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Por el valle de Cabuérniga entre secuoyas gigantes, fuentes encantadas y pueblos de cuento en Cantabria

El monumento natural del Monte Cabezón, un cocido montañés en Bárcena Mayor, pequeñas aldeas donde brilla la arquitectura popular y la magia de los hayedos y robledales del parque natural de Saja-Besaya. Pura España Verde

Bosque de secuoyas del monumento natural del Monte Cabezón, entre las localidades Cabezón de la Sal y Comillas (Cantabria).
Bosque de secuoyas del monumento natural del Monte Cabezón, entre las localidades Cabezón de la Sal y Comillas (Cantabria).Daniel Garrido (GETTY IMAGES)

A mediados del siglo pasado alguien soñó un bosque mágico de árboles gigantes que solo crecían en la costa del Pacífico de Norteamérica y que brotaría a pocos kilómetros del mar Cantábrico. Aunque las imponentes secuoyas ya se habían introducido tímidamente en algunos países del Viejo Continente, en Cantabria se apostó a lo grande y el resultado fue el bosque de esta especie de mayor extensión de Europa: 850 ejemplares de Sequoia sempervirens que se elevan hacia el cielo en dos hectáreas y media entre las localidades de Cabezón de la Sal y Comillas.

Así, la visita (gratuita) al monumento natural de las Secuoyas del Monte Cabezón se puede calificar de experiencia gratificante y única de inmersión en la naturaleza, que algunos viajeros escenifican con abrazos a los troncos de metro y medio de perímetro y una altura media de 36 metros. Los accesos al bosque están admirablemente conseguidos mediante pasarelas de madera que se internan en una ladera donde, por muchos visitantes que haya los fines de semana, reina un silencio respetuoso que imponen estos gigantes de cuento. El efecto que produce la combinación de colores —el verdor de las hojas, el ocre de troncos y ramas, el marrón rojizo de un suelo que se diría de almohadilla y tan placentero de hollar—, la penumbra solo rasgada por la luz que a duras penas penetra entre las copas de las secuoyas… Todo un bálsamo para la mente atribulada.

Una senderista contempla los árboles gigantes en el monumento natural de las Secuoyas del Monte Cabezón (Cantabria).
Una senderista contempla los árboles gigantes en el monumento natural de las Secuoyas del Monte Cabezón (Cantabria).Tolo Balaguer (Alamy)

Estamos muy cerca del esplendoroso valle de Cabuérniga, y la primera población que nos encontramos hacia el sur, en dirección al parque natural Saja-Besaya, es Ruente. A unos 10 kilómetros de las grandes secuoyas, este es un encantador pueblecito de unos mil habitantes rodeado por las estribaciones de la cordillera Cantábrica. Cuenta con un puñado de casonas renacentistas y el notable palacio de Mier, pero su principal reclamo es La Fuentona, un arroyo que brota de una cueva a las afueras de la villa, hogar de la anjana, esa hada benéfica de la mitología cántabra que abre o corta el caudal a su antojo y que, según la leyenda, custodia un tesoro templario. El riachuelo discurre a través de un bosque y cruza el pueblo bajo un puente medieval sostenido por nueve arcos que configura su postal más típica.

Puente medieval de nueve arcos sobre el río Ruente, en la localidad homónima.
Puente medieval de nueve arcos sobre el río Ruente, en la localidad homónima. Tony ALS (Alamy)

Antes de continuar la ruta, el restaurante Ciclo Ruente, a un lado de la generalmente tranquila carretera general, sirve unos aperitivos estupendos en su atractiva terraza. Es recomendable, cómo no en Cantabria, una ración de rabas o de riquísimas anchoas.

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Siguiendo dirección sur, los 20 kilómetros que separan Ruente de Bárcena Mayor podrían sugerir un corto trayecto, pero la ruta comarcal —siempre en paralelo al río Saja—, más estrecha y sinuosa a medida que nos acercamos al parque natural de Saja-Besaya, llevará al menos un par de horas, porque en el camino hay varios lugares de interés. Entre la belleza de las montañas circundantes y los bosques de hayas y robles brotan poblaciones tan atractivas como Barcenillas, Terán, Selores o Renedo, pequeños núcleos de casas montañesas bien conservadas, y maravillas naturales como las cascadas de Lamiña.

Una de las cascadas de Lamiña, pueblo del municipio de Ruente, en el valle cántabro de Cabuérniga.
Una de las cascadas de Lamiña, pueblo del municipio de Ruente, en el valle cántabro de Cabuérniga. Julen Arabaolaza (GETTY IMAGES)

Por fin aparece, a 500 metros de altitud y a orillas del río Argoza, uno de los pueblos más hermosos y singulares de España: Bárcena Mayor, con apenas 80 habitantes en invierno, que se multiplican en épocas de vacaciones o incluso los fines de semana. Alojarse en el único establecimiento de la aldea, la posada rural Reserva Verde, permite admirar en soledad esta joya de arquitectura montañesa al anochecer y a primeras horas de la mañana, tras un desayuno muy completo junto a la chimenea del comedor que incluye algún hojaldre regional, como las corbatas de Unquera.

Todo Bárcena Mayor es un casco histórico; un paseo entre las callejuelas flanqueadas de casas de piedra bien restauradas, y mejor embellecidas por los lugareños que adornan sus balconadas de madera con plantas y flores, nos conducirá a la iglesia de Santa María, del siglo XVII, cerca del antiguo lavadero público. La prohibición de entrada en el pueblo de vehículos que no sean de residentes o huéspedes del alojamiento es una medida que agradecerán no solo los paseantes sino también quienes quieran obtener fotografías de auténtica postal añeja. Algunas casonas albergan en su planta baja el taller de un artesano de la madera o una coqueta tienda de productos de la zona: orujo, miel, queso picón algo más suave que el Cabrales de la vecina Asturias…

Casas tradicionales con balconadas de madera adornadas con plantas en una calle de Bárcena Mayor (Cantabria).
Casas tradicionales con balconadas de madera adornadas con plantas en una calle de Bárcena Mayor (Cantabria).Jose Miguel Sanchez (Alamy)

La historia de Bárcena Mayor se remonta a los siglos IX o X y muchos aseguran que es el pueblo más antiguo de Cantabria. Y también figura entre los más remotos; de hecho, es el único núcleo urbano dentro de los límites del parque natural Saja-Besaya. Nada más cruzar el puente de piedra sobre el río se pueden emprender varias rutas de senderismo de diferente duración: hacia el pueblo de Los Tojos, el alto de la Cruz de Fuentes o el Pozo de la Arbencia, donde se unen las aguas de los ríos Hormigas y Fuentes, por veredas que discurren entre hayas, robles, castaños, tejos, abedules, avellanos o fresnos… No es inusual observar desde el camino ciervos, corzos, zorros e incluso jabalíes. Y también es el territorio del lobo, que por estos lares nunca ataca al hombre.

A la hora de comer, lo suyo es encargar un contundente cocido montañés ―con alubias blancas, berza y un compango de chorizo, tocino, costilla y morcilla― en alguno de los cuatro restaurantes del pueblo, todos de calidad y precios similares: El Puente, La Solana, Río Argoza o La Jontana. Los golosos no deberían dejar de probar el espléndido arroz con leche de postre.

La nostalgia por la belleza dejada atrás asalta al viajero apenas parte de Bárcena Mayor, una sensación que se combate divinamente si de vuelta a Santander se toma en la localidad de Valle la carretera regional 182 en dirección noroeste, que nos traslada hasta Carmona, a solo 26 kilómetros y entre los valles del Saja y del Nansa.

Mirador del Ribero, con vistas al pueblo de Carmona (Cantabria).
Mirador del Ribero, con vistas al pueblo de Carmona (Cantabria).Jose Manuel Castillo (EyeEm / GETTY IMAGES)

Al igual que Bárcena Mayor, el pequeño municipio de Carmona (170 habitantes) está en la lista de la Asociación de los Pueblos más Bonitos de España. Y es que sería suficiente su visión desde la carretera que desciende al valle para justificar tal galardón. De nuevo entre casonas de piedra sobre arcadas y con balconadas edificadas entre los siglos XVI y XVIII, como el palacio de los Díaz de Cossio, Calderón y Mier, antiguo parador de turismo y hoy hotel Arha Casona de Carmona. La tranquilidad y el sosiego que brinda la contemplación de edificios sobrios y hermosos y la naturaleza que los acoge embargan al visitante. Normalmente, en medio de un silencio que solo se rasga con el tolón de los cencerros de las vacas tudancas.

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