Sí a la vidorra
Me temo que Vox está manipulando las necesidades legítimas del campo para responder a intereses de caciques | Columna de Rosa Montero
La primera vez que vi de refilón el autobús bicolor con el estrafalario rótulo “Sí a la vida, sí a la caza”, creí que lo había leído mal. No me cabía en la cabeza que alguien pudiera sostener en serio semejante frikada. Pero sí. La política es un circo, y los nuevos políticos populistas, unos payasos. Pero, ojo, porque los payasos pueden acabar convertidos en asesinos, como Putin, que parecía tan chistoso cuando enseñaba musculitos, o como probablemente lo será Trump si regresa al poder y consigue destruir las salvaguardas democráticas de su país (ya se las pasó por las narices alentando el asalto al Congreso). También Hitler, con su bigotito de pacotilla, puro clown, y Mussolini, con su pomposidad hipertrofiada, daban mucha risa antes de dar miedo. Al final va a resultar que esas personas que le tienen fobia a los payasos son las más clarividentes.
Madrid se ha llenado con una muchedumbre que reclama más atención a lo rural, y me temo que Vox está detrás manipulando las necesidades legítimas del campo para responder a intereses de caciques. Y no es que los campesinos sean especialmente tontos, sino que las fake news nos revientan la cabeza a todos. Porque los mentirosos mienten muy bien, como cuando dicen que la muy necesaria ley de protección animal ataca lo rural. El campo, lo sé, sufre graves problemas. Acabo de volver del bello pueblo de Libros, en Teruel, una de las zonas más desiertas de España. Antaño, con las minas de azufre en funcionamiento, en Libros residían 1.000 personas. Ahora apenas hay 40. La escritora Maribel Medina (autora de la estupenda Trilogía de la Sangre) tuvo en 2019 la genial idea de crear la asociación Mi Pueblo Lee, para fomentar la lectura y la cultura en el medio rural. Entre otras cosas, lleva autores a las localidades pequeñas. Ya hay 47 municipios apuntados. En Libros participé en el rodaje de un documental realizado por Patxi Uriz que muestra la lucha de siete minúsculos pueblos de Teruel, muy castigados por el aislamiento, la despoblación y el envejecimiento, pero que no se resignan a desaparecer. En cuatro meses, Mi Pueblo Lee ha tenido más de seis millones de interacciones en prensa y medios sociales. Esta sí que es una manera maravillosa de apoyar lo rural.
Sí, el campo es un dolor y la España vaciada un abismo, como el viaje a Libros me ha recordado. La Política Agraria Común (PAC) es la partida más grande del presupuesto de la Unión Europea. Son 60.000 millones de euros anuales para el conjunto de los países que se supone que tienen que ayudar a agricultores y ganaderos y proteger la biodiversidad. Más de un tercio son pagos directos, y el dinero se entrega simplemente por hectárea poseída, es decir, favorece a los grandes terratenientes. Por eso durante años los más poderosos propietarios españoles se han repartido una lluvia de millones. Están todos los nombres rimbombantes (Entrecanales, Mora Figueroa, Domecq, la casa de Alba…) y otros no tan famosos, pero también riquísimos. De 2008 a 2014 en España se dieron 40.000 millones de euros a 900.000 personas. De media, los beneficiarios de la PAC recibieron cada uno 44.000 euros. Pero las empresas agrícolas de las 60 familias más ricas recibieron de media 1,1 millones de euros (datos del Fondo de Garantía Agraria; fuente: eldiario.es). El año pasado, el Ministerio de Agricultura introdujo cambios para comenzar a paliar la desigualdad, pero ya ven, esa longeva y flagrante injusticia apenas aparece en las reivindicaciones de los manifestantes. Se habla (y se miente) mucho más sobre la ley de protección animal.
Pero, en realidad, ¿qué les fastidia tanto de este proyecto de ley? Pues, en primer lugar, que les toca el bolsillo, porque los ricos son muy mirados para el dinerito. Por ejemplo, la ley aspira a regular los excesos de la caza con perros, y resulta que hay 500 familias que controlan con sus cotos de caza el 4,1% del territorio español, un espacio equivalente a Navarra, País Vasco y La Rioja juntas (fuente: El Mundo). No está mal como negocio, ¿no? Por no hablar de que se les limitaría un poco esa jaranera vida de cacerías y señoritos tan bien retratada en las películas de Berlanga. ¿De verdad creen las estoicas y olvidadas gentes del campo que estos tipos los van a defender? A mí me parece que, más que decir sí a la vida, lo que están diciendo es sí a su vidorra.
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