Muere Agustín Ibarrola, el creador que convirtió el arte en una lucha contra el franquismo y ETA
El pintor y escultor, esencial en la vanguardia española, ha fallecido a los 93 años en el hospital de Galdakao. Encarcelado por la dictadura y perseguido por los terroristas, su vida estuvo marcada por su compromiso político
Hace menos de un año, en la última edición de Arco, Agustín Ibarrola centró la atención de los visitantes a la feria de arte contemporáneo con unas delicadas esculturas hechas de migas de pan que modeló en el penal de Burgos, donde estuvo encarcelado entre 1962 y 1965 por su lucha antifranquista. Aquellos prototipos representaban su deseo de seguir creando pese a la adversidad, y su convicción en unos ideales, primero contra el régimen franquista, después contra el terrorismo de ETA, que marcaron toda su carrera. El artista y pintor ha fallecido este viernes a los 93 años en el hospital de Galdakao, rodeado de su familia. Las pequeñas esculturas de pan, aunque no eran piezas nuevas, pero sí poco conocidas, se convierten ahora casi en la despedida perfecta de un artista que, aún privado de libertad, siguió creando en solidaridad con los compañeros presos, que eran quienes le suministraban la miga suficiente para que él ensayara nuevas formas escultóricas.
Ibarrola fue uno de los artistas esenciales en la vanguardia española de la segunda mitad del siglo XX. En plena dictadura, en 1957, formó parte de ese grupo de creadores que formaron el Equipo 57, centrado en el arte abstracto geométrico. Su trabajo artístico siempre estuvo acompañado del activismo político. Como miembro del Partido Comunista fue detenido en 1962 y juzgado, por un tribunal militar, a nueve años de encarcelamiento. Dentro de la cárcel de Burgos, donde creó las esculturas de pan, también siguió pintando y dibujando numerosos papeles y telas finísimas alusivas a la represión, la tortura, la cárcel y la lucha antifranquista.
Cuando salió de la cárcel continuó con su carrera y creó los grupos artísticos de la Escuela Vasca, Gaur, Emen, Orain y Danok. No dejó la militancia, y volvió a la cárcel dos años después, en el 67, esta vez en el penal de Basauri (Bizkaia), donde permaneció hasta 1969.
Con la llegada de la democracia, cayó sobre él lo que denominó “otra dictadura”. “El terrorismo ha mordido fuerte sobre mí. Llevo dos guerras a cuestas, dos dictaduras: la franquista y la terrorista”, explicaba en una entrevista en EL PAÍS en 2015, cuando presentó su proyecto en Muñogalindo, un refugio en la finca de Alfonso Melgar, en la dehesa de la Garoza (Ávila), uno de sus últimos grandes proyectos.
A Ibarrola lo persiguió la extrema derecha en el 75, cuando incendió su caserío-estudio, situado en Gametxo (Ibarrangelua), y ETA, después, con diversos ataques a sus obras de arte. El terrorismo vasco siempre fijó su diana en su arte para tratar de silenciarlo. Como consecuencia, el artista tuvo durante varios años el acompañamiento de escoltas. El delegado del Gobierno en el País Vasco, Denis Itxaso, ha destacado este viernes el “gran vacío” que deja la muerte de Ibarrola en el arte, pero también en el “compromiso democrático” frente al terrorismo.
Su activismo no decayó pese a todo. El Bosque de Oma es una de las representaciones más conocidas de Ibarrola y uno de esos lugares que ETA convirtió en el centro de sus ataques. Sufrió dos, en 2000 y 2003, como represalia a la militancia contra la banda que adoptó el artista. La misma suerte corrió su almacén en Gernika. Pero Ibarrola continuó con su trabajo. Solo una plaga, que afectó al 80% de los árboles, consiguió que el proyecto que inició a principios de los años ochenta tuviera que cerrarse de manera temporal para salvar a las coníferas, ejemplo de cómo el arte puede encontrar continuidad en la naturaleza.
El artista vasco comenzó pintando una línea blanca sobre los árboles de una plantación cercana a su casa en Oma, hasta que creó una gran obra sobre las cortezas de unos 700 pinos, sus lienzos. Y también uno de los grandes reclamos turísticos del País Vasco. Recientemente, se inauguró el nuevo Bosque de Oma, en Gernika, una de sus obras más relevantes, ahora con una nueva vida gracias a su hijo Jose Ibarrola.
El Bosque de Oma, como su trabajo con traviesas de ferrocarril, son la continuación de sus primeras investigaciones plásticas con el Equipo 57. Ibarrola es el creador de un lenguaje propio con la naturaleza. Conversaba con las rocas, les pintaba bocas para poder escucharlas mejor. “A veces en las grietas les pongo labios para demostrar que tienen boca. No pinto piedras, las veo como un volumen total, como esculturas”, explicó en este diario. El artista tuvo una conexión especial con el medioambiente: “En un paisaje intervienen desde la historia hasta las creencias culturales o mitológicas. Al incorporar la pintura, la naturaleza adquiere otras atmósferas y el paisaje se transforma”.
En sus obras aparecía también su infancia en los años treinta en Basauri, en el seno de una familia obrera, con el uso del hierro del paisaje industrial al que sumó la naturaleza y el carácter totémico que se fue repitiendo en sus piezas de una profunda verticalidad. Ibarrola se inspiró en las pinturas paleolíticas de las cuevas de Santimamiñe, en el valle de Oma donde vivía, además de incorporar culturas ancestrales como los dólmenes o las construcciones célticas.
Los últimos años los ha pasado retirado de la escena pública debido a su salud. Estaba en sus tierras vascas, las que a veces le impidieron respirar, pero a las que siempre recurrió cuando le quitaban ese oxígeno. “Pertenezco a mi tierra vasca y a mis tierras españolas, a muchos lugares del mundo, a los que vives y a los que conoces intelectualmente. Me considero internacional. No necesito tanto el País Vasco para respirar, que a veces ni me han dejado”, contó en EL PAÍS. Estaba convencido de que había cumplido como ciudadano, pero hasta el final tuvo una duda. “No estoy seguro de que haya cumplido con lo que quiero: crear hasta el final, ¡coño!”. Aquellas pequeñas piezas de migas de pan de Arco son el epitafio y la confirmación de que de alguna manera siguió creando hasta el final.
Babelia
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