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MIRADOR
Columna
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‘Plácido’

El cine tiene la capacidad de rebobinar el tiempo y mostrarnos la vida tal como era

Julio Llamazares
Fotograma de la película "Plácido" de Luis García Berlanga.
Fotograma de la película "Plácido" de Luis García Berlanga.

Debería ser de exhibición obligada por las televisiones públicas españolas todas las Nochebuenas, antes o después del discurso del Rey, la película de Luis García Berlanga más corrosiva y patética, ésa cuya acción transcurre la víspera de la Navidad del año 1961 y que a punto estuvo de reportarle un Oscar a su autor: Plácido. Que las generaciones de españoles que conocimos aquella época la recordemos y los que nacieron después la conozcan no le vendría mal a un país cuya desmemoria es tan escandalosa como su capacidad para reinventar su historia cuando se pone, da igual por escrito que en la televisión. Las peripecias de ese pobre e infeliz diablo (Cassen) que pasea una estrella navideña en el motocarro que es todo su patrimonio y del que ha de pagar una letra antes de que caiga el sol si no quiere que el banco se lo quite mientras las familias acomodadas de la ciudad participan en una campaña de caridad navideña patrocinada por una empresa de ollas a presión invitando a cenar a su mesa a un pobre —parodia de la que el régimen franquista había puesto en marcha ese año bajo el eslogan de Siente un pobre a su mesa, título original del guion de Berlanga y Azcona, que la censura les obligaría a cambiar— constituyen un gran espejo de lo que fue este país y de lo que todavía continúa siendo en cierta manera. Como sucede con el Quijote, cuya lectura continuada cada 23 de abril en muchos sitios de España supone una revisión de nuestros antecedentes y una confrontación con la sociedad de hoy que a los lectores sorprende por su parecido, la revisión de Plácido en un día como hoy proporcionaría a muchos igual sorpresa, además de servirles para saber qué ha cambiado y cuánto realmente en este país más allá de los automóviles, la decoración navideña, la iluminación de las vías públicas, el menú de la cena de Nochebuena (pechugas de pollo para los ricos y alitas para los pobres en la película de Berlanga) y el vestuario de los personajes. Viendo la Navidad de nuestros abuelos muchos comprenderán que España tampoco ha cambiado tanto en el fondo, salvedad hecha de las ollas Cocinex y del discurso del Rey, que antes lo daba Franco.

Si el cine tiene un valor es, como el de la literatura, su capacidad de rebobinar el tiempo y de mostrarnos la vida tal como era cuando se hizo. Plácido es un ejemplo de ello. Su exhibición anual el día de Nochebuena sería tan ilustradora como la reposición del Don Juan Tenorio el de los Difuntos (para los jóvenes españoles Halloween) o la lectura continuada del Quijote cada 23 de abril.

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