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Casa de Campo: de coto de caza real a gigantesco polideportivo al aire libre

Ciclismo, tenis o yoga. Alevines o jubilados. Solos, en pareja o en grupo. La Casa de Campo de Madrid acoge a diario a centenares de personas que se acercan para practicar deporte.

De izquierda a derecha, Sunna Lind, Silvia González, Victoria Núñez, Loreto Margon, Natalia González y Ana Callejas, miembros de #ciclismoPARATODAS.
De izquierda a derecha, Sunna Lind, Silvia González, Victoria Núñez, Loreto Margon, Natalia González y Ana Callejas, miembros de #ciclismoPARATODAS.Ximena y Sergio

El invierno ya se va apartando y, en la Casa de Campo, no solo se ve, también se oye. Las pisadas de los más madrugadores rompen la escarcha en el césped. Hay más niños tirando trozos de pan al lago, más grupos, más familias, más deportistas. El polideportivo al aire libre más grande de Madrid vuelve a llenarse. Y no es para menos, con sus más de 1.500 hectáreas (quintuplica Central Park), su anillo verde ciclista, su lago, sus caminos y rutas, son el mejor reclamo para quienes entrenan al aire libre en la capital.

Apenas se los oye llegar pese a la velocidad. El pelotón baja por la ruta ciclista. Seis chicas bien uniformadas con sus cascos, gafas e indumentaria. Algunas llevan en el pecho un corazón dibujado con cadena de bicicleta. Es el logo del club #ciclismoPARATODAS, asociación femenina que anima a las mujeres a practicar ciclismo. La idea nació en 2019 y, aunque como reconoce su fundadora, Silvia González, la pandemia les “fastidió un poco”, siguieron entrenando y creciendo; son ya casi medio centenar. Entrenan por toda la comunidad, de Móstoles a la sierra, pero frecuentan la Casa de Campo, así evitan el tráfico por las amateurs y por el espacio. “Es una reconexión con la naturaleza, das una vuelta, oyes pájaros, recargas pilas, llegas a casa y… buf, qué bien”, dice González.

Integrantes del grupo #ciclismoPARATODAS ruedan en la Casa de Campo de Madrid.
Integrantes del grupo #ciclismoPARATODAS ruedan en la Casa de Campo de Madrid. Ximena y Sergio

Todas resaltan que es tanto una red social como de apoyo. Social porque contactan unas con otras, quedan, entrenan y viajan. Algunas se conocen desde que se inició el proyecto, otras son nuevas como Loreto Margon. Es ingeniera aeronáutica y antes no rodaba tanto. “Yo me compré la bici y hablé con ellas. No sabía ni beber agua sin parar”, se ríe recordando sus inicios. Todas destacan que la cercanía del parque (“y la de las compañeras”) ayuda mucho para comenzar. De ahí lo de red de apoyo. Natalia González trabaja en el sector y apunta que aunque el ciclismo es un mundo muy sano sigue habiendo comportamientos que dificultan la incorporación femenina: “Muchas dicen que no se sienten igual al preguntar una duda, se quitan la vergüenza”.

Algunas entrenan para una vuelta transpirenaica, otras por diversión. Algunas solo acuden los domingos por conciliación laboral y familiar, otras varias veces a la semana. Pero Silvia resalta: “Aquí caben todas, novatas y veteranas”. Seguirán pedaleando a menudo por el parque.

Iva Gigovski (Zagreb, 36 años) es osteópata y fisioterapeuta y llegó a España en 2014. Tras años dividiendo su tiempo entre el trabajo y el deporte que practicaba y enseñaba por pasión, desde este año decidió dedicarse en exclusiva al yoga. Gigovski ha iniciado su proyecto haciéndose cargo del Templo Satya, un centro de yoga a unos 100 metros del Manzanares, del que tomó las riendas en enero junto a su socio, Óscar Gabriel.

Con el río a un lado y el lago al otro, la humedad aprieta pero el frío da tregua, así que toca salir con el grupo. Gigovski extiende su esterilla sobre el césped mojado de una de las explanadas del parque, y los alumnos la imitan. “Es cierto que a veces nos puede la comodidad de quedarnos en el centro, pero estas salidas aquí ayudan a romper con la rutina, además de lo bien que se está”. Concentrados, los yoguis parecen no escuchar nada que no sea la voz de la profesora, que resalta las bondades de salir del centro: “Es bastante distinto a hacerlo bajo techo. El aire es más puro, las respiraciones más profundas, y en el yoga el aire es importantísimo. Este sitio, rodeado de árboles, con aire fresco y apenas ruido, es perfecto”, explica. Da prueba de ello al comenzar la sesión: “Inhalo…, noto mis vértebras estirándose, como si la fuerza de la madre tierra me empujara hacia abajo y el cielo tirase de mí hacia arriba… Exhalo”. Sus ocho alumnos replican como pueden a Iva.

Iva Gigovski, y de espaldas, sus alumnos de yoga, en la Casa de Campo.
Iva Gigovski, y de espaldas, sus alumnos de yoga, en la Casa de Campo.Ximena y Sergio

Después de la sesión, de más de una hora, Vanessa Sigotto (Salta, Argentina, 38 años) explica que el yoga es su desconexión de la semana, pero que a veces se puede volver algo rutinario: “Al final, vamos siempre al centro, pero la sensación de libertad aquí fuera ayuda mucho de vez en cuando. Más aún para el yoga, que está especialmente ligado a la naturaleza. Estar rodeado de verde y escuchar a los pájaros ayuda a esa parte espiritual”, explica Sigotto.

Un poco más allá, al final del lago, casi cuando se difumina el olor a parrilla dominguera, el brindis de las cañas, las tapas y los cafés, hay varios campos rectangulares delimitados por boyas. Bajo las porterías elevadas a unos dos metros de altura se han fraguado campeones mundiales de kayak polo. El estanque está poblado de aves: gaviotas, patos, cormoranes, garzas… Sin embargo, en torno al campo de juego no se ven. Al acercarse se entiende por qué. Los golpes entre los jugadores y la intensidad del juego las espanta enseguida. ¡Pum! Un remo golpea el casco de un compañero, roba la pelota y la pasa.

“No es un deporte peligroso, vamos protegidos. Pero pillar, se pilla”, dice Rodrigo del Campo (20 años), campeón de Europa sub-21 desde junio y mundial desde octubre. Con él, cuatro compañeros: Víctor Sánchez (19 años), Marcos José Fernández (23), Diego Guinot —también campeón del mundo sub-21 en 2022— y Carlos Agüero (ambos 22 años).

Un partido se disputa entre dos equipos de cinco, pero hoy solo está la mitad. Todos estudian o trabajan. Uno estudia Tafad, otro Óptica; algunos trabajan de día y otros de noche. Aun así vienen y, aunque pocos, arman un “rondo”, un partido dos contra dos y un par de ejercicios. “Es el mejor sitio de Madrid para entrenar”, defienden ellos, a los que el frío de este final de invierno no amedrenta.

Miembros de kayak polo en el lago, de izquierda a derecha, Rodrigo del Campo, Víctor Sánchez, Carlos Agüero y Diego Guinot.
Miembros de kayak polo en el lago, de izquierda a derecha, Rodrigo del Campo, Víctor Sánchez, Carlos Agüero y Diego Guinot.Ximena y Sergio

“Es parte de la disciplina”, destaca un alumno del grupo mixto de nueve mientras entrenan en el embarcadero. Antes de tomar las piraguas ejercitan allí. Todos madrileños de entre 12 y 15 años, sin vínculos con el mar. “No es tan importante la costa, sino la costumbre. Si eres bueno, eres bueno”, destacan varias compañeras. Saben de lo que hablan, antes de incursionar, la mayoría practicaba otros deportes: judo, taekwondo, fútbol, natación, hípica, escalada… Ideal para una disciplina tan ecléctica.

Muchos lo empezaron como actividad extraescolar y ahora “no pueden dejarlo”. Aunque sí insisten en que no cambiarían el lago por ningún otro lugar. Animan a quien los escuche a que lo practiquen, que se quiten la vergüenza y que lo prueben. “El ambiente es bonito y el agua no está sucia, aunque lo parezca”, bromean.

Lucía Roa y Andrés Ruiz del Vizo se conocieron hace dos años, cuando empezaron a practicar calistenia juntos, al aire libre y en el gimnasio Ares, del que Lucía luce camiseta. Andrés cambió crossfit por calistenia por ser menos agresiva con su lesión de tobillo. Lucía lleva años practicándolo.

Como buenos veteranos entrenan a menudo y conocen las diferentes instalaciones madrileñas al aire libre. Explican que siempre son mejores las de metal que las de madera, que se deterioran más rápido y bambolean con ejercicio intenso. Sin embargo, en esta mañana en este gimnasio (de madera) Lucía reconoce que lo mejor es el entorno: “Lo compensa”. Ambos insisten en que es un deporte accesible para todos, menos exigente de lo que parece; todos los ejercicios son adaptables a cada persona. Es progresivo, se puede aumentar tiempo e intensidad según cada cual, pero inciden en respetar los descansos.

Suben, bajan, flexionan y saltan con una facilidad que parece, como bromean, circense. Aseguran que es un deporte muy agradecido, con un montón de retos y que “con dos o tres días a la semana se empiezan a ver resultados”. Solo se trabaja con el propio peso corporal, por lo que la inversión es mínima. “Además, la esencia de la calistenia es salir al aire libre”, resalta ella. “Esto”, señala con el brazo él refiriéndose al campo y al sol, que empieza a apretar.

Lucía Roa y Andrés Ruiz del Vizo practican calistenia.
Lucía Roa y Andrés Ruiz del Vizo practican calistenia.Ximena y Sergio

¿Qué se necesita para empezar? Lo tienen clarísimo: quitarse la vergüenza. Que cada uno empiece a su ritmo y sea constante, que no se preocupe si no puede a la primera. Y, por supuesto, un parque de calistenia, que en la Casa de Campo hay para elegir.

El centro municipal de tenis de la Casa de Campo tiene 15 pistas al aire libre, casi 12.000 metros cuadrados de instalaciones que parecen sustentar su afirmación. Eusebio Torres, de 81 años, y Antonio Jiménez, de 75, suelen empezar temprano, casi al abrir, cuando aún queda rocío en los bancos, por lo que mochilas y raquetas van al suelo. Se conocen desde 1968 y llevan viniendo todas las semanas a jugar a la Casa de Campo. “Bueno, casi todas”, reconoce Antonio, que alguna falta, pero remata que han ido en las buenas y en las malas. “A cuatro grados bajo cero hemos venido. Eusebio y yo tenemos aquí fotos quitando nieve”. ¿Por qué? “Porque es el mejor entorno de todo Madrid”, responden ambos consensuadamente.

Yolanda Garrido tiene 70 años, y Raimundo Prieto, 76, y son habituales de las mismas pistas de tenis. “Además de que nos pilla bastante cerca de casa, nos encanta el aire fresco que hay”. No solo echan el rato y hacen deporte, también compiten. “Lo que me faltaba es venir aquí a ejercer la caridad. Aquí cada punto es reñido y por eso tenemos que ser buenos amigos”, dice Mundo, como le llaman. Normalmente los acompaña Félix García, de 67 años, que juega con ellos todas las semanas para fortalecer un cuerpo que ha tenido que luchar mucho: “Tuve metástasis por todo el cuerpo. Me dieron tres meses y ya van largos, porque fue hace 10 años. Ahora tengo más vitalidad que estos dos”, ironiza sobre Yolanda y Mundo.

Mundo Prieto juega al tenis con Yolanda Garrido.
Mundo Prieto juega al tenis con Yolanda Garrido.Ximena y Sergio

Hay barullo alrededor, pero ambos solo se escuchan entre ellos: “Aunque los de la pista de al lado estén dando berridos, llegas a tal punto de evasión que solo escuchas lo que pasa en tu pista. Parece que hay un silencio sepulcral alrededor, es maravilloso”, explica sonriendo Garrido.

De tenis, saben. A Yolanda le encanta Casper Ruud, quizá el más conocido. A Félix, Álex de Miñaur. Mundo, más clásico, prefiere al mítico australiano Rod Laver: “Es el mejor de la historia. Nadie ha ganado dos veces los cuatro grandes”, dice, aclarando que, además de buen saque, también sabe de tenis.

Antonio, como Félix, cuenta que le diagnosticaron párkinson hace tres meses. El pronóstico es favorable, su doctor le enfatizó que en gran parte es por el deporte que lleva practicando tanto tiempo. Eusebio, antes de despedirse, confiesa que empezó a tomarse el tenis más en serio a los 65 años (antes trabajaba mucho) y que se alegra de haberlo hecho. “Ojalá vosotros también lo hagáis”.

Para “desconectar de todo”, lo mejor para Mayte Terol (29 años) es el running, que forma parte de su estilo de vida tanto de hobby como laboralmente. Es encargada de marketing de The Ginger Club, un grupo que ofrece salidas semanales, eventos y sesiones de entre 5 y 42 kilómetros a mujeres de cualquier edad.

El grupo de corredoras de The Ginger Club terminan una carrera.
El grupo de corredoras de The Ginger Club terminan una carrera.Ximena y Sergio

Un grupo de unas 15 corredoras está terminando una carrera y ríen mientras suben por segunda vez una cuesta colindante con las pistas de tenis de la Casa de Campo para fotografiarlas. Este parque es para ellas su lugar insignia de Madrid. Terol cree que “es un lugar perfecto para correr, salir de la ciudad y los coches por un momento y hacer deporte rodeadas de naturaleza sin tener que irnos lejos”. Destaca, además, que para un club que organiza hasta maratones, es ideal por la amplitud. Y es cierto, la Casa de Campo posee decenas de kilómetros de rutas para poder correr, en asfalto, camino o monte a través.

Aunque el grupo se dedica en exclusiva al running, no deja de lado lo social: “Nos hacemos amigas. No hay ambiente competitivo, sino que nos apoyamos, y solemos quedar después a tomar algo, normalmente en una cafetería que hay justo al otro lado del río, para seguir viendo naturaleza mientras. Muchas de nosotras hemos hecho viajes juntas, deportivos y de ocio. Así combatimos el estigma de que el running es solitario”.

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