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Senderismo en el rojo hayedo de Saja y mucho más

El otoño es uno de los mejores momentos para adentrarse en uno de los hayedos más extensos de Europa. Aunque más allá de las caminatas por el parque natural cántabro de Saja-Besaya hay que dejar tiempo para comer un rico cocido montañés y visitar pueblos como Bárcena Mayor, Mazcuerras y Cos

Hayedos en el parque natural Saja-Besaya, el más extenso de Cantabria.
Hayedos en el parque natural Saja-Besaya, el más extenso de Cantabria.Miguel Olivares (Getty) (Getty Images)

El bosque mágico, de cuento de enanitos, brujas, hadas buenas y lobos ha mudado su gama de verdes casi infinitos al rojo, naranja y dorado: el otoño ha llegado de pleno al hayedo de Saja, uno de los más extensos de Europa. Aunque es muy improbable que el viajero se tope con pequeñas criaturas del bosque y hechiceras, los lobos no aúllan muy lejos y una anjana, el hada de la mitología cántabra, sueña muy cerca del bosque, en la Fuentona del pueblo de Ruente. Este hayedo se encuentra englobado en el parque natural Saja-Besaya, 24.500 hectáreas que dibujan el mayor espacio protegido de Cantabria, casi en el mismo centro de la comunidad y a lo largo y ancho de las cuencas hidrográficas de estos dos importantes ríos.

Si durante el resto del año un verdor apabullante impregna el parque, es en las semanas previas al invierno cuando las hojas no solo de las hayas sino también de los arces y robles del frondoso bosque recuerdan al neoyorquino Central Park, pero a lo bestia.

El parque tiene un par de accesos ideales de donde parten varios senderos de estremecedora belleza que pueden recorrerse en excursiones de pocas o varias horas. Una de las puertas al bosque del Saja-Besaya es Bárcena Mayor, el único pueblo situado dentro del espacio protegido, a 29 kilómetros al sur de Cabezón de la Sal. Y el segundo acceso es por la Campa de Ucieda, un aparcamiento a 11 kilómetros de Cabezón y al que se accede desde el pueblo por una estrecha carretera comarcal que discurre en paralelo al río Bayones y que anticipa el espectáculo que en seguida envolverá al caminante en los senderos.

Una senderista en el monumento natural de las Secuoyas del Monte Cabezón.
Una senderista en el monumento natural de las Secuoyas del Monte Cabezón.TOLO BALAGUER (ALAMY / CORDON PRESS)

Lo mejor es dejar el vehículo en la Campa y caminar unos pocos metros para penetrar en el hayedo por una de las dos veredas circulares que arrancan en este punto: la Ruta de Hayacorva y la de los Puentes, de 13 y 15 kilómetros, respectivamente. En cualquier caso, estas siempre pueden acortarse a voluntad para retornar a Ucieda desandando lo andado. Ambas rutas trepan por laderas que no superan un desnivel de 300 metros y se internan en la espesura de un bosque cuya banda sonora la compone el arrullo del río Bayones, tributario del Saja, y una gran cantidad de torrentes que hay que cruzar sobre pequeños puentes de madera, a menudo cubiertos de líquenes y musgo. Si hay suerte, entre la frondosidad de hayas y robles podrá escucharse el canto del urogallo o la berrea de los ciervos si aún no ha pasado el mes de octubre.

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Paisaje otoñal en el parque natural Saja-Besaya (Cantabria).
Paisaje otoñal en el parque natural Saja-Besaya (Cantabria).JAVIER FERNÁNDEZ SÁNCHEZ (GETTY IMAGES)

Hay muchas otras rutas posibles para disfrutar de la belleza del Saja, de diferente grado de dificultad, pero en general muy llevaderas si uno se encuentra en un estado de forma física normal. Así, desde Bárcena Mayor, y una vez cruzado el puente sobre el río Argoza, se puede emprender la ruta hacia la Poza Negra y Fuente Clara, de siete kilómetros y muy poca dificultad. También se puede ir hasta el refugio de Ozcaba pasando por la ermita del Carmen, una caminata de 20 kilómetros de ida y vuelta y un desnivel de hasta 660 metros, para después continuar hasta el Alto de los Cabreros, para lo que habría que trepar unos 200 metros más de altura, o a la cascada del río Hormigas y el Pozo de Arbencia, en un paraje entre castaños, tejos, abedules, avellanos y fresnos.

Además de los ciervos, corzos y jabalíes, ocasionalmente en el parque natural Saja-Besaya pueden verse lobos, inofensivos casi siempre para el hombre, no así para el ganado, de ahí las pancartas que cuelgan de muchos de los ayuntamientos del cercano valle de Cabuérniga pidiendo que se supriman las restricciones para su caza. Mucho más improbable es ver algún oso pardo.

Cocido montañés para reponer fuerzas y una visita a los pueblos

Después de una jornada de caminata en el bosque hay que saciar el hambre. Lo más adecuado en esta zona es hacerlo con un tradicional cocido montañés, que lleva alubias en vez de garbanzos, y que puede disfrutarse a precios muy económicos en varios restaurantes de los pueblos cercanos, como Casa Fito o Casa Enrique, en Ucieda, y El Puente o La Solana, en Bárcena Mayor.

Una de las calles del pueblo de Bárcena Mayor, en el valle de Cabuérniga (Cantabria).
Una de las calles del pueblo de Bárcena Mayor, en el valle de Cabuérniga (Cantabria).ANGELINES CONCEPCIÓN (ALAMY / CORDON PRESS) (Alamy Stock Photo)

Desde Ucieda, de vuelta hacia Santander o a Cabezón de la Sal, la población más grande de la comarca, hay que detenerse en Mazcuerras, donde vivió desde los 13 años la escritora Concha Espina, tres veces propuesta para el Premio Nobel de Literatura, y en el pueblito adyacente de Cos. En Mazcuerras merece la pena echar un vistazo a varias casonas montañesas ilustres, como la de Nicolás Hoyos Calderón, del siglo XVIII, que perteneció a la familia de la escritora, o el palacete y la Finca Las Magnolias, de un atractivo estilo ecléctico de finales del XIX y que habitó otra mujer de letras: Josefina Aldecoa.

“Tiene el cielo una intensidad de azul rara en Cantabria; a través de una atmósfera de limpidez exquisita, todo el valle y los montes se abarcan de una sola mirada desde el balcón”, escribe Concha Espina en su novela La niña de Luzmela (1909) —nombre con el que también se conoce a Mazcuerras en honor a la autora—. Una reflexión que también puede hacerse el viajero desde la planta alta de una de las casonas si el día está despejado y la bendita lluvia, artífice principal de la belleza de estos paisajes, ha firmado una tregua.

La iglesia de San Martín, del siglo XVII, y la ermita de San Roque, del XVIII, son dos buenas muestras de arquitectura religiosa en el pueblo, que pueden visitarse antes de desplazarse hasta Cos, a orillas del Saja y a solo kilómetro y medio de Mazcuerras. De nuevo las casonas montañesas, algunas con soportales sostenidos por arcos de medio punto, destacan entre las calles de Cos, que cuenta también con una torre gótica del siglo XIII y la ermita de Cintul, cuyos orígenes se remontan al XII.

El puente medieval de nueve ojos en la localidad de Ruente.
El puente medieval de nueve ojos en la localidad de Ruente.TONY ALS (ALAMY / CORDON PRESS)

Lamiña, con sus preciosas cascadas a tres kilómetros del pueblo; Ruente, donde se erige el Palacio de Mier y vive la anjana en la fuente donde brota el caudal que puede cruzarse por un bien conservado puente medieval; Selores, Terán o Renedo son otras poblaciones que pueden visitarse en el camino, sin olvidarse, por supuesto de la joya de Cabuérniga, Bárcena Mayor, ese pueblo de postal protegido como conjunto histórico-artístico y que en otoño retorna a la calma, el sosiego y la comunión con la naturaleza que en los meses estivales ha jeringado el turismo masivo.

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