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Verdades e ilusiones en torno al ayuno intermitente

Sin evidencias científicas reales que respalden aún los beneficios de esta práctica en auge, sus defensores admiten que no es para todo el mundo

Ayuno intermitente
Ayuno intermitenteRita Puig-Serra Costa
Jessica Mouzo

La tradición del ayuno viene de lejos en diferentes cultu­ras y religiones —la Cuaresma entre los católicos, el Rama­dán musulmán—, e incluso Hipócrates, padre de la medicina moderna, escribió: “Comer cuando es­tás enfermo es alimentar tu enferme­dad”. Las prácticas de restricción ca­lórica siempre han estado presentes en la cultura popular, pero en los úl­timos años han saltado de los feudos religiosos para instalarse en la calle, auspiciadas por el modismo social de las redes y el creciente interés cientí­fico por sus potenciales efectos para la salud. Entre la moda y la ciencia, bailando en una eterna controversia, crece ahora el llamado ayuno inter­mitente, un fenómeno con potencial curativo sobre el papel, pero escasa evidencia en la vida real.

La actriz Gwyneth Paltrow, devo­ta cumplidora de esta práctica, de­sayuna un café, toma a mediodía un caldo de huesos y cena, muy tem­prano, unas verduras, como ella mis­ma explicó en el podcast The Art Of Being Well (El arte de estar bien). Es su método, pero no el único. Hay dis­tintos patrones de ayuno y cada indi­viduo, dentro de esos programas de alimentación, come lo que considere. Los modelos de ingesta y abstinencia más comunes, no obstante, son el lla­mado 5/2 —dejar de comer dos días (alternos) a la semana— y el 16/8, que consiste en concentrar las comidas en ocho horas al día y ayunar el resto. Se presupone que en estas dinámicas ali­mentarias hay cierta restricción caló­rica, aunque puede ocurrir que no si, por ejemplo, una persona ingiere en sus ocho horas permitidas las mismas calorías que toma a lo largo del día al­guien que no hace ayuno.

A estas prácticas alimentarias se le han conferido propiedades benefi­ciosas para la salud, como mejor esta­do metabólico, mayor bienestar y re­ducción del peso. También potencial para tratar enfermedades, como la diabetes o el cáncer. Pero más allá del ruido de las redes sociales, entre la comunidad científica hay controver­sia y posiciones encontradas. “Exis­ten evidencias sugerentes en modelos experimentales, pero no tenemos evi­dencia en el caso humano. La infor­mación que hay es interesante, pero insuficiente en humanos”, resume Antonio Zorzano, jefe del laborato­rio de Enfermedades Metabólicas Complejas y Mitocondrias del Insti­tuto de Investigación Biomédica de Barcelona (IRB).

La hipótesis de las potenciales bo­nanzas del ayuno intermitente vie­nen de la experimentación animal. “Existe mucha información acumu­lada de que, si tú a un animal le ha­ces una restricción calórica, el 70% o el 50% de lo que solía comer, lo que sucede es que metabólicamente está más sano y es más longevo”, apunta Zorzano. Si el animal come menos, si le restringen las calorías de forma crónica, engorda menos, tiene menos tejido adiposo y esta menor adiposi­dad mejora otros parámetros: tiene menor resistencia a la insulina y usa más ácidos grasos en lugar de glucosa para producir energía (cetosis).

Pero toda esta cascada de fenó­menos metabólicos no es tan fácil­mente reproducible en humanos, conviene Francisco Botella, coordi­nador del Área de Nutrición de la So­ciedad Española de Endocrinología y Nutrición: “Para que un ser humano desarrolle cetosis tienen que pasar muchas más horas, y difícilmente con los patrones de ayuno intermitente se consigue la cetosis”. Una revisión científica publicada en la prestigio­sa revista New England Journal of Medicine admite que, si bien en mo­delos animales el ayuno intermiten­te “mejora la salud a lo largo de la vida”, “queda por determinar si las personas pueden mantener el ayuno intermitente durante años y poten­cialmente acumular los beneficios observados en modelos animales”.

Hipertensión y glucosa

Los expertos consultados coinciden en que donde más clara es la evidencia —aunque limitada— es en que con el ayuno in­termitente se puede perder algo de peso y, asociado a ello, bajar ligera­mente la hipertensión o los niveles de glucosa. “Pero no se ha demostrado que este beneficio metabólico impli­que un cambio en la calidad de vida o en la mortalidad. No hay estudios a más de un año”, apostilla Botella.

La falta de investigaciones a lar­go plazo en humanos lastra la capa­cidad para hacer recomendaciones. “El principio de prudencia me dice que esperemos. Por ejemplo, sabe­mos que existe una relación entre la fuerza muscular y la longevidad: con la edad, disminuye la masa muscu­lar y llega la sarcopenia [pérdida de masa, fuerza y funcionamiento de los músculos]. Me gustaría estar seguro de que este tipo de manipulación dietética no modifica la capacidad de tener fuerza muscular”, conviene Zorzano. Se ha descrito que el ayuno puede provocar también debilidad, deshidratación, dolores de cabeza, dificultad para concentrarse, presión arterial baja o desmayos.

Jordi Salas­-Salvadó, investigador de la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona y eminencia en el estudio de la dieta mediterránea, añade que el ayuno intermitente es una práctica “difícil de mantener con el tiempo”. Coincide Botella: “Es poco compati­ble con nuestra vida social. Fuera de ensayos, el abandono es altísimo”.

Valter Longo, bioquímico y uno de los grandes defensores del ayuno intermitente, diseccionó en un ar­tículo en Nature Aging la evidencia científica disponible y puso en valor que, según las investigaciones con humanos, esta técnica dietética “me­jora el sueño, atenúa el deterioro del rendimiento cardiaco inducido por la edad y la dieta, y mejora la presión arterial y la acumulación de lípidos”. Pero no obvió potenciales efectos ad­versos y sugirió: “El uso de este tipo de intervención debe limitarse a pe­riodos breves y aplicarse solo a per­sonas con enfermedades en las que se ha demostrado que el ayuno inter­mitente regular sea efectivo”.

No vale para todo el mundo, coin­ciden las voces consultadas. Está contraindicado en embarazadas, gente operada de cirugía bariátrica o del estómago, personas con algu­na patología de base, como la insu­ficiencia renal, o individuos vulne­rables a un trastorno de la conducta alimentaria. “El gran peligro es que lo practique alguien con contraindi­cación y nos encontremos entonces con una desnutrición en un pacien­te oncológico, un accidente grave en una persona diabética o una hipo­glucemia con una insuficiencia re­nal”, apunta Botella.

Matar al cáncer de hambre

El cáncer es uno de los campos donde el ayu­no intermitente busca reivindicarse. Longo es, precisamente, uno de los grandes defensores del papel de esta práctica en cuadros oncológicos. Su hipótesis sobre el papel es llamativa: propone matar al cáncer de hambre. “Si se priva de alimento a un paciente oncológico antes de someterlo a una quimioterapia, las células normales responderán levantando un escudo protector; en cambio, las tumorales desobedecerán la orden de protegerse y serán vulnerables, permitiendo eli­minar células tumorales mientras se reducen los daños en las sanas”, refie­re en su libro El ayuno contra el cáncer. Pero los oncólogos llaman a la pru­dencia.

Juan de la Haba, vocal de la Sociedad Española de Oncología Mé­dica, admite que las explicaciones me­canicistas enganchan, pero que hay que ir con cautela en la vida real. “Se justifica porque las células tumorales tienen más necesidad calórica y me­nos capacidad de adaptación a la rest­ricción, y la célula sana tiene menos requerimiento calórico y se adapta mejor a la restricción calórica”, apun­ta. Pero la evidencia es muy limitada: “Tenemos estudios en roedores que lo justifican, hay una línea preclíni­ca muy buena. Pero en el laboratorio hemos curado el cáncer desde hace tiempo. En estudios epidemiológicos, el ayuno tiene alguna relevancia, pero hay resultados contradictorios. No hay base científica sólida para hacer reco­mendaciones a los pacientes”.

El proceso es más complejo de lo que pudiera parecer e influyen mu­chas variables. “En los tumores, no todas las células tumorales están con la misma tasa metabólica. Las que tienen rápido crecimiento celular implican un alto consumo metabó­lico, pero suelen responder bien a la quimioterapia. La heterogeneidad tumoral y la de la población es tan grande que un mecanismo tan ge­neral como una restricción calórica es una estrategia llamada al fracaso”, zanja el oncólogo.

Estas prácticas pueden ser, inclu­so, contraproducentes para los pa­cientes. Algunos, que ya tienen sar­copenia y caquexia (pérdida de peso, masa muscular y debilidad), hacen ayuno y bajan más de peso, lo que puede agravar el cuadro. “La alimen­tación, además, desempeña un papel importante en el estado del bienes­tar físico, mental y emocional del pa­ciente. Y, a veces, comerse un trozo de tarta va acompañado de un senti­miento de culpa porque piensa que su enfermedad va a ir a peor”, lamen­ta De la Haba. Y añade: “Supone un sacrificio personal y suele acompa­ñarse de la compra de suplementos que no suelen ser baratos”.

Salas-­Salvadó coincide en que, en cáncer, la evidencia es “poca y los estudios son contados”. Y advierte: “Hay mucha gente charlatana que, a veces, puede hacer daño porque la gente con cáncer busca un milagro”.

Lo que sucede, triunfa o se cons­tata en el laboratorio con animales no siempre se replica en la vida de los humanos. Desde el punto de vis­ta bioquímico, admiten los expertos, las posibilidades del ayuno intermi­tente son “tremendamente intere­santes”, pero no necesariamente esas explicaciones se traducen lue­go en un beneficio para el pacien­te. En el mundo científico hay mu­chas dudas por resolver. Empezando por asegurar si el ayuno intermiten­te supone un beneficio real para el paciente. Y, si es así, qué tipo es el mejor, durante cuánto tiempo, con qué comida, quién se beneficiaría... Salas­-Salvadó admite sus reparos: “Soy escéptico del todo. Tengo se­rias dudas de que esto tenga un efec­to beneficioso a largo plazo. Pero lo encuentro superinteresante”.

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Sobre la firma

Jessica Mouzo
Jessica Mouzo es redactora de sanidad en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidade de Santiago de Compostela y Máster de Periodismo BCN-NY de la Universitat de Barcelona.

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