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MANERAS DE VIVIR
Columna
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Juan y Petra

Estos dos maravillosos animales del teatro enseñan que disfrutar de tu creatividad puede ser en sí mismo una bella vida

Los actores Petra Martinez y Juan Margallo.
Rosa Montero

Quizá 20 años no sean nada, pero 50 son muchísimos. Hace más de medio siglo que conocí a Juan Margallo, actor, autor y director teatral recientemente fallecido. Yo estaba ensayando una obra dramática con un grupo universitario dirigido por Antonio Castejón (también muerto) en el salón de actos del colegio San Juan Evangelista de Madrid, el mítico Johnny, otro triste cadáver, en este caso víctima de la especulación inmobiliaria. Y de pronto entró un hombre con un llamativo pelazo de apretados rizos negros y me preguntó si quería trabajar en un espectáculo de Tábano, su recién creado grupo teatral. La obra era Castañuela 70, se estrenó en junio de 1970 y terminó siendo legendaria dentro del teatro independiente; yo tenía 18 o 19 años y era una actriz nefasta, pero por entonces, dentro de la mugre del franquismo, a las chicas jóvenes las ataban en corto y no se metían en la farándula; los teatreros necesitaban mujeres, y con tal de encontrar a una dispuesta a la aventura les daba igual que su capacidad interpretativa fuera horrorosa. Y de ese modo entré en Tábano, la más joven del grupo (era una especie de mascota), junto a Juan Margallo y a su esposa, Petra Martínez, dos magníficos monstruos de la escena, dos genios totales.

Por generación y por temperamento no soy nada tendente a la nostalgia; vivo y me esfuerzo a vivir en el presente y detesto engolfarme en las añoranzas del ayer. Pero hay algo que te transporta inevitablemente al pasado, y es el fallecimiento de alguien querido. Envejecer no tiene la menor gracia, pero lo peor es que se te muera la gente cercana y que parte de tu mundo desaparezca, como cuenta Cristina Fernández Cubas en su precioso libro de memorias Cosas que ya no existen. La realidad, en efecto, se va borrando. Observa, por ejemplo, cuántas bajas hay tan sólo en las primeras líneas de este artículo: ya no están ni Juan ni Antonio, y la residencia universitaria San Juan Evangelista se derrumba, abandonada y ruinosa. Se amontonan las ausencias que el tiempo provoca. Digamos que me siento árbol de un bosque que está siendo talado.

Con Juan Margallo ha desaparecido alguien importante para muchas personas. No quiero alargarme detallando los logros profesionales; su labor, junto a Petra, ha sido absolutamente crucial dentro del teatro independiente de nuestro país. Formidable actor, director y creador, ha sido el alma de varios grupos a lo largo de los años. Pero lo más llamativo para mí es que, siendo tan importante como de verdad ha sido, el público en general apenas lo conozca. Aún más: tanto Petra como él han tenido que hacer una larga travesía del desierto y no fueron reconocidos oficialmente hasta muy tarde. Y cuánto, cuantísimo los admiro por eso. Creo que es lo que más me asombra de ellos: la capacidad de resistencia, la serenidad, la honestidad, la perseverancia, la bondad y la coherencia.

Margallo ha ganado dos veces el Premio Max, como mejor actor de reparto en 2003 y como mejor actor en 2006; su compañía, Uroc, obtuvo en 2011 la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, y en 2022 les concedieron, a Petra y a él, el Premio Nacional de Teatro. No está nada mal. Pero observa las fechas: su primer galardón es de 2003, y Juan nació en 1940. Es decir, tenía 62 años. A Petra le ha pasado algo parecido; mucho más popular ahora que Juan por sus trabajos en televisión y poseedora de un montón de premios, la fama y el reconocimiento le han llegado sobre todo a partir de 2008, cuando ya había cumplido 64 años. Y eso es lo maravilloso: que no se rindieron jamás, que no se lamentaron, que no se amargaron. Todos los que nos dedicamos a oficios creativos sabemos lo muy menesterosos que somos, lo necesitados del aprecio ajeno. Lo fácil que es perderse por esas heridas en la frágil autoestima. Pero ellos siguieron haciendo su trabajo, fieles a sí mismos y dando en todo momento lo mejor. Su historia es un cuento ejemplar, un consuelo para los artistas que se sienten mal mirados y mal queridos (son la mayoría). Parece cumplirse en Petra y Juan la conocida máxima latina de “quien resiste, vence”. Pero podría no haber sido así; a veces ni resistir funciona. Por eso lo que de verdad enseñan estos dos maravillosos animales del teatro, que siempre mantuvieron la básica virtud de la alegría, es que disfrutar de tu creatividad puede ser en sí mismo una bella vida. Adiós, admirado Juan. Te quiero, Petra.

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Sobre la firma

Rosa Montero
Nacida en Madrid. Novelista, ensayista y periodista. Premio Nacional de Periodismo y Premio Nacional de las Letras en España. Oficial de las Artes y las Letras de Francia. Animalista, antisexista y ecologista. Su obra está traducida a cerca de treinta idiomas.
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