Dos valles de Cantabria
Recorrido por Carmona y Tudanca, entre prados. chimeneas humeantes y casonas con balconadas de las que cuelgan los geranios

En lo alto del puerto de Palombera, unos caballos salvajes invaden la carretera olisqueando plácidamente el asfalto. Está atardeciendo y el sol cae sobre el jergón de nubes que cubre las montañas, aunque por encima el cielo brilla todavía con un raro color turquesa. Todo es tan perfecto que me quedaría aquí siempre, pero más allá esta vía CA-280 que tomé en Reinosa se adentra hasta el valle de Cabuérniga, entre los ríos Saja y Nansa, por el fértil territorio de bosques y collados que forma el parque natural del Saja-Besaya en el corazón de Cantabria, y es un auténtico paraíso para caminantes.

Entre paredes verdes y barrancos, la carretera va abriéndose paso hacia el norte siguiendo el curso del río Saja. Cerca de la curva que indica el puente del Pozo del Amo hay un breve aparcamiento desde donde parte una de las rutas que sube a los Puertos de Sejos. El camino discurre en un rumor de agua entre la espesura multicolor de un hayedo adornado de robles, avellanos, fresnos y acebos; cruza por varios puentes las cascadas del agua y llega hasta las montañas de Campoo. Como hace siglos, desde la primavera hasta el verano, los pastores suben con sus reses tudancas hasta los pastos de los collados a 1.500 metros de altura, donde hay menhires y grabados con más de 4.000 años de antigüedad. Junto a la carretera, y antes de llegar al pueblo de Saja, está el centro de interpretación del parque en la antigua casa forestal, con abundante documentación sobre los itinerarios por los espacios naturales de la comarca. A partir de aquí se suceden los pueblos encantadores con casonas de piedra y chimeneas humeantes: El Tojo, Fresneda, Renedo, Valle, Sopeña, Barcenillas.
Es una delicia vagar en bicicleta de uno a otro por los caminos llanos de las mieses, bajo la mirada atenta de vacas que sestean o pastan tras los vallados. Así descubro rincones como el de Terán, donde entre la iglesia y las ruinas de las antiguas escuelas se yerguen varios castaños centenarios a los que sus paisanos han puesto nombre: El Duende, La Hoya, Cuatro Patas.
Bajo el puente medieval de Ruente pasan, cuando quieren, las aguas de La Fuentona, que aparecen y desaparecen en un fenómeno geológico que, como todo lo inexplicable, tiene sus propias leyendas. A las afueras, un camino señalizado se adentra en el robledal del monte Aá, que tiene hermosos ejemplares de roble y haya catalogados en el inventario de árboles singulares. La Casa del Monte es el punto de partida para varias rutas que recorren las densas masas de roble y haya en Ucieda, tapizadas de musgo y líquenes y aderezadas con sauces, castaños, abedules y arándanos. También aquí hay árboles singulares como el Roble Tumbado en la Ruta de los Puentes, una de las más populares, cuyas pasarelas de madera van cruzando de una orilla a otra los arroyos del río Bayones. Siguiendo carretera hacia la cabecera del Saja, cerca ya de Cabezón de la Sal, se puede pasear entre gigantes milenarios por el bosque de secuoyas, declarado monumento natural.

Sendero empedrado
En las estribaciones del parque, Bárcena Mayor presume de ser el pueblo más antiguo de Cantabria; en las balconadas de sus casas montañesas siempre hay geranios salpicando de color las calles, donde aún se ven tradicionales lavaderos, hornos o pajares. Desde su puente de piedra del siglo XVI, un sendero empedrado sube por un umbrío robledal hasta los pastos de Ozcaba, atravesando arroyos y hayedos. Desde Bárcena también parte el camino que lleva al Alto de la Cruz de Fuentes, cuyo largo trazado atraviesa muchos de los ecosistemas del parque natural y pasa por el Pozo de la Arbencia; allí, el río Argoza salta en cascadas para unir sus aguas al Hormigos y el bosque se puebla de arándanos. Al otro lado del hermoso valle de Polaciones, junto al río Nansa, el conjunto histórico-artístico de Tudanca presta su nombre a la raza bovina autóctona de la zona.
El escritor José María de Pereda ambientó su famosa novela Peñas arriba en esta localidad -que en la obra se llama Tablanca- y en su Casona de los Libros; una recia construcción del siglo XVIII donde su último propietario, el académico y crítico José María de Cossío, alojó por temporadas a toreros como Sánchez Mejías o Juan Belmonte, y también a escritores como Alberti, Lorca, Guillén, Unamuno o Cela. Hoy es un museo que alberga algunos lienzos de pintores como Solana o Zuloaga, una biblioteca con más de 25.000 volúmenes antiguos y modernos, y el archivo de manuscritos autógrafos. Desde Tudanca parte el Camino Real, una ruta que pasa por las mieses y acompaña el curso del Nansa por su bosque de ribera. Carmona, entre los dos ríos, también conserva preciosos ejemplos del barroco montañés en iglesias y casonas, y desde los miradores de su collada el tapiz verde del valle se despliega hasta la sierra del Escudo y se divisa la silueta afilada de los Picos de Europa.
Ana Esteban es autora del libro de relatos Peces de charco (Editorial Baile del Sol).
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