Montero y Maidagán: “Hay mucha gente a punto de venirse abajo, sostenida por cuatro palitos”
El excéntrico dúo de guionistas, pionero en la creación de formatos perfectos para Internet antes de que tuviésemos Internet en el móvil, estrena ‘Poquita fe’ en Movistar Plus+: una serie tan ligera como profunda en la que una crisis de una aburrida pareja es el punto de partida para arrancar carcajadas
“Sin grandes metas, sin grandes emociones, como si estuvieran esperando para cruzar en un semáforo que siempre está en ámbar”. Así definen Pepón Montero (Madrid, 59 años) y Juan Maidagán (San Sebastián, 52 años) a la pareja protagonista de su nueva serie, Poquita fe. Las cabezas de estos creadores, donde conviven en armonía los Monty Python, Rafael Azcona o Ren y Stimpy, han pergeñado episodios de quince minutos construidos con relatos corales de gente corriente con los que acaban doliendo las mandíbulas de reír. Un bálsamo para tiempos crispados al que sin embargo no le faltan los grandes debates de nuestro tiempo: desde un padre que somatiza su homofobia y se pone enfermo cada vez que su hija se echa novia a una crisis de pareja en la que es la mujer la que se hace las grandes preguntas. “No buscamos lo woke pero estamos en el mundo y en el fondo, en las parejas casi siempre tienen la razón las tías”, explica entre carcajadas Montero.
Pregunta. ¿Ustedes creen que los políticos que se dirigen a gente con poquita fe sacan más votos?
Juan Maidagán: Yo entiendo perfectamente a la gente como nuestros protagonistas, que se atascan, que no saben qué hacer en las situaciones complicadas. Estos personajes hacen pensar en lo a punto de venirse abajo que está mucha gente. Toda esa gente sostenida por cuatro palitos.
Pepón Montero: Lo que no sé es si ellos representan a una mayoría social. No hubo una intención política cuando los creamos. Quisimos buscar dos personajes muy aburridos precisamente para poder hacerles pasar por todas las situaciones más absurdas posibles.
P. En la serie se ven muchos modelos de familia y convivencia muy diferentes. Su propia unidad de convivencia en la vida real es extrañísima…
J. M.: Sí, compartimos un piso muy grande y él vive a un lado con su mujer [Mapa Pastor, montadora de la serie] y su hija y yo a otro. Aquí hay quien flipa pero quizá en Islandia la gente no fliparía tanto.
P. M.: Yo creo que mi hija cuando era pequeña nos miraba a los dos y se preguntaba: “¿Quién me lleva al baño?”
J. M.: Una vez vinieron unas amigas de la niña y se pusieron a abrir puertas por la casa y cuando llegaron a mi zona dijeron: “Ahí es dónde hay un señor” [Risas]
P. ¿Han buscado intencionadamente incorporar tantas guerras culturales y debates identitarios?
J.M: No había esa vocación pero al final hay situaciones que hemos vivido que nos han llevado ahí.
P.M: La historia de Festus, el migrante, por ejemplo, está basada en un tipo al que tuve contratado un año de mayordomo para que le diesen papeles. Aunque en la serie también nos reímos de eso, del complejo de hombre blanco…
P. En uno de los capítulos bromean de forma muy irreverente con un retrato de Franco. ¿Les dio miedo dar ese paso?
P. M.: Ninguno en absoluto. Fíjate que es una situación típica de vodevil que al final toma significado político aunque puede no tenerlo. Pero ojalá alguien se ofenda.
P. El mundo ha cambiado mucho desde Camera Café, de la que fueron guionistas. ¿Hay muchas cosas de entonces que no podrían haber puesto hoy?
P.M.: Yo es que tengo el principio de no dañar desde pequeñito. A los hijoputas hay que darles caña, pero no me gusta el humor cruel.
J.M.: De hecho los de Camera Café eran guiones que venían de Italia que supuestamente teníamos que adaptar con el equipo [Álex Mendibil, Santiago Aguilar, Jorge Riera y Álvaro López Quintana] pero es que eran terribles. ¡Había un personaje que zurraba a su mujer! Claro, decíamos, ¿pero cómo vamos a adaptar esto sin más? Esto hay que tacharlo entero y hacer que su gracia sea otra.
P.M.: Así que aunque nos habían contratado por adaptar, los cambiamos enteros todos. No les hizo ninguna gracia pero para cuando se dieron cuenta, la serie ya era un éxito.
P. ¿Se pelean mucho?
J.M.: Nos peleamos bastante con los montajes. Llegamos a cruzarnos en la cocina y no hablarnos. Pero sin rencor, nos dura como mucho dos días.
P.M.: Bueno, es que como decía John Cleese, él es liebre, quiere llegar al punto rápido y yo soy tortuga: disfruto mucho el viaje.
P. Imagínense que están en una fiesta como la que se ve en uno de los capítulos, en la que están en un lado los modernos e influencers y en otro los pringaos. ¿En qué lado caen?
P.M.: En el de los pringaos. No tengo ninguna duda. Pero ninguna. Siempre nos ha interesado mucho más alguien que nos pueda contar cómo se pesca la trucha que los que andan con intrigas de la cultura.
P. ¿Creen que han perdido oportunidades por ser así o al contrario?
P.M.: No somos los típicos a los que llamen. Siempre hemos tenido que llevar nosotros las cosas para que salieran, pero han salido, porque al final nunca hemos dejado de buscar la risa.
J.M.: Igual seguimos viviendo de alquiler o compartiendo piso pero queremos contar cosas que nos gusten.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.