y mucha televisión, y todo sin dejar los pinceles: sus cómics están reunidos en un grueso volumen titulado Mamotreto (Blackie Books, 2020), en cuyas primeras viñetas conversa desnudo con un yogur de piña sobre lo pesada que es la gente. Aunque nunca ha parado, este año ha estado especialmente garrapiñado: colabora con Futuro imperfecto (el programa que Andreu Buenafuente estrenó el pasado mes de mayo en La 1); ha suplido la baja de Javier Cansado, “el bueno de Ilustres ignorantes” (según lo que el propio Cimas dijo ante sus nuevos compañeros); es un invitado recurrente en La revuelta de Broncano (el actual termómetro de molar); y estrenó en septiembre la segunda temporada de Poquita fe (Movistar Plus+), la serie que, en episodios de 15 minutos y con dos perdedores como protagonistas, ha enamorado a España.

“Yo nunca me he sentido tan querido como con esta serie”, dice Pepón Montero, creador de Poquita fe junto a Juan Maidagán. “Y es gracias a Raúl y Esperanza [Pedreño, la actriz coprotagonista], que han hecho a los personajes mucho más queribles de lo que eran en el guion”. La primera temporada dejaba a la pareja formada por José Ramón y Berta al borde de la separación: “La gente nos pedía por la calle que por favor no se separasen, nunca me había pasado”, cuenta el director por teléfono. “Por absurdo que parezca, Raúl aporta a José Ramón la ternura”, dice Montero. “Es alucinante el cariño que despierta entre el público, como un oso bueno”.

Berto Romero también recurre a lo que los esnobs llamarían símil úrsido: “Es un oso de las nieves muy gracioso, pero a la vez amenazador, una clara combinación ganadora. Juega muy bien con el gran patrimonio de la comedia, crear tensión para luego romperla, en eso es un superdotado”.

Los tres Reyes Magos que le han salido al humorista se ríen solo recordando algunos de sus sketches míticos. A Montero se le quedó grabado el gag del autor teatral fracasado Francisco, alias Philip Max (interpretado por Cimas con pelucón pelirrojo y fular), que hacía una función infantil sobre el 23-F en su antiguo colegio del pueblo y le gritaba a un niño: “¡Cuando entras por esa puerta eres Tejero, ya no eres Borja!”, antes de decirle que para ser actor estaba gordo. A Berto Romero la primera vez que le “robó el corazón” Cimas fue metiéndose en la apocada camisa de manga corta del aparejador que cantaba en Muchachada nui un pocho tema tecno: “No hay tiempo para el amor, me lo monto con escuadra y cartabón”. Colubi se declara “muy fan” de Jaime Walter en Museo Coconut (también con pelazo y fular) o del policía en la película Los del túnel, pero admite que José Ramón de Poquita fe, por cuya interpretación el actor ha estado nominado a los Premios Feroz y José María Forqué, es su “punto débil”.

Apretándolos para que analicen la fórmula de la comicidad de Cimas, el trío destaca su capacidad para mezclar registros: el costumbrismo con lo absurdo, lo surrealista con lo cercano. “Es heredero de José Luis Cuerda, que, claro, se enamoró de él”, dice Berto Romero recordando que, cuando ambos trabajaron con el director en la película Tiempo después, siempre le daba más líneas que a los demás. “Pero también tiene un pie en los Monty Python”, continúa el colaborador de Buenafuente, “juega con el humor de pueblo y de barrio, es castizo, inventa historias, hace chistes, mete juegos de palabras… No le hace ascos a nada, y todo sin ponerse sofisticado, quedándose en lo cotidiano”. La clave para conseguirlo, para resultar cercano y conectar, es, según Colubi, su capacidad de observación de lo que le rodea: “Siempre tiene el radar en funcionamiento, y luego reviste de sencillez los alambiques cuánticos del observacionismo. Hace añicos lo cotidiano para reconstruirlo a su manera, y nos invita a desentrañar el absurdo que habita cada gramo de nuestro ser”.

Raúl Cimas ha dicho muchas veces que no le gusta dar entrevistas, en parte porque en sus apariciones televisivas sin disfraz, cuando habla con Buenafuente, Broncano o Javier Coronas de su infancia, sus suegros y su prima Tere, o cuando lanza opiniones temerarias, transita entre realidad y ficción; nunca sabes cuánto de lo que cuenta, ni de cómo lo cuenta, es guasa y cuánto verdad, una charla solo en serio destriparía la magia. “Porque, como todos los buenos comediantes, el humor de Cimas es muy personal”, dice Pepón Montero. “La comedia interesante es siempre de autor, de alguien con un punto de vista diferente, y Raúl ha ido perfeccionando el suyo con el tiempo, lo tiene muy pulido, se lo curra mucho, claro, pero además tiene una cabeza que va a mil por hora”.

“El secreto es su indisolubilidad entre texto y discurso”, resume Colubi, “es tan agudo en persona como delante de un micrófono”. Berto Romero coincide en el diagnóstico y confiesa que es una de las personas que más le hacen reír, aunque no quiera, “en escena y fuera de ella”. “Para Cimas, dos personas ya es un público”, ríe el cómico. “Y es un sádico, si te ve reír, te aprieta hasta que te caigas por el suelo de la risa, tiene una energía cómica inagotable. Yo carezco de ella, necesito apagar. Pero él puede quedarse siempre ahí, en esa energía agresiva y a la vez tierna de su comedia”.

CRÉDITOS

Asistentes de fotografía  Andrea Petrazzi y Juanma Ferreira.
Maquillaje y peluquería  José Luis Ruzafa (Ana Prado Management) para Sisley París Official.
Estilismo de la foto principal Raúl Cimas lleva un jersey de punto de Tommy Hilfiger.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.
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