El templo italiano de todos los manjares
Peck reúne desde 1883 en su local de Milán lo mejor de la gastronomía de Italia, del prosciutto y la burrata fresca a los vinos imprescindibles
En Milán no hay nadie que no sepa situar Peck en el mapa. “Claro, en la calle donde ahora estamos, llevamos más de un siglo. Y antes estábamos muy cerca”, reconoce Leone Marzotto, el CEO de una de las tiendas gourmet más exclusivas del planeta, a tiro de piedra del duomo milanés. Marzotto se suma a la lista de familias que han continuado con el legado que Franz Peck inauguró en 1883, cuando abrió el primer local en el número 2 de la calle Orefici.
Peck había emigrado de Praga, desde donde trajo su buena mano con los ahumados y los embutidos. Enseguida su nombre se hizo popular entre la aristocracia italiana. “Y en los años treinta, ya con Eliseo Magnaghi al mando, se hace muy conocida entre escritores y dramaturgos”, destaca Marzotto, que menciona entre ellos a figuras como el poeta Gabriele D’Annunzio o el periodista y guionista Arnaldo Fraccaroli. En esos años, Peck se asienta en el imaginario de la Italia más selecta, que prepara el desembarco de los hermanos Stoppani. Mario, Angelo y Remo dan otro sentido a la tienda, convirtiéndose en una referencia en el mundo de la gastronomía y los vinos. Amplían la bodega, reforman el local y transforman sus bajos, convirtiendo esa parte en el taller donde preparan muchas de sus elaboraciones más recordadas.
La ensaladilla rusa, el lingote de paté, el ragú, la bresaola o sus populares sándwiches se popularizan hasta niveles inimaginables durante los ochenta. Su expansión internacional llega en 1986, asociándose con el grupo de restauración Takashimaya, con los que abren 21 tiendas en Japón, además de establecimientos en Taiwán y Singapur unos años más tarde. “Cuando mi padre entró en 2012 tenía clara su misión: cuidar a sus trabajadores y seguir apostando por la calidad”, señala Marzotto, en la dirección desde 2017.
Hoy siguen siendo reverenciados por elaborar su propia mozzarella, burrata y scamorza frescas, haciendo que un quesero de Puglia visite sus instalaciones tres veces a la semana. Cada producto que tienen en la tienda ha sido testado por expertos, que se encargan de garantizar que es lo mejor que hay en el mercado. Por ejemplo, para el prosciutto de Parma trabajan con tres productores, que les ofrece maduraciones de 20, 30 y 45 meses. Lo mismo ocurre en los tés, helados, cafés, chocolates, quesos o vinos. “Contamos con una enoteca de más de 3.000 botellas, donde se incluyen algunas de las etiquetas más raras que puede haber para el aficionado. Tenemos verticales de los mejores barolos y barbarescos”, dice Marzotto.
Entre las marcas españolas que han conseguido colarse en la tienda, hay una significativa: Joselito. “Peck fue nuestro primer cliente en Italia, conocí el país a través de ellos”, recuerda José Gómez, última generación en dar a conocer esta joya gastronómica. “Si había que contar con un jamón, este tenía que ser el mejor”, sentencia Marzotto.
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