Carlos Saura, el último maestro del cine español, Goya de Honor 2023
El cineasta de 90 años, que aún sigue en activo, es uno de los nombres internacionales de la cinematografía española gracias a su talento como retratista de la sociedad
El cineasta Carlos Saura (Huesca, 90 años) recibirá el próximo Goya de Honor. La Academia de cine ha anunciado esta mañana la decisión de su junta directiva, que ha premiado así al cineasta español en activo más veterano y a uno de los directores fundamentales para la historia del cine en el siglo XX, como ha subrayado la institución en el comunicado leído por su presidente, Fernando Méndez-Leite: “Por su extensa y personalísima aportación creativa a la historia del cine español desde fines de los años cincuenta hasta hoy mismo”. El galardón lo recibirá el 11 de febrero en Sevilla, donde se celebrará la 37ª edición de los premios del cine español.
En realidad, no hace falta justificación. Saura, Luis Buñuel, Luis García Berlanga y Pedro Almodóvar conforman los ases del cine español, los maestros que resuenan en todo el mundo. Nacido en 1932, de pequeño sufrió los sinsabores de la Guerra Civil, como recordaba el año pasado al presentar el corto Rosa, rosae: “Ese cura, esos bombardeos, esos asesinatos, hacen que me identifique con el tema. Con el filme he exorcizado aquellos recuerdos. La Guerra Civil no ha sido aún convenientemente tratada en el cine. Si acaso, un poquito. Muchas mías hablan de aquellos años, cierto. Pero faltan. Mi miedo actual es que aquel enfrentamiento se vuelva a producir en España. Por los conflictos que hay entre los partidos, por la violencia que se expresa oralmente... Me da miedo. No hemos aprendido nada. Parece mentira cómo repetimos los mismos errores. Y esa posibilidad de una nueva Guerra Civil no está tan alejada”.
Saura, que descansa estos días en su casa en la sierra madrileña tras sufrir una caída paseando a sus perros, no pudo viajar por ese percance al festival de San Sebastián, donde se estrenó su último documental, Las paredes hablan, en donde habla y reflexiona sobre el arte, los creadores y las paredes donde plasman su obra, desde el arte prehistórico hasta el urbano actual. En marzo recibió la Biznaga de Oro del festival de Málaga de manos de Carla Simón, con lo que se reunían los dos últimos españoles vivos ganadores de la Berlinale. A Saura le gusta la tecnología y en la noche del triunfo de Simón, le envió un mensaje a la directora. Simón es una de las nietas cinematográficas de Saura, y en su caso de manera muy personal: “Él ganó en Berlín en 1981 con Deprisa, deprisa, una película que me sirvió para entender la historia de mis padres”, le contaba a EL PAÍS Simón con el premio alemán en mano. Además de Simón, otros creadores como Paco Plaza o Carlos Vermut beben de su estilo. Él sigue trabajando: “Tengo una profesión muy extraña: hacer lo que me da la gana. Aparte de algunos años en los que las circunstancias me hicieron cumplir con tareas que me dieran para vivir, para cuidar a los hijos. Pero me gustan demasiadas cosas. Me hubiera gustado, por ejemplo, tocar un instrumento musical. No fue posible. Mi madre era pianista. Me gusta el chelo. He intentado aprender solfeo y me he echado para atrás. Considero que el solfeo es el único lenguaje universal que hay”.
De joven, ya comenzó a aficionarse a la fotografía, una pasión que no ha abandonado. Sí dejó de lado sus estudios de Ingeniería industrial para ingresar en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas de Madrid, donde obtuvo el diploma de Dirección cinematográfica. El documental Cuenca (1958) llamó la atención con su premio en el festival de San Sebastián —el certamen le concedió una Concha de Oro de Honor en 2007— y su primer largometraje, Los golfos (1960), logró un recorrido internacional, y tres largos después llegaría La caza (1966), Oso de plata a la mejor dirección en el festival de Berlín. Saura decía de ella hace dos años: “Algunos dicen que es mi mejor película. Está bien, pero no lo creo. A veces siento la necesidad de que la violencia salga en mis películas, depende de mi momento anímico. Es verdad que La caza puede considerarse una metáfora de la Guerra Civil. Pero la que más corresponde a ese episodio es Ay, Carmela… Es la única que está dentro de la misma contienda. Y no he podido hacer un guion que aún tengo en forma de novela, Esa luz… Ningún productor se ha atrevido a hacerla”.
Con Elías Querejeta llegaron trabajos poderosos como Peppermint Frappé (1967), El jardín de las delicias (1970), Ana y los lobos (1973), La prima Angélica (1974), Cría cuervos (1976), Elisa, vida mía (1977), Mamá cumple 100 años (1979) y Deprisa, deprisa (1981). Así logró dos premios especiales del jurado en Cannes, una candidatura al Oscar y una larga retahíla de premios, con un estilo seco, a ratos casi abstracto y desde luego fiel reflejo de los males que enfermaban España. En 1981 comienza su otra gran línea creativa en el cine, la musical, con Bodas de sangre: “A veces me apetece contar una historia con más o menos imaginación y otras narrar cosas más a pie de tierra, como fueron Los golfos o Deprisa, deprisa… Pero el baile me ha dado una dimensión diferente. La primera película en ese aspecto fue Sevillanas… Elías Querejeta me dijo: ‘Te has equivocado brutalmente. Ten cuidado con lo que haces’. Un francés me dijo: ‘Vaya, Saura, ¿vas a hacer ahora una españolada? Estás perdido…’. El baile, sobre todo el flamenco, tiene algo mágico. Ningún baile del mundo es tan claro y evidente, sobre todo en la mujer: levanta las manos y ahí está, en sus dedos, el propio cielo, el aleteo de las palomas. De cintura para abajo es la tierra, patapán, patapán… He estudiado eso con los gitanos por el mundo entero, de Rajastán a la India… Han ido por todas partes y han adaptado las músicas que había por ahí”.
Además de sus inmersiones musicales, el ganador de la Medalla de Oro de la Academia de Cine en 1992 ha dirigido El Dorado (1988), La noche oscura (1989), ¡Ay, Carmela! (1990), ¡Dispara! (1993), Taxi (1996), Goya en Burdeos (1999) o El séptimo día (2004). Además, ha dirigido teatro, musicales, ópera y sus fotografías se han visto en numerosas exposiciones. Solo tiene dos premios Goyas: a la mejor dirección y al mejor guion adaptado, junto a Rafael Azcona, por su trabajo en ¡Ay, Carmela!.
Al final del confinamiento, en septiembre de 2020, definía así cuál era su talento: “La imaginación. He utilizado la imaginación para contar historias que me gustan y pienso que van a gustar a otros. Luego igual no les gustan, pero qué vas a hacer, no siempre aciertas. Solo el hecho de que te dejen contar tus propias historias, dar un paso adelante, es lo que he intentado toda la vida”. Saura todavía sigue viendo cine en casa (“me acuesto muy tarde, casi a las tres de la mañana, y lo veo todo: las buenas y malas. Las que no me gustan también porque así veo y aprendo lo que no quiero hacer. ¿Qué quiero hacer? No lo sé, lo que tengo claro es lo que no quiero hacer”) y se define como “un ser afortunado, que ha dirigido unas 50 películas y que ha hecho el cine que quería hacer. Y eso es un milagro”.
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