José Luis López Vázquez, entre la revolera alocada y la precisión interpretativa matemática
El documental ‘¡Qué disparate!’, guiado por el hijo del actor, recorre en el centenario de su nacimiento la vida y la obra del protagonista de ‘Mi querida señorita’, ‘Atraco a las tres’, ‘Mi prima Angélica’ y del cine de Berlanga
Hace muchos años, a José Luis López Vázquez su hijo le planteó la posibilidad de hacer un documental sobre su figura, y el actor le respondió con una expresión que usaba en numerosas ocasiones: “¡Qué disparate!”. Así, con la justificación de su título, y con una aguda reflexión subterránea sobre el talento del actor (porque pudiera parecer casi un disparate tanto talento en una persona tanto para la comedia como el drama), arranca el documental homónimo de Roberto J. Oltra auspiciado y guiado por José Luis López Magerus, primogénito del protagonista del cine de Berlanga, de grandes filmes de Saura, de la obra maestra de Forqué, del género de turistada y suecas, de las mejores comedias con Gracita Morales, el tipo al que George Cukor se quiso llevar a Hollywood... En definitiva, un repaso que puede verse ahora en Movistar Plus+ a la vida y a la obra del intérprete, de quien en este 2022 se ha celebrado el centenario de su nacimiento, un cineasta (porque es innegable el sello de autoría que dejó en las películas) al que Berlanga llamó “el artista de la revolera” y José Sacristán define en pantalla, impresionado por su mirada y sus composiciones, como “el puñetero del López”.
El empeño de ¡Qué disparate! nace del amor de un hijo por su padre, un hombre ausente y volcado en su trabajo de manera febril. Aunque el actor confiesa en una entrevista tardía que su deseo hubiera sido tener una familia casi de por vida, asentada, la realidad —o él mismo— le llevó por otros caminos, y en su vida tuvo varias parejas y amores. López Magerus ha devenido en interlocutor de su padre, en guardián de sus recuerdos y sus trabajos por amor, no porque su padre se lo contara. El intérprete nunca se prodigó en grandes charlas ni confesiones con su vástago; este, en cambio, describe con admirable y loable destreza recuerdos e historietas del mito del cine español.
En pantalla, el material familiar luce en las charlas de López Magerus con José Sacristán, que emanan intimidad y respeto ante el objeto de la conversación, como cuando leen una declaración de intenciones que dejó escrita el retratado, sin caer en la lágrima fácil. Por ello, el documental sirve tanto “para conocerle un poco mejor”, apunta una de sus hijas, como para retratar a “un desgraciado”, según autodefinición del dueño de “una de las miradas más impresionantes que haya podido registrar una cámara”, según el afortunado comentario de Sacristán.
López Vázquez fue singular en innumerables aspectos. Como, por ejemplo, en sus maletas. Su hijo recuerda que siempre viajaba con un exprimidor de plástico para hacerse su zumo matinal, un San Pancracio y una resistencia para calentar en un vaso agua para sus tés. Probable eco de sus orígenes humildes. Su madre, modista en Madrid, decidió no casarse con el padre de su hijo para no acompañarle a su destino como funcionario: la cárcel de Teruel. Por eso López Vázquez es producto de su madre, una mujer aficionada al cine, al que asistían juntos. Fernando Méndez-Leite, crítico y presidente de la Academia española de cine, subraya su asombrosa capacidad de trabajo, su enorme cambio de registro y las raíces de su estilo en el cine mudo. Durante la Guerra Civil, en la madrileña Gran Vía se mantuvo en cartel Una noche en la ópera, y López Vázquez la vio en innumerables ocasiones, convirtiéndose en fiel creyente de la iglesia de Groucho Marx.
Puede que de Groucho Marx —a quien en pantalla homenajeó en diversas ocasiones, como en los jueguecitos que se trae con la bufanda en Atraco a las tres, y de forma más explícita en Operación Mata-Hari— heredara esa pasión por el bigote que apareció y desapareció a lo largo de su carrera. Incluso, algo que Luis García Berlanga definió como característico de López Vázquez, la revolera con la que acababa sus secuencias en el cine, ese detalle taurino de adorno final, de lacito al regalo, que también ejercía Marx.
López Vázquez es creación de varias personas y de sí mismo. Obviamente, si tuvo éxito fue por su talento y por su ansia por trabajar (era capaz de rodar a la vez una peli, una serie y hacer teatro, y esa labor simultánea no reduce su magia, como puede verse en Plácido, que rodó en Manresa mientras que en Barcelona, por las noches, filmaba Cuidado con las personas formales), pero en su carrera de figurinista (dibujaba excepcionalmente bien) y de ayudante de dirección se cruzaron, primero, Enrique Herreros, que le pidió que sustituyera a un extra en María Fernanda, la jerezana (1947), donde tiene sus primeros ocho segundos de gloria; y después, metido ya en la Compañía de Teatro Clásico, Alberto Closas (que le apoyó en el teatro), Rafael Azcona (que entendió que a través de él podía contar la condición humana española, y que fue quien se lo recomendó a Carlos Saura, tras años de trabajos con Berlanga) y Luis García Berlanga, de quien devino en actor fetiche y con el que hizo 11 películas. De todo ello habla ¡Qué disparate!, que encuentra sus instantes más inspiradores en los momentos de amor de su hijo, López Magerus, y en el numeroso material del archivo familiar.
A López Vázquez le tocaron en pantalla frases míticas del cine español, como “Fernando Galindo, un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo”, o “Soy el hijo de Quintanilla, el de las serrerías”, y con todo, su gran arma fue su mirada. En el cine de Saura (sobre todo en El jardín de las delicias); en Mi querida señorita, de Jaime de Armiñán; en El bosque del lobo y No es bueno que el hombre esté solo, ambas de Pedro Olea; en La cabina, de Antonio Mercero, sus miradas construyen universos. “Tenía un don, pero no lo sistematizaba ni explicaba”, dicen. Y eso enamoró a George Cukor tras tenerle en Viajes con mi tía se lo quiso llevar a Hollywood. “Se reunió con un comité de Metro Goldwyn Mayer, que le puso delante un cheque en blanco. Mi padre se asustó, se definía como ‘perezoso idiomático’. Se volvió, aunque le quedó la amistad con Cukor”, recuerda López Magerus. Al fin y al cabo, él era 100% español. Como Luis Alegre apunta: “Llevaba en su mirada la tragicomedia esperpéntica de España”.
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