José Luis López Vázquez, el don de la comedia
Miles de españoles vieron en el actor, del que se cumple el centenario de su nacimiento, una representación de su propio cuerpo y de su propia alma
Con el virus aún palpitando y en medio de una guerra solo se me ocurre una forma de darle un portazo al miedo: celebrar con entusiasmo los 100 años del nacimiento del actor José Luis López Vázquez, que nos regaló la risa y la comedia, que nos alegró la vida, pero que también nos legó una forma de melancolía, esa melancolía que reside en haber sido capaz de representar a cientos de miles de españoles que fueron calvos, pequeñitos de estatura, feos, con gafas de pasta, y con bigote. Porque miles de españoles vieron en López Vázquez una representación de su propio cuerpo y de su propia alma. Ahora los españoles son altos, modernos y políglotas, pero una vez fuimos pequeños y castizos.
López Vázquez fue uno de los actores más extraordinarios de la historia sentimental de mi vida. Lo veía en la televisión, acompañado de mi padre y de mi madre, y nos daba confianza en la vida porque se parecía a nuestros amigos y a nuestros vecinos. Siendo yo apenas un niño, lo vi en La cabina y pasé terror aquella noche. Ya de mayor, lo vi en esa joya cinematográfica que es Plácido y me fascinó su manera atropellada de hablar, su gesticulación incesante, su fraseo, la emocionalidad festiva y ocurrente con que hablaba el castellano. José Luis López Vázquez tuvo el don de representar a la gente de la calle. Tal vez porque a los países los simbolizan más sus cómicos que sus políticos. Yo creo que mientras Franco usurpaba la representación de todo un pueblo, ese mismo pueblo se veía representado en la manera de ser, de hablar, de caminar, de estar en la vida de López Vázquez. Junto con otros grandes como Landa, Sacristán, Fernán Gómez, Emma Penella o Concha Velasco, llevó a cabo la educación sentimental de los españoles.
En El Verdugo, López Vázquez interpreta a un sastre especializado en sotanas y en uniformes militares que está obsesionado con el tamaño de la cabeza de sus dos hijos pequeños y usa la profesional cinta métrica de sastrería para medir los cráneos de los dos inocentes. La secuencia del medidor de cráneos infantiles es una de las interpretaciones más memorables del cine español de todos los tiempos. Siempre que la veo me muero de risa. Y también de amor. He vuelto a ver estos días algunas películas del actor, como Mi querida señorita, donde alcanza la genialidad. Y siempre que lo veo aparecer en pantalla se produce el prodigio de manera instantánea: me seduce, me hipnotiza, la vida deja de ser terrible y se convierte en comedia sentimental. Que un hombre calvo, feo, pequeño, de cara triste, que un hombre de aspecto vulgar sea capaz, a través de la palabra y de la gestualidad, de convertirse en un animal cinematográfico es un triunfo de la vida. López-Vázquez llevaba en su personalidad irrepetible el don de la comedia. Y la comedia en él fue una forma de amor incondicional a todos nosotros.
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