Dame algo que me devuelva la fe en la humanidad: buscando refugio en las ‘burbujas amables’ culturales
Cuando la tensión geopolítica y la ansiedad marcan la actualidad informativa, ¿con qué nos distraemos para recuperar la confianza en el presente?

Para qué premiar otra distopía apocalíptica cuando lo que urge es recuperar la esperanza en la humanidad. Eso debió pensar el jurado del último premio Booker, el más importante de las letras inglesas, al decidir por unanimidad que el libro del año debía ser Orbital, de Samantha Harvey, una “pequeña, bella y ambiciosa” carta de amor a la Tierra a través del monólogo interior de seis astronautas desde la Estación Espacial Internacional. “Estábamos decididos a encontrar un libro que nos conmoviera, que nos sintiéramos obligados a compartir”, expresó el presidente del jurado, el artista Edmund de Waal, al anunciar el triunfo de esta delicada novela que transcurre durante 24 horas de varios astronautas que reflexionan, cada uno a su manera, sobre el sentido de la existencia mientras observan 16 amaneceres y 16 atardeceres en la órbita por la que se desplazan a 27.000 kilómetros por hora.
El Booker ha premiado una novela íntima expuesta al vacío cósmico, un texto sin trama aparente en el que sus protagonistas se preguntan por el desamor o el duelo, pero siempre hipnotizados por la abrumadora geografía en movimiento de la Tierra, enigmática y poderosa en la distancia. Una esfera que, observada desde lejos, ayuda al lector a mirarse de cerca y preguntarse por el sentido de la vida en comunidad. “Al ofrecernos una visión de nuestro planeta sin fronteras e interconectado, Harvey defiende la inutilidad de los conflictos territoriales y la necesidad de cooperación y respeto por nuestra humanidad compartida. Este es un tema sumamente aleccionador, oportuno y urgente”, destacó el jurado al fallar el premio e invitar a su lectura.

Con el rearme militar acaparando titulares en momentos de alta tensión geopolítica, premios como el Booker certifican el ansia por reivindicar narrativas que nos recuerden aquello que nos une. ¿Con qué nos distraemos para recuperar la fe en el presente? ¿Dónde hallar refugio para sentirse a salvo del derrumbe, para confiar en que la sociedad en conjunto sí funciona? Buscando respuestas, P. E. Moskowitz, responsable de Mental Hellth, uno de los boletines sobre psicología, psiquiatría y sociedad moderna más leídos en la plataforma Substack, ha acuñado la idea de la “burbuja amable”. Un concepto para describir a ese artefacto cultural —ya sea serie, libro, película u obra de arte— que nos devuelve la esperanza y las ganas de vivir. La burbuja amable de Moskowitz es Erin Brockovich, la película de Steven Soderbergh basada en el caso real de contaminación de aguas subterráneas en una pequeña ciudad al sur del estado de California. “Es una de esas historias en las que todo funciona”, escribió al defender por qué la había visto hasta dos veces seguidas en un día: “Los vecinos de Hinkley no solo obtienen un gran acuerdo, sino que Erin Brockovich recibe un cheque de dos millones por ayudarlos, su bondadoso jefe crea un bufete de abogados más grande y te regodeas al ver a los abogados corporativos perder la cabeza”.
El anhelo de historias heroicas en las que la comunidad funciona pese al colapso es el motivo por el que los críticos del podcast Critics at Large invitan a sentarse a ver The Pitt, la serie de médicos de Max protagonizada por Noah Wyle sobre un turno de Urgencias de un hospital público de Pittsburgh. En esa ficción en la que cada capítulo es una hora de ese día y en la que se trabaja por el bien común pese a la privatización de la sanidad, el espectador, pese al estrés en pantalla, recupera la fe en la humanidad y en unas instituciones que están en su punto de confianza más bajo. Todo es caótico en esa sala de espera mugrienta y nada invita a quedarse horas atascado en ese agujero sanitario, pero si la serie retiene a la audiencia semana a semana es por un equipo humano que sabe lo que hace y soluciona problemas. Personas que, a pesar de todo, sostienen la vida de otras personas. “The Pitt no es ajena a la oscuridad de nuestro mundo, aunque la mayoría de los médicos de esta serie han aprendido a responderla con suprema compasión”, ha defendido en una de sus columnas la crítica de The New Yorker, Alexandra Schwartz, razonando por qué esta es una de las series más vistas del momento.
Entre la evasión y la anestesia
Las burbujas amables no solo son series o películas que nos alivian por recordarnos las utilidades del bien común. En esta agotadora partida de cancelación del progreso, urge distraerse como sea de la actualidad por pura supervivencia mental. Cinco años después de encierro global, con varias guerras acaparando la apertura de los telediarios y con las redes sociales como mecanismos destructores de atención, existen tantas burbujas como mecanismos evasores en los que refugiarse.
Están los que, como la escritora Catherine Lacey, se han lanzado a la lectura de Middlemarch, la novela de George Eliot que, como defiende la autora de Biografía de X en uno de sus últimos boletines en Substack, “parece que todo el mundo está leyendo ahora”. Que la comunidad literaria virtual de esa plataforma se haya lanzado justo en este momento a comentar una ficción sobre la vida de provincias en las Midlands de 1800 tiene lógica. “Si se ha vuelto tan popular es porque su trama tiene un poco de todo: drama político, drama romántico, drama laboral, drama familiar, puñaladas por la espalda, humillación, amor no correspondido y un montón de chismosos locales Esta es una de las razones por las que tanta gente relee Middlemarch, lo que, a su vez, podría ser la razón por la que tantos están leyendo Middlemarch ahora mismo”, defiende Lacey en su carta. “Además, como tiene más de 800 páginas, puedes sumergirte en la lectura y olvidarte del mundo durante un buen rato”, añade.

Lacey no va desencaminada, si algo ha probado el cambio de paradigma de la segunda administración Trump es que las redes sociales se han olvidado de la política y han dejado de ser un espacio para la resistencia, abandonando toda pulsión del deber cívico que sí marcó la conversación digital hace unos años. Con Elon Musk trucando los mandos de X, Mark Zuckerberg retirando los verificadores de contenido en Meta y con un consumo de Bluesky que invita más al aburrimiento que a la retransmisión en directo de la acción política como en su día pasó con la Primavera árabe en Twitter, el ocio también se desplaza hacia los mecanismos de anestesia colectiva. Más que productos de calidad o reflexión, con un mundo en estado de shock permanente, lo que se dispara es el consumo de realities y deportes evasores que funcionen como una ingesta de diazepam para el espectador al llegar a casa. Lo certificó la Berlinale Series Market de hace unas semanas, donde los analistas de tendencias televisivas certificaron que la audiencia se ha cansado de ver ficciones de alta calidad y lo que busca son productos distractores sin intención política. ¿El pronóstico? Más deportes, más true crime y más realities.
No todos aprueban la anestesia como refugio distractor. Frente a un presente amenazante, el plan de lectura de la escritora Jessa Crispin pasa por montar un club de lectura de 12 libros, a título por mes, para reflexionar sobre la humanidad sin amabilidad ni calidez aparente. En The Culture We Deserve, la plataforma que comparte con el autor Joseph Henderson, ha planteado ponerse en marzo con El último hombre, de Mary Shelley, la novela “profética” que se publicó dos décadas antes de 1848 y de las revoluciones que transformarían Europa y el mundo. “En la primera parte, los personajes se preguntan cómo vivir en comunidad, pero también como vivir una vida en sí misma. En la segunda, llega una plaga, y, al final de la novela, todos están muertos”. No hay tiritas en ese rincón en el que seguirán con textos de Balzac, Stendahl, Eliot, Huysmans y otros. “Veremos cómo este momento revolucionario resuena todavía hoy. Estos novelistas y la sociedad que los rodeaba pensaron y refractaron sus propios momentos contemporáneos a través de estrategias estéticas de ficción histórica, apocalipsis y realismo”, defienden estos autores, reivindicando el pensamiento crítico frente a los que, agotados, prefieren no hacerse más daño y buscan amparo en esa burbuja amable que, una noche más, reinstaure su fe en el resto.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
