Diecinueve millones
Viven en el infierno talibán y se nos han olvidado por completo, enterradas bajo la tragedia de la guerra de Ucrania | Columna de Rosa Montero
Malalai Joya tenía cuatro días cuando los rusos invadieron su país, Afganistán, el 25 de abril de 1978. Aquella guerra duró 14 años y ahora Malalai tiene 43. De niña vivió en los campos de refugiados de Irán y Pakistán; luego se hizo maestra y dio clase a niñas. La violencia y la injusticia que vio y sufrió hicieron de ella una estoica activista. En 2003, con 24 años, se plantó ante la Loya Jirga, la gran asamblea con la que las tribus afganas se regían antes de entrar en un sistema parlamentario, y les soltó un valiente y demoledor discurso denunciando la presencia de criminales de guerra en Jirga y exigiendo que se les expulsara y procesara. Sus palabras tuvieron una gran repercusión internacional y la hicieron famosa, pero la expulsada fue ella y desde entonces su vida está en peligro.
En 2005 se presentó al Parlamento por la provincia de Farah y salió elegida por abrumadora mayoría. “Dentro del Parlamento ni siquiera teníamos libertad de expresión; a mí me han pegado, me han amenazado con violarme…”, explica ahora Malalai por Zoom. Atentaron cuatro veces contra ella; tenía que dormir todas las noches en una casa distinta y estuvo más de un año sin poder ver a su marido. No sé de qué temple están hechas estas mujeres, de qué fuego y qué acero y qué luz, para poder mantener esa lucha feroz y desigual, esa digna bravura ante el peligro. Como las mujeres que ahora se siguen manifestando en Afganistán, que salen a las calles a exigir sus derechos: “Las detienen, las violan, las torturan, las matan. Hay que apoyarlas”, pide Malalai. Son 19 millones, viven en el infierno talibán y se nos han olvidado por completo, enterradas bajo la tragedia de la guerra de Ucrania. Nuestra memoria y nuestros corazones dan para muy poco.
En los tres años que fue parlamentaria (la expulsaron en 2007), Malalai no dejó de denunciar, con grave riesgo de su vida, la tremenda corrupción de su país, los crímenes contra los derechos humanos y en especial contra las mujeres, que el poder estuviera en manos de los señores de la guerra, una mafia de asesinos. “Por desgracia, todo lo que dije en aquellos años ha sido verdad”. Aquellos polvos trajeron estos lodos: el fracaso del Estado facilitó el regreso de los talibanes. “Pero a los poderes internacionales les da lo mismo negociar con criminales y terroristas, ya sean los señores de la guerra o los talibanes. A ellos sólo les interesa su propia agenda política. Lo disimulan hablando de paz. Pero la paz sin justicia no significa nada”.
Malalai está refugiada en España en algún lugar que no diré. Llegó hace algún tiempo, tampoco diré cuándo. Cualquier brizna de información puede suponer tortura y muerte para muchas personas que aún se encuentran en Afganistán. Sé, aunque ella no me lo ha dicho, que ha pasado unos meses muy malos, aquejada de estrés postraumático. Ya se va recuperando. Después de que la expulsaran del Parlamento, Malalai siguió haciendo activismo en su país. Utilizó el burka, “ese odioso y repugnante burka”, para eludir a los asesinos y ocultarse. Sus enemigos difundían mentiras sobre ella, “decían que yo me había ido a Occidente a vivir una vida de lujo, pero nunca me fui, y prometí que nunca me iría”. Una nube de pesar atraviesa su bello, expresivo rostro. “Y no quería irme, pero, si me hubiesen encontrado, me habrían matado sin ninguna duda”. Los talibanes estaban removiendo cielo y tierra para localizarla. “Mi familia y mis amigos insistieron en que me fuera”. Lo repite varias veces. Se ve que para ella es un dolor. “Mientras haya una sola persona en el mundo que no sea libre, yo no soy libre. Especialmente en mi país”. ¿Y qué podemos hacer? Los talibanes han prohibido que las niñas estudien más allá de los 12 años, “por eso queremos crear escuelas online, y llevar libros para las niñas debajo del burka, ese símbolo de la opresión que puede servir para introducir material escolar, y para todo esto precisamos fondos. Conseguir que una sola niña más sea educada es muy importante. Por favor, no os olvidéis de las afganas, de los grupos activistas, necesitan apoyo internacional, dinero”. Son 19 millones de mujeres, carecen de derechos y están solas. Si tú no las ayudas, ¿quién lo hará?
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