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Diez bosques españoles que miran a la costa norte para disfrutar en su máximo esplendor otoñal

Del artístico bosque de Oma, en Bizkaia, a las secuoyas gigantes del Monte Cabezón, en Cantabria, pasando por el hayedo asturiano de la Biescona o la isla gallega de Cortegada. Excursiones y paseos que no se olvidan de la gastronomía local

Bosques españoles que miran a la costa norte
El bosque de Oma, que a mediados del los años ochenta Agustín Ibarrola pintó cerca de su casa, en Kortezubi (Bizkaia), ha vuelto a recuperar el color y la vitalidad perdida.Luis Tejido (EFE)

Un sueño de ocres, rojos y amarillos dan colorido al otoño, cuando los bosques se ponen su mejor traje y los aficionados a la naturaleza forestal retiran la mantita, apagan el ordenador y se disponen a emprender viaje en busca de hábitats fascinantes de silencio y de paz.

Las 10 masas arbóreas que proponemos aquí, presentes en la costa norte española, entre Pontevedra y Gipuzkoa, invitan a la contemplación, dando rienda suelta al senderismo entre hayas, robles, arces, tejos, encinas e incluso secuoyas, tanto naturales como fruto de plantaciones comerciales. Nada tan inexplicablemente mágico como descubrirlos entre la niebla. La humedad marina, además, favorece el crecimiento y la pululación de helechos, musgos y líquenes.

La instalación migrante de Ibarrola

Los troncos del bosque de Oma, en Kortezubi (Bizkaia), fueron acabados de pintar por Agustín Ibarrola (recientemente fallecido a los 93 años) en 1985, convirtiéndose en una de las obras más iconográficas del denominado land art, el paisaje como soporte para el artista, en este caso inspirándose en la reserva de la biosfera de Urdaibai. El escultor y pintor decidió plasmar en un pinar próximo a su casa de Oma su particular diálogo con la naturaleza pintando un arco iris, una torsión de líneas blancas, ojos que escudriñan, perfiles humanos que corren y huyen conforme avanza el espectador. A cada conjunto de pinturas corresponde un punto estratégico, como una clave de bóveda, donde cobra un sentido el juego de perspectivas y colores, más nítidamente las geométricas.

Pero la obra de arte fue víctima de la peste del pino —el hongo llamado banda marrón—, razón por la que la Diputación Foral de Bizkaia decidió pintar una versión renovada de la obra de Ibarrola en 800 pinos situados en frente del bosque infectado, con las medidas y características exactas de las pinturas, aprovechando para plasmar conjuntos previamente perdidos y contando con el beneplácito de la familia Ibarrola y la ayuda de arquitectos, especialistas forestales y restauradores.

El nuevo Oma fue inaugurado el pasado 28 de octubre, y hoy ya puede uno asombrarse con los 34 conjuntos, a los cuales cada visitante puede añadir los suyos. Este paseo será, debido a la reciente muerte de Ibarrola, el mejor tributo a un genial artista luchador y comprometido. Una buena idea es fotografiar las composiciones dos veces: una dislocadas, y, luego, ensambladas en la retina. La explosión de color se justifica por el filtro neblinoso, tan habitual en otoño. Oma se puede visitar, siempre previa reserva, libre y gratuitamente, mientras que la visita guiada (10 euros) se realiza todos los sábados del año, más puentes y fechas señaladas, con un recorrido total de 2,8 kilómetros en 50 minutos.

Es buena idea reservar, de paso, la entrada a la cueva de Santimamiñe, situada cerca del aparcamiento de Santimamiñe. Este se suele llenar las fechas más turísticas, por lo que se aconseja esas jornadas usar el bus-lanzadera gratuito que comunica con Gernika-Lumo.

A la hora de comer no puede faltar el restaurante Lezika, espacioso, bien atendido y situado junto al aparcamiento. Una alternativa, de rústico encanto, es el restaurante Aboitiz, situado en el pueblín de Nabarniz. Para pernoctar, dos sugerencias nos llevan a Gautegiz Arteaga: la acogedora casa rural Ozollo y, para quien se lo pueda permitir, el Castillo de Arteaga, distinguido con el sello Relais & Châteaux.

El embrujo natural de las ‘fragas’

A tan solo tres kilómetros de estuario del río Eume, cerca de Pontedeume (A Coruña), crece uno de los bosques atlánticos de ribera mejor preservados de Europa, antesala del encantador monasterio románico de Caaveiro. Las exuberantes fragas (bosques autóctonos) que acompañan el cauce del Eume forman una selva caducifolia y heterogénea de robles, castaños, abedules, fresnos, tejos, arces, avellanos, y helechos de una veintena de especies.

Como la carretera de acceso, de ocho kilómetros, desde el Centro de Interpretación del Parque Natural de As Fragas del Eume ha sido muy castigada por los temporales, puede que sea transitable solo a pie (16 kilometros, ida y vuela), razón por la cual se aconseja consultar el acceso antes por teléfono a dicho centro, o bien a la Taberna de Caaveiro, situada a la sombra del monasterio. Si solo se puede acceder a pie se conseja hacerlo desde la antigua central hidroeléctrica de Ventureira (A Capela), puesto que solo la separan tres kilómetros del mosteiro por un precioso sendero circular apto para familias.

El parque natural de las Fragas del Eume, en Pontedeume (A Coruña).
El parque natural de las Fragas del Eume, en Pontedeume (A Coruña).Luis Cagiao (GETTY IMAGES)

Antes del alcanzar los restos del monasterio de San Xoán de Caaveiro habrá que negociar un fuerte repecho, cuyas piedras colocadas de canto recrean el pavimento original. Esta subida y el resto de la intervención del entorno del cenobio les hicieron acreedores a los arquitectos Isabel Aguirre de Úrcola y Celestino García Braña al Premio Europeo de Intervención en el Patrimonio Arquitectónico. Fundado por ermitaños trogloditas, al viajero no deja de sorprenderle la remota localización de este monasterio fundado en el siglo XI en un promontorio elevado sobre un meandro rodeado de una belleza montañosa y una vegetación abrumadora. Hay que fijarse en los contrafuertes que hubo que levantar para conseguir la nivelación del templo y su estupendo ábside. Nada más llegar deberemos apuntarnos a la visita guiada y gratuita.

Es inhabitual que estos parajes tan remotos como muy frecuentados sean merecedores de recomendaciones gastronómicas. Y sin embargo ahí está la hostelería heroica de la Taberna de Caaveiro, que ocupa la antigua Casa do Forno y cuyos bocadillos y torrijas, elaborados por Carmen Blanco y su hijo Martín Cisneros, han superado las fronteras gallegas. ¿Quién puede resistirse al bocadillo de tortilla con pisto y pesto, finalista en el congreso Madrid Fusión de 2019? De la frescura de los alimentos no cabe duda: el local carece de almacén. No se aceptan tarjetas de crédito, pero sí Bizum.

Nadie puede rechazar el sendero que nos remonta a tiempos eremíticos, que conduce de la iglesia al antiguo molino del monasterio y al puente de piedra sobre el río Sesín, un arrebatador escenario que aparece en la película El bosque animado (1987), de José Luis Cuerda. Cruzando el puente bajaremos después a la confluencia de los ríos Sesín y Eume, para desembocar después en el puente de Santa Cristina.

Sin salir de la comarca, Alberto Molares lleva 23 años al frente de la Casa do Castelo de Andrade, en un bonito entorno de bosques y prados y compuesta de tres acogedores edificios pertenecientes a la antigua granja del castillo de Andrade.

El hayedo a menor cota de España

Al requerir ecosistemas en altura, es inhabitual toparse con hayedos maduros próximos al océano, aún más si la intervención humana ha sido inexistente. Tal acontece en la sierra del Sueve, en el Oriente asturiano, con el hayedo de la Biescona, el de más baja cota sobre el nivel del mar en España, donde las hayas crecen a partir de 180 metros de altitud. Único hayedo, por tanto, donde la cota de los robles nace por encima de la de las hayas, ya que lo normal es que estas nazcan a 900 y 1.100 metros de altitud, en tanto que los robles lo hagan entre 200 y 500 metros sobre el nivel del mar. La mole del Sueve ejerce de barrera a la brisa marina condensándose las nieblas —borrinas, las llaman los autóctonos— en su cara norte.

La Biescona reúne todo cuanto exige una excursión montañera. El coche habrá que dejarlo en Pie de Potru, en el kilómetro 14,4 de la carretera AS-260 de subida al puerto de El Fito, a la altura de dos edificios de color rojizo. Así afrontaremos un desnivel de 450 metros en unas dos horas de caminata. Por lo embarrado del terreno —en otoño e invierno el suelo no se seca nunca—, se impone calzar botas de montaña y portar bastones de senderismo para remontar el arroyo de la Toya y la mina de hierro, activa hasta 1895. “Al colorido rojo y amarillo se une la caída de la hoja de las especies arborícolas caducifolias, que permite el avistamiento de aves como el camachuelo común o el trepador azul introduciendo frutos en los troncos viejos”, observa el biólogo Juancho Aspra. “También se puede sorprender a las ardillas llenando sus despensas de hayucos con vistas al invierno”, añade. Entre semana, sin tránsito de caminantes, no es extraño cruzarse con gamos, zorros y, con suerte, algún tejón, o al menos sus señales y huellas.

Un bosque en pleno otoño en el concejo asturiano de Colunga.
Un bosque en pleno otoño en el concejo asturiano de Colunga.Palmejani / Alamy / CORDON PRESS

Al comienzo de la ruta por la Biescona las hayas son altas, esbeltas, compitiendo apretujadas por la luz, mientras que al final los ejemplares, al disfrutar del sol sin rivalidades, presentan mayores grosores. Abundan los musgos y los helechos: tal es la humedad imperante. Poco antes de acabarse el bosque, a unos 3,5 kilómetros del comienzo, a mano derecha, se yergue La Fayona, cuyo perímetro del tronco supera los 5,3 metros, entre sus ramas crece un acebo, una de las muchas simbiosis que veremos en este hábitat de naturaleza desbordante.

Una alternativa más cómoda (es decir, cuesta abajo) pasa por dejar el coche en Pie de Potru y subir en taxi hasta el alto de El Fito, desde donde crestear 3,350 kilómetros por el sendero PR-AS71, hasta bajar por la cara que da al mar, unos 150 metros antes de la majada del Bustacu. Esta ruta a la Biescona por El Fito la programa el Centro de Interpretación de la Sierra del Sueve, situado en Gobiendes (Colunga), donde se experimenta una visita de 360 grados del mirador de El Fito mediante gafas de realidad virtual.

A la hora de comer, hay opciones en sendas vertientes de El Fito. En la costera contamos con los arroces de grano carnaroli —de gran absorción de sabores— que guisan en el restaurante El Mirador, en Lastres. Del interior, es obligado resaltar, en La Salgar (Arriondas, Parres), la alta cocina asturiana de Casa Marcial, distinguida con dos estrellas Michelin, el restaurante que vio nacer gastronómicamente a Nacho Manzano. Este otoño brilla en la carta su Consomé de Bosque, elaborado con castañas y trufa negra (menús degustación, sin bebidas: 120, 165 y 220 euros. Cierra del 19 de diciembre al 15 de marzo).

El encinar en su isla mediterránea

El monte Buciero, aledaño a Santoña (Cantabria), constituye uno de los grandes santuarios de la naturaleza forestal del Cantábrico, guardián del mejor encinar costero de España, pletórico de floresta y que manifiesta un excelente grado de conservación. Se trata de un bosque relicto, superviviente de épocas climáticas favorables entre glaciaciones, que crece en una península donde se recrean las condiciones del clima mediterráneo en un entorno atlántico.

“La presencia de encinas, cornicabras, laureles y madroños —todas especies propias del Mediterráneo— solo se explica por la roca caliza del Buciero, disuelta por la lluvia, que se filtra sin encharcarse generando como un queso Gruyère cuya sequedad engaña a las especies a pesar de las abundantes precipitaciones que registra el Cantábrico”, afina Luis Torralbo, coordinador del Centro de Interpretación del Parque Natural de las Marismas de Santoña, Victoria y Joyel, que habrá que conocer apenas se llegue al puerto de Santoña.

Al comienzo de la ruta se bordea los fuertes de San Martín y San Carlos (para Napoleón, el Buciero fue un enclave estratégico), para verse enseguida rodeado por una naturaleza prístina de mar y montaña. Desde el mirador de la Peña del Fraile se contempla la costa cántabra hasta el cabo Machichaco (Bizkaia), en un ecosistema donde cohabitan aves terrestres y marítimas: halcones peregrinos con cormoranes moñudos; gaviotas sombrías con alimoches.

Una vez en Cuatro Caminos, cuyo poste direccional suele desaparecer, tiraremos hacia la derecha para bajar al faro del Caballo, donde el monte Buciero se torna en altos acantilados de una atractivo natural sin límite. Los que se atrevan, puesto que la agotadora bajada exige cubrir 768 escalones, siempre con buen calzado. Quien no se vea con fuerzas, mejor que fotografíe el antiguo faro desde la batería de San Felipe, cuidando de no precipitarse al vacío.

Vista aérea del faro del Caballo, en el monte Buciero (Cantabria).
Vista aérea del faro del Caballo, en el monte Buciero (Cantabria).Tolo Balaguer (Alamy / CORDON PRESS)

De nuevo en Cuatro Caminos enfilamos hacia el interior por la Ruta Ecosistemas del Bosque, la vereda que enlazaba la batería de San Felipe con el fuerte del Mazo. La vegetación vuelve a recuperar volumen, densidad vegetal. Troncos finos y de gran altura para ser los primeros en alcanzar la luz en feroz competencia con el resto de especies. Desde un claro se divisan a gusto las dos cumbres del Buciero: a la izquierda, el pico Ganzo (378 metros de altitud) y, a la derecha, el pico Buciero (364 metros de altitud), visible desde el casco urbano de Santoña. Esta ruta circular suma en total ocho kilómetros, con una duración aproximada de tres horas, sin contar la bajada al faro del Caballo. En Naturea Cantabria programan visitas guiadas por el monte Buciero sin incluir dicha bajada.

De radical importancia es irse de Santoña habiendo comprado sus célebres anchoas de marcas como Arlequín, Don Bocarte y el Capricho, y en tiendas como Conservas Emilia, todo un clásico, o Don Bocarte. Para acabar reposándolo todo en la Terraza Nuevo Mundo.

Un bosque flotante en la ría de Arousa

En el fondo de la ría de Arousa y a tiro de piedra de la costa de Carril (Vilagarcía de Arousa), la densa boscosidad de la isla pontevedresa de Cortegada avisa de su excepcionalidad forestal en una superficie de 38 hectáreas. A ella se puede acceder en bajamar con el agua hasta la cintura, si bien, para evitar quedar atrapados en la isla por la subida de la marea, lo suyo es apuntarse a las visitas guiadas, de dos horas y media de duración, que organiza Corticata, empresa fundada en 2007, el mismo año en que la isla se integró en el parque nacional de las Islas Atlánticas de Galicia.

En estos recorridos guiados se espera a la pleamar para desplazarse en barca y conocer así los vestigios de la aldea habitada hasta 1910, la ermita remozada, así como una conjunción mixta de árboles: roble, castaño, pino piñonero, espino blanco y salgueiro (sauce) en la zona interior. Hay dos rutas para realizar por libre, ambas llanas: una principal de 2,1 kilómetros de extensión y otra perimetral, de tres kilómetros.

Vista de la isla de Cortegada (Pontevedra).
Vista de la isla de Cortegada (Pontevedra).Formatoriginal / Alamy / CORDON PRESS

“Para el deslinde de fincas gallegas era tradicional plantar laureles debido a su rápido crecimiento y el poder darle forma de seto; gracias a ello se conserva, en la parte oeste de la isla, el mayor bosque de laurel en la Europa Occidental”, afirma el alma de Corticata, Luis Ángel Gómez. De fuste delgado, desarrollan gran altura y proyectan una densa sombra puesto que compiten en un corto espacio por la luz que ilumina las Rías Baixas. Durante el paseo se facilitan lupas para escrutar los líquenes y se hace hincapié en la presencia de 800 especies de setas y hongos.

Como complemento a Cortegada, una visita a los huertos de la afamada almeja de Carril, en la desembocadura del río Ulla. Se llevan a cabo obviamente en bajamar, y pueden realizarse a traves de la asociación de mariscadoras AmarCarril. Ellas explican los viveros de almejas atendidos por parquistas, mayoritariamente mujeres; dirigen un taller de marisqueo y acompañan a la lonja y a alguno de los restaurantes de la localidad. En verano se suma a estas actividades la visita a la isla por el antiguo camino de carros. Conviene incorporar a esta excursión el nuevo y espectacular mirador abierto en la cima del monte Xiabre.

El Bar Caramuxos, en Carril, cumple ampliamente las espectativas a la hora de degustar almejas, entre otras raciones. Buena relación calidad precio mantiene también el restaurante A Castelara, fundado en la antigua aduana del puerto carrileño y en el que no se puede pasar por alto las habas con bogavante. Muy a mano queda A Esmorga-Posada del Mar, íntima y cercana al hotel Carril, dotado con modernas instalaciones.

Frondas en plena ciudad

Si por algo tildan a Gijón de Perla Verde es, en buena medida, por su Jardín Botánico Atlántico, tematizado en el mundo vegetal de ambas orillas de Atlántico (la europea y la americana), donde se representan, entre otros ecosistemas, las masas forestales características del clima cantábrico rodeadas por la expansión urbanística gijonesa. Una joya hermosa y singular. En el trayecto por su 20 hectáreas escogeremos, tras un kilómetro de caminata desde la entrada, La Ruta de los Bosques Naturales, un recorrido “de montaña” indicado con hitos de piedra a través de cuatros bosques característicos de la Europa templada. De vez en cuando se realizan visitas guiadas por La Ruta de los Bosques Naturales (consultar la agenda en la web del jardín), bien entendido que al jardín se accede también con la Visit Gijón Card. En apenas un kilómetro de circuito circular contemplaremos una de las alisedas ribereñas mejor conservada de la Cornisa cantábrica, la que acompaña al río Peñafrancia. Árbol que muere en la aliseda, tronco que se queda para generar humus forestal y ser pasto de larvas de insectos, hongos, bacterias y otros organismos descomponedores. Alisedas quedan pocas, al ocupar terrenos ricos en nutrientes (muy demandados por los labradores).

Una de las zonas del Jardín Botánico Atlántico, en Gijón.
Una de las zonas del Jardín Botánico Atlántico, en Gijón.Aurelio Florez (Alamy / CORDON PRESS)

La Carbayera de El Tragamón es un lugar repleto de belleza, declarado monumento natural por sus 300 Quercus robur de porte majestuoso y con hasta 400 años de edad. Este tipo de roble, que se extiende más allá de los límites del jardín botánico, cubría antaño las zonas bajas de las costas cantábricas. Comprobaremos el contraste entre los robles silvestres y los sujetos a actividades humanas, como la producción de carbón vegetal a partir de las podas. Le sigue en la ruta un bosque mixto, una selva del mundo templado por donde vuelan zorzales, mirlos, herrerillos, carboneros. Como mandan los cánones en otoño, el amarillo lo pintan las hayas y el tono rojizo, los robledales. Podemos ajustar el tiempo que reste disfrutando del lago y los canalillos del romántico Jardín de la Isla, de finales del siglo XIX, con su colección de cedros y 50 tipos de camelias, las plantas encargadas de dar colorido a los jardines durante los meses fríos.

El barrio que rodea el jardín está repleto de merenderos, entre los que se puede citar Casa Yoli, de reputadas tortillas y platos de cuchara. Por su parte, La Casona de Cefontes destaca por el mimo que imprime Cristina Sanz en cada una de las dependencias del hotel.

Un coloso de nombre Avó

California tiene secuoyas; Galicia, formidables eucaliptos, pese a la mala prensa que tiene esta mirtácea dedicada a la producción papelera. Hubo tres periodos, entre 1880 y 1912, en los que se plantaron los eucaliptos de Chavín buscando la productividad forestal gracias a la fertilidad del terreno y al clima benigno que determina la proximidad de la ría de Viveiro. Algunos de los 583 ejemplares repartidos en 1,8 hectáreas constituyen hoy los eucaliptos más altos y de mayor envergadura de Europa.

'Avó' (Abuelo), el eucaliptus más grande de Souto da Retorta, en la aldea de Chavín (Galicia). La imagen es de antes de que se instalara una valla perimetral para que nadie se acerque al árbol.
'Avó' (Abuelo), el eucaliptus más grande de Souto da Retorta, en la aldea de Chavín (Galicia). La imagen es de antes de que se instalara una valla perimetral para que nadie se acerque al árbol.Xurxo Lobato (COVER / GETTY IMAGES)

Para fotografiar los del Souto da Retorta, en la aldea de Chavín, situada en el municipio de Viveiro (Lugo), solo hace falta seguir un kilómetro el camino, bien acondicionado, apto para familias y flanqueado por la ribeira del río Landro y un canal de derivación. Es fácil reconocer los cinco troncos como casas, puesto que el eucaliptal fue clareado en derredor y se colocaron bancos. Este monumento natural de copas cónicas tiene como principal representante al Avó (Abuelo), de medidas superlativas y estampa insólita, plantado con semillas australianas entre 1880 y 1886: 61 metros de alzada (y eso que ha decrecido estos últimos años), un diámetro de 2,5 metros, algo más de 11 metros de perímetro, lanzando la sombra formidable de sus enramadas de 76 metros cúbicos de volumen. Su verticalidad empequeñece y obliga a forzar la nuca. Para impedir que niños y mayores lo abracen y compacten el terreno, asfixiando sus raíces, se ha colocado una cerca perimetral de madera que no impide recrearse en las dimensiones del tronco. Los eucaliptos colindantes se elevan algo más que el Avó, pero a costa de perder envergadura.

Conviene seguir después el camino hasta la central eléctrica de principios del siglo XX, a través del bosque atlántico que ha acompañado desde el comienzo. Hay que calcular una hora y media de paseo. Después recobraremos fuerzas con los chuletones del Mesón Pumariño. Dentro del centro histórico de Viveiro es tradicional pedir los huevos rotos con pulpo y la ensalada de bonito en el mesón O’Recuncho.

El arboreto mundial

Paisaje otoñal en el Arboreto de Liendo (Cantabria).
Paisaje otoñal en el Arboreto de Liendo (Cantabria).Asociación Cultural Bosques de Cantabria

Coqueto, de amplia riqueza botánica y situado al pie de la carretera nacional 634, el Arboreto de Liendo (Cantabria) ha conseguido, en tan solo 1,5 hectáreas, ser objeto de incontables miradas curiosas por sus árboles procedentes de los cinco continentes, que se suman a los restos del antiguo robledal, con especímenes centenarios y bicentenarios. Unos 80 árboles muestran placa identificativa; son ejemplares jóvenes, plantados en los años noventa del siglo pasado. Entre ellos, acacias negras, cedros del Atlas y del Himalaya, arces tridentes o guayabos de Brasil, por citar algunos. Con la llegada del otoño el arboreto se transforma y ciertas especies muestran sus mejores galas. “Es el caso del tulípero de Virginia o árbol de los tulipanes, que torna sus verdes hojas en llamativos tonos amarillos, o del liquidámbar americano o el japonés arce palmeado, cuyo follaje adquiere un intenso color rojo que destaca entre el verdor del arboreto”, describe el biólogo Clemente Rasines, presidente y fundador de la Asociación Cultural Bosques de Cantabria, entidad que gestiona el Centro de Interpretación del Bosque, que ocupa la ermita de San Roque, antaño hospital de peregrinos.

En verano, desde el centro de interpretación se realizan a diario visitas guiadas para el público en general, mientras que el resto del año se organizan solo para grupos. En el barrio de Haza se encuentra la linajuda Posada La Torre de la Quintana, integrada en el Club de Calidad Cantabria Infinita.

Quien suba al cercano monte Cerredo (Castro Urdiales) podrá conocer cerca de la cumbre el bosque de hayas cántabro más cercano al mar.

El tejo, árbol singular de Gipuzkoa

El carácter arbolado y montañoso del parque natural de Pagoeta, en Aia (Gipuzkoa), viene de alguna forma a paliar la humanización de la costa guipuzcoana, puesto que se halla tan solo a unos siete kilómetros del mar, así como de la autopista AP-8. Primero acudiremos al caserío de Iturraran, sede del Centro de Interpretación del Parque Natural de Pagoeta. Todo el caserío se ve rodeado por un espacioso y denso jardín botánico que se puede recorrer tranquilamente a la vuelta: el día 8 de diciembre es la última oportunidad del año para asistir a la puesta en marcha del conjunto ferromolinero de Agorregi, que retomará su actividad el 3 de marzo de 2024.

Excursionista por el parque natural de Pagoeta, en Aia (Gipuzkoa).
Excursionista por el parque natural de Pagoeta, en Aia (Gipuzkoa).JUAN CARLOS MUNOZ (Alamy / CORDON PRESS)

Alcanzada la parta alta del pueblo de Aia embocamos la Ruta de los Tejos de Pagoeta (SL-Gi 4003), de trazo circular, cuyos siete kilómetros, muy llevaderos, salvan un desnivel de 350 metros en unas dos horas y media de marcha. Nos internamos así en una de las zonas con mayor presencia de tejos del Cantábrico, que se regenera estupendamente por la ausencia de ganado. El tejo es una conífera asociada al misticismo y al culto pagano, presente al lado de muchas iglesias, especie heráldica por excelencia en Gipuzkoa y peligrosa por las sustancias tóxicas que contiene; en los tejos hembras germinan los arilos, unas bolitas rojas como bayas.

Atravesaremos algunas plantaciones realizadas a partir de 1956 en la vertiente de Laurgain, de las que la Diputación Foral de Gipuzkoa compró 500 hectáreas. Del mirador de Burnigurutze, con sus encinas, atravesaremos la falla de Azcorte —un minicañón en el que se ve cómo se ha descolgado la roca caliza—, para después, siempre rodeados de tejos jóvenes, bordear el nevero vallado de Sagastizabal. “Impresión” es la palabra mágica que enseguida traslada al montañero la visión del tejo de Behorbarruti, declarado árbol singular de Gipuzkoa, por sus 14 metros de altura y unos 350 años de edad. Queda después las centenarias “Hayas bravas” (salvajes, sin trasmochar) de Elutsaundi, que necesitan tres personas para abrazar sus troncos. Y tras diversos ejemplares de alerce y abeto, desembarcaremos en el bar Iturriozena, de Aia, picando y tomando txikitos (chatos de vino).

Los gigantes de Cantabria

Aunque técnicamente es una plantación industrial en el municipio cántabro de Cabezón de la Sal, lo aceptamos como bosque, aparte de por sus posibilidades senderistas y fotográficas por el hecho de estar protegidos sus 848 ejemplares bajo la figura de monumento natural de las Secuoyas del Monte Cabezón. Todo nació en los años cuarenta del siglo pasado, cuando la autarquía pedía a gritos ser autosuficientes, también en el sector maderero, de todo lo cual resultaron estas plantaciones con fines comerciales de abetos, pinos, eucaliptos y, en menor medida, secuoyas sempervirens, los árboles más altos del mundo, que se alargan, lineales, esbeltos, la copa piramidal hacia el cielo —los altísimos señores del paisaje, que diría el poeta José Bergamín—. Su rugosa corteza, ignífuga y antibacteriana, fue muy usada para la elaboración de muebles y traviesas de ferrocarril, por no hablar de las casas construidas en California durante la fiebre del oro. Su desarrollo los primeros años es vertiginoso, entre los primeros 4-10 años de vida crecen a razón unos 1,80 metros anualmente.

Una excursionista por el monumento natural de las Secuoyas del Monte Cabezón.
Una excursionista por el monumento natural de las Secuoyas del Monte Cabezón.Tolo Balaguer (Alamy / CORDON PRESS)

En esta masa forestal de 2,5 hectáreas no hay un itinerario marcado (ni papeleras); es por ello esencial bajarse el folleto de Turismo de Cabezón de la Sal. Existen dos aparcamientos, uno en la CA-135, el más utilizado, y otro, sin señalizar, el de la Tejeda, en la CN-634. Si aparcamos al borde de la CA-135, se deberá caminar unos 200 metros por una senda peatonal hasta la entrada principal. Acto seguido se ve la pasarela de madera adaptada para personas con limitación de movimientos. Una vez en el corazón del bosque bajaremos, entre cipreses, por unos peldaños naturalizados (resbaladizos bajo la lluvia) que dejan en la zona más hundida del monobosque, donde los ejemplares de secuoya más voluminosos levantan al cielo sus troncos de color rojizo; durante estas fechas, al caer las hojas de los cercanos robles americanos, la luz atraviesa la fronda ayudando a crecer a estos gigantes.

Por lo umbroso del terreno, apenas hay sotobosque y resulta escasa la fauna, como no sea alguna ardilla o algún sonoro pájaro carpintero. Son secuoyas bebés que miden solo de 35 a 45 metros de alto, con un perímetro medio de los troncos de dos metros, y que tienen solo 80 años, casi nada, un instante apenas, en una especie con una esperanza de vida de entre mil y dos mil años. Existen varias sendas adyacentes a las secuoyas para ver acebos, eucaliptos, abetos, robles y castaños. Calcular una hora de paseo a lo largo de un par de kilómetros.

Una vez de regreso a la entrada es buena idea tomar el vial que lleva al mirador del bosque en su conjunto. Naturea Cantabria organiza visitas guiadas gratuitas a la parcela de secuoyas (la próxima, el 9 de diciembre).

La excursión acaba, esta vez con el coche, tomando en el pueblo de La Hayuela la pista forestal que nos encarama a la ermita de San Esteban, situada en la cima del Monte Corona y que sirvió tradicionalmente de faro a los pescadores. La rodea un bosque autóctono y cuenta con un área recreativa y un mirador de privilegio en el que están marcados sobre la piedra los hitos costeros, como quien observa un gráfico.

En el pueblo de Caviedes, cerca de las secuoyas por autovía, atraen las alubias y el cocido montañés de Casa Cofiño (ir solo con reserva). Perfectas para reponerse del paseo y del frío.

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