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Jean-Jacques Hublin: “La evolución es la historia de una gran extinción”

Uno de los paleoantropólogos más respetados del mundo ofrece una mirada heterodoxa sobre su trabajo como investigador, porque la prehistoria arrastra cuestiones que nos interrogan sobre el presente, del cambio climático a nuestra relación con la tecnología

Jean Jacques Hublin
Jean-Jacques Hublin, retratado en el Collège de France, en París.Léa Crespi
Guillermo Altares

Pocas veces un descubrimiento cambia la historia de la humanidad y la imagen que los seres humanos tienen de sí mismos. Junto a un equipo de arqueólogos marroquíes, el paleoantropólogo francés Jean-Jacques Hublin, nacido hace 61 años en Mostaganem (Argelia), descubrió en Jebel Irhoud (Marruecos) fósiles de Homo sapiens —la misma especie que el hombre moderno— mucho más antiguos que cualquier otro resto encontrado hasta entonces (300.000 años) y en un lugar insospechado, el norte de África, cuando se había localizado el nacimiento de nuestra especie en el sur del continente. Este hallazgo cambió la geografía de la humanidad, pero también diluyó las fronteras entre lo que es humano y lo que no lo es, entre nuestra especie y el resto del mundo natural.

Además de uno de los paleoantropólogos más respetados del mundo, Hublin ofrece una mirada profunda y heterodoxa sobre su trabajo como investigador porque la prehistoria arrastra muchas cuestiones que nos interrogan sobre el presente, desde el cambio climático hasta la relación con la tecnología y el medio ambiente. Autor de numerosos ensayos, Hublin fue director del departamento de evolución humana del Instituto Max Planck y ha enseñado en numerosas universidades, desde Harvard hasta Berkeley o Burdeos. Actualmente ocupa la cátedra de Paleoantropología del Collège de France, una centenaria institución francesa —de la que formaron parte Michel Foucault o Georges Duby—. Aunque su lugar en el mundo es sobre el terreno, en yacimientos como Jebel Irhoud, donde cambia el pasado y el presente de la humanidad. La entrevista tuvo lugar en el Collège de France, en París, a finales de junio.

¿Qué significa pertenecer a una especie humana? ¿Qué es una especie humana?

No creo que haya una respuesta solo científica, sino también metafísica. Nos gustaría que existiese una frontera clara entre lo humano y lo no humano, de hecho, desde hace miles de años todas las culturas han definido esa barrera, entre el mundo de los hombres y el mundo de los animales, que pertenece a la naturaleza. Pero el descubrimiento de la evolución llevó a los científicos a comenzar a poner en duda esa frontera. Es interesante porque, si nos remontamos al siglo XIX y al siglo XX, la obsesión estaba en encontrar el llamado eslabón perdido, una especie de intermediario entre el mundo de los primates y el de los humanos. Sin embargo, los fósiles desmienten esta teoría. Hoy seguimos topándonos con esa dificultad sobre lo que debemos llamar humano con respecto a otros homínidos. Se trata de todos los representantes del género Homo: Homo habilis, erectus, sapiens. Pero en realidad la frontera es mucho menos rotunda de lo que nos gustaría. En la paleoantropología, hay una tendencia a humanizar al máximo lo que consideramos que está en el lado bueno de la frontera. Para mí representa una gran dificultad: no existe una barrera clara entre lo humano y lo no humano. Y es algo lógico desde el punto de vista de la evolución.

Jean Jacques Hublin
Jean-Jacques Hublin. Léa Crespi

Usted ha escrito que no es que el hombre venga del simio, es que el hombre es un simio.

Es un tipo de simio muy particular. Pero es cierto que cuando observamos a los grandes primates en la actualidad y la relación que tienen entre ellos en términos de cercanía, de antepasados comunes, no de aspecto, nos damos cuenta de que el hombre está más cerca del chimpancé que el chimpancé del orangután. Científicamente no tiene mucho sentido poner en un grupo de grandes simios a los orangutanes, gorilas, chimpancés o bonobos y en otro a los humanos, porque el hombre está muy cerca de ellos. Podríamos decir que los humanos son grandes simios muy particulares, que han adquirido características originales. También es importante recordar que no hay que confundir el parentesco con el aspecto parecido.

Usted define al Homo sapiens como una especie huérfana e invasiva. ¿Por qué?

Durante millones de años, porque sabemos que la evolución de los homínidos se prolonga entre seis y ocho millones de años, hubo diferentes especies que convivieron, a veces en un número bastante impresionante, que sepamos hasta ocho. En total, conocemos 30 especies de homínidos, que en ocasiones convivían en las mismas regiones. Es algo que hoy nos cuesta mucho imaginar porque para nosotros, por encima de todo, el hombre es único. Y es el mismo en todos lados. Y se trata de una especie muy homogénea. Pero esta situación solo se ha producido en un periodo muy reciente porque en escala de tiempos geológicos 40.000 años no es nada. En ese sentido somos una especie huérfana, porque todos nuestros familiares han desaparecido. Y somos invasivos porque nuestra especie, el Homo sapiens, ha colonizado todos los medios naturales posibles, aquellos que son habitables y aquellos que lo son a duras penas, como las zonas árticas, los desiertos, las montañas. Y eso no lo había logrado ninguna especie antes. Y somos invasivos porque nuestra especie establece una competencia con las demás especies autóctonas, y acaba por conducir a muchas de ellas a la extinción. Y eso es lo que hacen muchas de las especies que consideramos invasivas. El impacto de una especie sobre el medio ambiente no es una característica única de los sapiens, existía antes, pero nosotros lo hemos llevado al límite. En vez de adaptarnos a diferentes entornos, los hombres adaptan el entorno a sus necesidades. Al principio lo hacían a una escala más pequeña, a través del fuego, la ropa. Incluso en los tiempos de los cazadores recolectores hubo modificaciones del medio ambiente a gran escala, sobre todo por la utilización del fuego para modificar paisajes y también por el impacto sobre la fauna. Y, en la actualidad, esa especie ha tomado el control total del planeta con modificaciones dramáticas, que ya incluyen el clima. Hay muchas lecciones en el pasado: los sapiens llegan a Australia y desaparece la megafauna, llega a Europa y desaparecen los neandertales, llegan a América y desa­parece también la megafauna.

¿Somos entonces expertos en destruir nuestro medio ambiente?

No sé si utilizaría la palabra destruir, tal vez porque soy optimista. Pienso que podemos sacar dos grandes lecciones de lo que sabemos sobre la evolución humana. Una es que el hombre modifica su entorno y no es algo que haya ocurrido solo desde hace siglos, empezó hace dos millones de años. Para poder hablar de mundo natural, habría que librarse totalmente de los homínidos. La segunda es que la humanidad necesita extraer energía del mundo que le rodea y utiliza esta energía para cambiar el mundo. La clave está en si lo hace de manera destructora o inteligente.

Muchos prehistoriadores sostienen que la ausencia de prueba no es una prueba, porque tenemos una visión muy sesgada del pasado por lo que puede haber desa­parecido a lo largo de millones de años o por lo que no ha sido hallado. ¿Es así?

Hay una metáfora que empleo a menudo y que pienso que resume nuestro intento de entender la prehistoria remota: es como aquel chiste en el que un borracho busca las llaves debajo de la farola porque es el único lugar con luz. Hay cosas sobre el pasado que no sabemos y que seguramente nunca llegaremos a saber. No sabemos por qué dibujaban en las paredes de las cuevas, cómo eran sus lenguajes, la inmensa mayoría de la madera ha desaparecido. Solo una pequeña parte está iluminada y el resto permanecerá en la oscuridad para siempre.

Jean-Jacques Hublin sostiene una réplica de un cráneo de neandertal.
Jean-Jacques Hublin sostiene una réplica de un cráneo de neandertal.Léa Crespi

¿Pero cree que se descubrirán cosas que hasta ahora permanecen en la oscuridad?

Sí. La paleoantropología es una ciencia muy reciente. La humanidad hace matemáticas desde hace miles de años, pero la paleoantropología data de antes de ayer, empezó a mediados del siglo XIX. Eso explica que se hayan producido tantas revoluciones en la forma en que se concibe la evolución humana, porque en muy pocas generaciones se han acumulado muchos descubrimientos. Pero hay que advertir a los investigadores y al público contra un sesgo en la documentación: los yacimientos en los que se encuentran fósiles de homínidos se localizan en regiones donde este tipo de restos se conservan por razones ligadas a la geología o al clima. Cuando vemos un mapa que muestra la distribución de tal o cual grupo en el pasado, en realidad lo que muestra son los yacimientos en los que han aparecido fósiles, pero no sabemos si se trata de un retrato fidedigno del pasado. Durante mucho tiempo pensamos que solo había australopitecos en África del este y del sur. En realidad, lo que ocurría es que se habían encontrado en el pasado, todo el mundo iba a buscar fósiles ahí. Porque si inviertes mucho dinero en una campaña de excavaciones, quieres volver con algo, y eso es más fácil que ocurra en sitios donde se ha tenido suerte en el pasado. Pero, de repente, apareció un australopiteco en Chad, muy lejos de esas regiones. Dicho esto, soy bastante poco entusiasta sobre la idea de que puedan producirse nuevos descubrimientos que cambien por completo nuestra visión del pasado. Nos encontramos muchas veces con esa clase de titulares en la prensa, pero en realidad es extraordinariamente raro que puedan producirse ese tipo de giros.

¿Jebel Irhoud fue uno de ellos, cuando se encontraron Homo sapiens mucho más antiguos de lo que se pensaba en el norte de África?

Sí. Pero en realidad lo que le ocurre al árbol de la evolución humana es que se trata de una imagen que se vuelve más nítida con cada nuevo descubrimiento. Vemos cosas que antes no veíamos, pero eso no quiere decir que empecemos el árbol de cero, en realidad es más o menos el mismo. Aunque, de vez en cuando, descubrimos cosas realmente nuevas. Cuando era un joven investigador y preparaba mi tesis, sufrí un momento de crisis porque pensaba que llegaba muy tarde, que todos los descubrimientos importantes se habían hecho con anterioridad, que llegaba muy tarde a un mundo muy viejo. Se habían descubierto los neandertales, los sapiens. Pensaba que era imposible ir más lejos. No podía estar más equivocado. Se han producido avances enormes, en las técnicas de datación, en la genética, que han cambiado nuestra forma de ver las cosas. A los jóvenes investigadores les digo que no se preocupen, que van a ocurrir muchas cosas.

Es precisamente lo que le iba a preguntar. ¿No cree por ejemplo que la secuenciación del ADN neandertal y el descubrimiento de que los sapiens tenemos un porcentaje de genes neandertales en el Instituto Max Planck, en el que usted trabajó, sí representó un auténtica revolución?

Sí, pero se trata de revoluciones metodológicas. Se producen revoluciones en ese sentido: de repente descubrimos una nueva técnica que puede revelar algo que desconocíamos. Es cierto que la paleogenética nos ha permitido descubrir cosas extraordinarias sobre el comportamiento reproductor de homínidos que vivieron hace 50.000 años o incluso más. Pero lo que sí creo es que hay una falsa impresión de que cuando se produce un descubrimiento nuevo, eso significa que se borra lo que sabíamos hasta ahora, que borramos la pizarra y empezamos de cero. Pero la ciencia no funciona así: se mueve por añadidos sucesivos y por correcciones. Es un edificio que se mejora constantemente, que siempre está en construcción. Lo que no hacemos es reemplazar un edificio por otro.

Pero su descubrimiento en el norte de Marruecos de sapiens muy antiguos cambia la historia. Hace que la especie sea mucho más antigua y que aparezca en lugares donde no se había buscado.

Me parece un ejemplo muy significativo, porque se trata de un descubrimiento que se integra en cierta medida en lo que hemos ido sabiendo desde hace tiempo: que nuestra especie tiene un origen africano. Ahora decir eso parece completamente banal. Pero hasta hace poco no imaginábamos en absoluto que nuestra especie tuviese solo ese origen. La paleoantropología es una ciencia que nació en Europa y, a principios del siglo XX, se pensaba que los sapiens habían nacido aquí. Por otro lado, es verdad que un descubrimiento así cuestiona un modelo que se ha mantenido durante bastante tiempo: que existía una especie de jardín del edén en el oeste y el sur de África, en el que se localizan las especies más antiguas de Homo. Sin embargo, ese hallazgo demuestra que existían formas más antiguas de Homo muy lejos de ahí. Otra cosa que ha puesto en duda ese descubrimiento es un poco la misma idea de Homo sapiens. Son Homo sapiens porque comparten una serie de características particulares de nuestra especie, sobre todo en la dentadura. Pero a la vez tienen características diferentes, muy primitivas. Se trata de sapiens, pero tampoco son hombres actuales. Los antropólogos utilizan a menudo el término de hombres modernos, pero a mí no me gusta. ¿Qué quiere decir? ¿Que son hombres como nosotros por sus capacidades cognitivas, comportamiento, anatomía? En realidad, hay algo que se llama evolución y que nunca se ha detenido en nuestra especie. Los sapiens que vivían hace 100.000 años son sapiens, pero no son exactamente como nosotros. Podemos llamarlos modernos si queremos. Pero ¿lo son? No lo sé. Los que vivían hace 300.000 años eran todavía más diferentes.

Jean Jacques Hublin
Jean-Jacques Hublin, retratado en el Collège de France, en París.Léa Crespi

Entonces no está de acuerdo con esa frase de que no nos chocarían si los encontrásemos en el metro…

No lo sé, porque justamente lo que más se parece a los hombres modernos es el rostro. No nos sorprendería mucho verlos, aunque tendrían seguramente un rostro bastante impresionante, muy robusto. Pero otras características, por ejemplo el cerebro, son muy diferentes. De hecho, gracias a los descubrimientos del norte de Marruecos hemos podido comprender que el cerebro de nuestra especie evoluciona de una forma muy diferente al de otras especies muy cercanas, como los neandertales o los denisovanos.

¿Por qué cree que nos fascina tanto el hombre de Neandertal? ¿Por la idea de que hay muchas formas de ser humano?

Nos fascina, pero también es objeto de debates y polémicas interminables. Creo que es porque se trata de la última bifurcación en el árbol de la evolución. Está muy cerca de nosotros, pero a la vez es claramente diferente. Y nos produce ese efecto esquizofrénico de que, por un lado, queremos atraer al neandertal hacia nosotros: son homínidos, con un gran cerebro, con comportamientos bastante extraordinarios. Pero, por otro, está claro que hay una diferencia entre neandertales y nosotros, desde el punto de vista del cerebro, genético…

¿Por qué se extinguieron?

Son los homínidos más próximos del Homo sapiens. Y es impresionante que una especie que logró sobrevivir durante 400.000 años acabase por extinguirse en un periodo relativamente corto. La evolución es la historia de una gran extinción. Pensamos muchas veces en la evolución como un cambio sin fin, como la transformación de especies en otras cosas. En realidad, lo que ocurre en la evolución, y es algo que vemos de forma muy clara en los homínidos, es que la vida trata de adaptarse de todas las formas posibles a diferentes condiciones, pero al final la mayoría de las especies desaparecen. Es cierto que hay esponjas o tiburones que no han cambiado desde hace muchísimo tiempo. Pero, y es una palabra que no me entusiasma, especies más elaboradas tienen una duración bastante corta.

En sus conferencias, explica que el cerebro consume una parte muy importante de nuestra energía como seres humanos y que eso ha marcado de forma muy clara la evolución. ¿Puede cambiar eso con la inteligencia artificial?

Creo que es un asunto muy interesante. La evolución se puede narrar a través de la energía que necesita el cerebro porque es un órgano que la consume enormemente: para un adulto es un 20%, pero para un niño de seis años es un 60%. Y lo que ha ocurrido a lo largo de la evolución humana es que se ha producido una externalización de algunas funciones para ahorrar energía. Al principio, se trata de procesos puramente mecánicos, por ejemplo el paso al bipedismo, que es mucho más económico desde el punto de vista energético. También todo lo que rodea la alimentación: inventamos utensilios que permiten cazar, cortar, triturar la carne y, más tarde, cocinarla, lo que permite un enorme ahorro energético en el sistema digestivo y también cambia nuestra dentadura: ya no tiene que ser tan poderosa porque se trata de alimentos fáciles de ingerir. Toda esa energía que ahorramos la invertimos en el cerebro y gracias al cerebro inventamos más sistemas técnicos que aceleran ese proceso. Con la escritura, incluso antes, con los dibujos sobre las paredes de una cueva externalizamos una parte de nuestra memoria. Ya Platón se inquietaba porque decía que en el pasado la gente conocía muchas cosas de memoria y que ahora las personas no tenían necesidad de aprender porque estaba escrito. Pero, en un periodo muy corto y muy reciente, hemos ido mucho más lejos en ese proceso, porque cuando nos hacen una pregunta nuestro primer reflejo es ir al teléfono y buscar en Wikipedia o Google. Y hemos externalizado nuestra capacidad de cálculo con los ordenadores y ahora nos hemos puesto a externalizar una parte de nuestra inteligencia con sistemas de inteligencia artificial. Al final, tal vez utilicemos nuestro cerebro para otra cosa.

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Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.
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