La Costa da Morte y otros seis paraísos gallegos
De Fisterra a la Ribeira Sacra, maravillas naturales que parecen sacadas de otro planeta, entre acantilados salvajes, bosques flotantes y cañones que se hunden en la tierra
Costas salvajes, bosques flotantes, faros rodeados de misterio, cañones que se hunden en la tierra. Galicia esconde maravillas naturales que parecen sacadas de otro planeta, y territorios donde el lobo sigue siendo el rey.
1. Playas, faros y bosques flotantes
PARQUE NACIONAL DAS ILLAS ATLÁNTICAS
Los romanos ya se dieron cuenta de que estos pequeños archipiélagos atlánticos eran algo extraordinario; tanto, que las bautizaron como las islas de los dioses. Cuatro grupos insulares –Ons, Cíes, Sálvora y Cortegada– forman hoy el parque nacional das Illas Atlánticas, un entorno natural frágil y protegido (tiene acceso restringido, con un número limitado de visitantes diarios), que sigue siendo tan bello y salvaje como hace dos milenios. Mirando una foto podríamos pensar que estamos en el Caribe, pero no: estamos en Galicia, en las Rías Baixas, y las temperaturas cambian.
La única que está habitada todo el año es Ons, donde se conservan petroglifos del siglo IV antes de Cristo. Este archipiélago se completa con otra isla, la de Onza, y un pequeño grupo de islotes. Ofrecen escarpados acantilados pero también de playas resguardadas, como la de Melide, alejada del puerto y nudista, muy popular por su blanco arenal y su aspecto salvaje. En Ons podemos degustar también uno de los mejores pulpos de Galicia en la Casa Acuña, familiar y con terraza con vistas.
A las Cíes se llega en barco a la isla de Monteagudo, unida a Faro (de manera artificial) por un dique y (de forma natural) por la playa de Rodas, fabuloso arenal de aguas transparentes y estampa recurrente del parque nacional, refugio de gaviotas y, bajo el agua, de caballitos de mar, pulpos y chocos. Para ver el espectáculo paisajístico desde los –la costa de las Rías Baixas, el Atlántico infinito…– hay que subir al faro principal de la isla de Faro. No hay hotel donde alojarse, pero sí un campin que está de lo más demandado.
Más al norte, en la boca de la ría de Arousa, está la isla de Sálvora. Aunque se encuentra a solo tres kilómetros de tierra firme, el viento ha modelado la costa dejando playas salvajes y muy poca vegetación. Es una isla muy pequeña que puede recorrerse a pie con el aliciente de visitar su histórico faro.
Y por último está Cortegada, a la que se conoce como el bosque flotante –vista desde lejos parece que un grupo de árboles haya crecido sobre el mar–, una que isla presume del mayor bosque de laurel de Europa. Hay poco más: un pueblo abandonado desde hace más de un silgo y la ermita de los Milagros, del siglo XVII.
2. Vistas desde el fin del mundo
CABO FISTERRA (A CORUÑA)
Los romanos pensaban que Fisterra era el fin del mundo y sus acantilados se asomaban peligrosamente al borde de la tierra. Actualmente, los peregrinos que llegan a Santiago de Compostela prolongan su caminata unos kilómetros más para admirar la puesta de sol sobre el inmenso océano desde el propio cabo Fisterra, donde en otros tiempos se ubicada, según la leyenda, el Ara Solis, un sol construido por los fenicios, hallado por los romanos y que, supuestamente, el apóstol Santiago ordenó destruir. Está habitual combinación gallega entre la tradición pagana y el cristianismo ha dado origen a otro mito: la creencia de que el cáliz y la hostia del escudo de la bandera de Galicia son, en realidad, la imagen de la caída del sol sobre el mar.
El punto principal de Fisterra es su faro, que alerta a los marineros de la proximidad de esta costa peligrosa que ha dejado miles de naufragios, y al que se puede acceder por una carretera o caminando desde el pueblo. Alberga en su interior una exposición sobre el edificio y su entorno. La tradición manda contemplar el ocaso desde aquí –como hacían fenicios y romanos– y, hasta no mucho también, que los peregrinos quemasen aquí sus botas (se ha prohibido por el riesgo de incendios).
Fisterra no es un buen sitio de playa –el océano bate con fuerza la costa–, pero sí se puede disfrutar de la imagen de arenales, los juncos y esa sensación de mar abierto. Entre las más bellas están la playa de Mar de Fóra, peligrosa para el baño por sus corrientes, y la de O Rostro, prácticamente virgen, aunque la más popular es Langosteira: dos kilómetros de arena en los que sí podremos bañarnos. Para pernoctar hay un hotel (Semáforo de Fisterra) justo en el faro, con una buena terraza para ver la puesta de sol.
3. El faro de los naufragios
CABO VILÁN (A CORUÑA)
El cabo Vilán, uno de los símbolos de la Costa da Morte, con sus olas embravecidas y sus peligrosas rocas, es un espectáculo único, con acantilados de vértigo de más de 100 metros de altura. En la punta que se adentra en el mar se construyó, en 1896, el primer faro con luz eléctrica de España. El faro de Vilán se yergue 25 metros para hacer visible su cañón de luz hasta 55 kilómetros mar adentro. Con él se intentó reducir el número de víctimas de este peligroso litoral. Actualmente el faro cuenta con un complejo anexo de planta cuadrada que alberga el centro de interpretación, cuya sala de exposiciones recorre la historia de este y otros faros, testigos de los naufragios que ocurrieron cerca de ellos. Se conserva también el faro Vello, que funcionaba con aceite, pero cuya luz se encontraba con algunas rocas que provocaban puntos ciegos y limitaban su alcance, por lo que los accidentes marítimos continuaron.
El estado del mar no hace recomendable el baño, pero la visión del mar salvaje y de los arenales, algunos de ellos vírgenes, son más que suficiente para disfrutar de la visita, incluso en un día de viento.
4. El gran espectáculo del bosque atlántico
PARQUE NATURAL FRAGAS DO EUME
A pocos kilómetros de A Coruña, el río Eume ha creado un bosque en el que parece que, de un momento a otro, vayan a surgir duendes y meigas. El paraje, hoy declarado parque natural de Fragas do Eume, es un exuberante bosque atlántico de más de 9000 hectáreas, prácticamente único en Europa por su excelente conservación y biodiversidad, encajonado en cañones de hasta 300 metros de altura. En gallego fragas significa bosque cerrado, con diferentes especies. En este hay más de 500, como alcornoques, robles, castaños, abedules… y hasta helechos de la Era Terciaria. Un paraíso para que vivan centenares de aves, salmones, truchas y hasta 40 tipos de mamíferos, que van desde nutrias a corzos.
Hay dos sendas muy interesantes en el parque: la que sigue el río Eume, que cubre más de 80 kilómetros, y la del río Senín, un afluente que los monjes utilizaban en el Medievo para mover las ruedas de los molinos, de los que aún quedan los restos. En el siglo XI fue fundado el monasterio de Caaveiro, al que llegó poco después un eremita, San Rosendo, que encontró aquí el aislamiento que buscaba. En verano hay visitas guiadas para ver los restos que se conservan: una portería-campanario, las celdas de los monjes, una parte de la iglesia y las cocinas. Si es el momento de reponer fuerzas, podremos hacerlo ahí mismo, en la Taberna de Caaveiro.
El cercano monasterio de Santa María de Monfero, del siglo XII, se encuentra en una localización menos espectacular, pero impresiona su gran portada gótica. En el Museo Etnográfico A Capela podemos conocer cómo eran las antiguas casas de labranza y los objetos cotidianos de la vida rural gallega. Y desde allí podremos adentrarnos en un evocador camino medieval hasta el monasterio de Caaveiro, atravesando las Fragas.
5. Paisajes consagrados al vino
RIBEIRA SACRA
Entre Lugo y Orense, los ríos Sil y Miño avanzan creando fantásticas gargantas navegables. Son el eje vertebral de un paisaje salpicado por monasterios al que en la Edad Media se le llamó Rivoira Sacrata. Actualmente, esta región está consagrada al vino (y ahora al turismo), con denominación de origen Ribeira Sacra. Hay diversas bodegas que ofrecen visitas y catas, como la de Regina Viarum, con magníficas sobre el río Sil. Afluente del Miño, este cauce se ha abierto paso salvando un desnivel considerable (500 metros en unos 25 kilómetros), horadando el terreno hasta formar un cañón cuyo plácido caudal del río, regulado por embalses, recorren actualmente catamaranes turísticos desde los que se contemplan los viñedos. Las rutas fluviales por los cañones del Sil zarpan de Santo Estevo y Doade (la que surca Miño parte de la localidad de Belesar).
Para apreciar la grandeza del paisaje de la Ribeira Sacra, y su originalidad, hay que asomarse también a los miradores del Sil: a casi todos se llega en automóvil, pero conviene hacerlo también a pie, aunque sea el último tramo. Uno de los más populares es el mirador Balcones de Madrid (en Parada del Sil), desde el que los gallegos veían partir a sus familiares hacia la capital española. Los miradores de Cividade y Cotarro, próximos uno del otro, impresionan por cómo sobresalen sobre el río. Y también el mirador do Castro, que se adentra en los cañones del Sil mediante una pasarela. Hay más: el mirador de Soutochao o del Carretero, en Doade (Sober), que permiten contemplar los viñedos, y en la pasarela del río Mao, afluente del Sil, descubrir la frondosidad de la Ribeira Sacra en un tranquilo paseo apto para niños.
Junto al vino (y el paisaje), la otra seña de identidad de este paraíso natural son los monasterios, que se dispersan entre bosquecillos y pueblos tranquilos. Uno de los más espectaculares es el de Santo Estevo de Ribas de Sil (Nogueira de Ramuín), convertido hoy en Parador. En sus tres claustros, uno románico, uno gótico y otro renacentista, se disfruta de un recogimiento abrumador. A unos 20 kilómetros la naturaleza parece adueñarse de la iglesia y el monasterio de Santa Cristina, del siglo IX, abandonado tras la desamortización. La siguiente parada es San Pedro de Rocas, en el municipio de Esgos, un cenobio único cincelado directamente en la roca. Aquí vivían monjes desde el siglo VI, y es uno de los templos cristianos más antiguos que se conocen. Dos paradas igualmente interesantes son el monasterio de Xunqueira de Espadanedo, declarado Monumento Nacional, y el de Santa María de Ferreiro, en Pantón.
6. Refugio prerromano
OS ANCARES Y O COUREL
Valles de castaños entre ríos y arroyos, y cumbres aisladas en las que se refugiaron los pueblos celtas huyendo de los soldados romanos. Así son los paisajes recónditos de la sierra de Os Ancares (parque natural) y la de O Courel, en la frontera que comparten Lugo, Asturias y León. Son paisajes que ya han desaparecido en el resto de Galicia, pero aquí siguen siendo refugio para osos pardos, corzos y jabalíes. La zona sufrió un desolador incendio en 2017 pero hay muchos rincones que se salvaron de las llamas y son un paraíso del senderismo.
Pedrafita do Cebreiro es una de las paradas imprescindibles del Camino de Santiago y los peregrinos atraviesan la aldea todo el año, incluso en invierno, pese a la nieve. Sus 1.500 habitantes contemplan, desde los casi 1.000 metros de altitud del pueblo, las montañas que se extienden en el horizonte. La foto más típica es la de las pallozas, típicas viviendas de origen prerromano que han estado habitadas hasta hace muy poco. Con forma circular, las paredes están hechas de piedra y el tejado de paja. Aunque parezca a punto de derrumbarse, una palloza está construida de tal forma que puede durar en pie hasta 20 años y no permite filtraciones de agua. Una de estas pallozas acoge, en Piornedo, el museo etnográfico Casa do Sesto. Otra parada clave en este paisaje agreste y remoto es el monasterio de San Xiao, en Samos, a orillas del río Sarria, complejo de edificios de diferentes estilos y épocas desde el siglo VI, y que desde el siglo XII es también hospedería.
En Fogoso do Courel, en pleno corazón de la sierra, podremos fotografiar los tejados de pizarra asomándose entre los árboles o el borque virgen de una dehesa, de enorme riqueza natural. Y en Piornedo podremos hacer la foto más típica de los Ancares: una decena de pallozas bien conservadas ya que, hasta hace bien poco, se utilizaban como refugio para los animales. De aquí parte una ruta de senderismo hasta el pico más alto de Lugo, el Mustallar, que forma parte de la red de itinerarios pedestres bien señalizados de la zona –unos más duros que otros– que recompensan el esfuerzo con vistas impresionantes.
7. Donde Galicia toca techo
PENA TREVINCA
Al este de la provincia de Ourense, Galicia toca techo. Pena Trevinca es un espacio natural protegido que supera los 2.000 metros de altura. Un sitio solitario y salvaje, donde aún quedan restos de glaciaciones y, no muy lejos, cumbres como Cabeza Grande, más conocida como Cabeza de Manzaneda, donde se encuentra la única estación de esquí de Galicia, a 1.800 metros de altura. En los meses fríos estos parajes se cubren de nieve, pero en verano están alfombrados de magníficos prados para los caballos salvajes y otros animales que parecen olvidar que el hombre no está muy lejos. Pena Trevinca (2.127 metros), Pena Negra (2.123 metros) y Pena Surbia (2.122 metros) son los tres picos más altos de la zona, un paisaje de alta montaña con valles, roquedales y riachuelos durante el deshielo. El aislamiento ha permitido conservar bosques centenarios, como el Teixadal de Casaio, en Carballada de Valdeorras. Y antes que estas masas forestales de tejos, mucho antes, ya estaban ahí los lagos de O Celo y A Serpe, testigos de la época glaciar que moldeó estas montañas.
A Pena Trevinca acuden tanto montañeros como observadores del cielo: por su limpieza, sin contaminación lumínica ni otro tipo de distorsiones, y por su altitud, desde 2015 está reconocida como destino starlight por la Unesco, es decir, un punto óptimo para la observación astronómica. Pero resulta igualmente fascinante para los interesados en la etnografía, pues se trata de uno de los rincones de la Península donde mejor se han conservado las tradiciones. A 30 kilómetros de Manzaneda, en Castro Caldelas, una fortaleza del siglo XIV reconvertida en el palacio de los Condes de Lemos acoge actualmente el Museo Etnográfico y de Arquitectura Popular. Desde allí se accede a la Ruta de los Molinos, de unos 5 kilómetros, que sigue, entre castaños, el cauce del río Edo entre castaños.
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