Rafael Azcona, el guionista que leyó el alma de España viajando en autobús
Una década después de su muerte, compañeros y amigos recuerdan en la Academia de Cine al escritor de 'El pisito', 'Plácido', 'Belle Époque', 'El bosque animado' o 'La vaquilla'
Su muerte no se hizo pública hasta que ya había sido incinerado, y bien incinerado, que apostillaría él. Hace ya una década del fallecimiento del mejor guionista que haya tenido el cine español, Rafael Azcona (Logroño, 1926 - Madrid, 2008) y ayer un grupo de amigos se reunió al amparo de la Academia de Cine para recordarle antes de una proyección de Plácido.
Entre ese grupo estaban, además de responsables de la institución como el presidente en funciones Mariano Barroso y el director general, Joan Álvarez, compañeros y gente del cine como Fernando y David Trueba, Antonio Giménez-Rico, Ricardo Steinberg, Juan Diego, José Luis García Sánchez, Azucena Rodríguez, José Luis Cuerda, Fernando Bovaira, Pedro Olea, Manuel Vicent, Jordi Socias, Carlos Saura, Álvaro de Luna, Juan Estelrich o Juan Echanove. Muchos de ellos se levantaron para componer un extraño panegírico, repleto de detalles y contradicciones, a la altura del retratado, el mago del costumbrismo Rafael Azcona, el hombre que estuvo detrás de la escritura de las escopetas nacionales, Plácido, El verdugo, El cochecito, El pisito, Belle Époque, Un hombre llamado Flor de Otoño, La lengua de las mariposas, La vaquilla, El bosque animado, ¡Ay, Carmela!, Ana y los lobos, Tamaño natural... Y solo por nombrar algunas de sus películas. Entre el público estaba su viuda, Susan Youdelman, llegada de Estados Unidos. Y en el escenario un cartel de Plácido sobre un montón de películas: el altar de los feligreses del azconismo.
"A Azcona no le hubiera gustado un acto como este. Qué bien resbalan los elogios sobre la piel resbaladiza de los muertos", apuntó Vicent. Puede que como apuntaran varios de los presentes, los elogios deben de hacerse en vida, pero efectivamente Azcona -tímido patológico, hombre que justificaba su escasa vida pública en que la primera vez que fue a recoger un premio en Italia lo pasó tan mal que caló de su sudor una chaqueta y decidió no sufrir más ese escarnio- nunca hubiera ido a escucharlos.
Mariano Barroso recordó que un guionista es siempre el desconocido del cine, pero que Azcona superó ese anonimato. "Su legado es inagotable. Necesitamos su ironía en nuestras películas". Joan Álvarez apuntó: "Azcona leía el alma del país viajando en autobús". Fernando Trueba leyó cuatro de sus poemas (con versos como "No hay cojones, nos moriremos sin saber el nombre de las cosas, o sea, sin entenderlas", y un email del logroñés en el que en la posdata definía la nada: "Ah, la nada, esa cosa inmensa henchida de galaxias y de sueños”. Cuerda lloró, se flageló por ser tan flojo al llorar ahora todos los días, y recordó cómo eran los guiones del homenajeado ("como embutidos"), y su definición de su profesión: "Somos las putas, dejamos satisfechos a los clientes".
García Sánchez, uno de sus mejores amigos, se levantó, soltó un "coño, qué mayores estáis", y solo quiso incidir en la obra azconiana: "Fue uno de los más importantes literatos dramáticos en lengua española de la segunda mitad del siglo XX. Y merece estar en los libros de texto con todas sus consecuencias. Cuidemos su obra". Sobre ese tesoro Antonio Giménez-Rico apuntó el talento de Azcona como "constructor de historias". O como contó Pedro Olea: "Tenía que gustarle la historia, y si no, no la hacía. Sus guiones eran sinfonías".
Carlos Saura llevó el discurso a otro terreno: " No es tan fácil hablar de Rafael, porque era muy complejo. Era muy sentido y profundo". Recordó a su primer maestro: "Sin Marco Ferreri no hubiera sido quien fue". Y resumió: "A mí me pareció tan costumbrista como creativo, un narrador extraordinario". Bernardo Pérez Salas, estuidoso de su obra, contó: "Escribió sobre las paradojas que saboteaban la vida. Me acuerdo de su sonrisa, entre infantil y trágica". Y recordó una de las pocas apariciones de Azcona en la gran pantalla: "En El pisito aparece como figurante en la Casa de ferias del Retiro, delante de los osos, como si se lo pudieran comer a él y a José Luis López Vázquez". Por ahí, por su imagen, Vicent recordó sus zapatos, "rudos como de andar en barro, preparados para no pisar mierdas ni meterse en charcos inútiles".
Tras leerse textos de Juan Cruz y Tina Sáinz (unas palabras emocionantes, en las que recordó como de niña Azcona le leyó un texto en el que le descubrió el color de lo cotidiano), y echar de menos a Manuel Gutiérrez Aragón, a Ángel Sánchez Harguindey y a Lola Salvador, David Trueba remató: "Yo fui a la Universidad de Rafael Azcona. Era el discrepador perfecto. En su vida se quitó trascendencia, porque solía decir: 'Las películas son de los directores, lo que no entiendo es porque lo repiten tanto esos directores'. Nunca quiso dedicarse al cine, y por eso llegó tan lejos". Y cerró el acto con la resolución del problema que tantos siglos ha ocupado a la humanidad. "Un día me avisó, y me dijo que me iba a confesar el sentido de la vida. Y ese era desayunar".
El urdidor de espacios
El acto sirvió también para presentar un libro sobre Azcona escrito por Julia Sabina. En realidad, es el desarrollo de su tesis doctoral para la Universidad de la Sorbona (como subrayó David Trueba, tienen que venir de fuera para destacar lo bueno que era Azcona). La autora describió su labor de guionista como creador de espacios y personajes: "Sus protagonistas suelen llevar un gran peso físico. Literalmente, como una estrella de Navidad o el aparataje de un verdugo. Sus acciones se desarrollan en espacios que mezclan lo privado y lo público, en los que no existe intimidad". En cuanto al cruce de diálogos y acciones en sus libretos, Sabina ahondó: "Impresiona ver cómo construía muchas acciones que se celebraban al mismo tiempo. Y fue un maestro del dominio del espacio".
Babelia
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