El arqueólogo de las semillas
El botánico Esteban Hernández lleva más de 40 años rescatando especies vegetales al borde de la extinción, de la quinua de los incas al granado de los andalusíes. Ha recorrido el mundo en busca de plantas olvidadas, estudiando su historia, recolectando sus semillas y defendiendo su futuro.
Escondida entre los laberintos del Jardín Botánico de Córdoba y a la sombra de unas barbudas palmeras se encuentra lo que Esteban Hernández denomina “la UCI de la naturaleza”. Un edificio de laboratorios y despachos en cuyo interior, semillas de unas 3.300 especies de plantas hibernan en inmensas neveras a 20 grados bajo cero. Fuera, a 30 grados, los invernaderos albergan cientos de brotes, dispuestos sobre mesas que parecen camillas, listos para repoblar el campo. Al frente de la unidad está Hernández, director del Banco de Germoplasma Vegetal Andaluz (BGVA): el encargado de tomarle el pulso a la flora.
El BGVA, un banco de ADN vegetal, almacena material genético de las prácticamente 4.000 especies de plantas que existen en Andalucía, principalmente en forma de semillas. También de aquellas que se encuentran al borde de la desaparición, señala Hernández, ingeniero agrónomo de 70 años. Junto a su equipo, ha recorrido la comunidad autónoma recogiendo semillas con las que revivir las 270 especies de la flora vascular andaluza que se encuentran actualmente en situación crítica. Ya llevan 226. Ha subido al Mulhacén a rescatar la manzanilla de Sierra Nevada. Ha viajado a la isla de Alborán para repoblar el jaramago de Alborán. Y se ha pateado las calas del cabo de Gata en busca del romero blanco.
Pero el trabajo de Hernández abarca más allá de Despeñaperros. Hernández ha recorrido unos 70 países del mundo estudiando, catalogando y recolectando todo tipo de plantas. Ha colaborado en unas 400 publicaciones y 23 libros, que irá apilando sobre su escritorio durante la entrevista. Fue miembro del equipo fundador del primer banco de germoplasma de España, junto con el legendario profesor César Gómez Campo, en 1974. Fundador del Jardín Botánico de Córdoba, secretario general de la Asociación Internacional de Jardines Botánicos y asesor del Ministerio de Agricultura y Medio Ambiente en gestión de la biodiversidad, durante casi 50 años de carrera Hernández ha presenciado cómo la acción del ser humano ha empujado a muchas plantas a la desaparición: “Yo he asistido a la extinción de especies”, asegura. Según el Real Jardín Botánico, un tercio de la flora de la península Ibérica sufre algún tipo de amenaza. “España está florísticamente en peligro de extinción”, sostiene Hernández. El cambio climático, la explotación del medio natural y las especies invasoras han causado una criba en la flora silvestre. “Nos quedan las especies vulgares”, explica Hernández. “Nosotros hacemos lo que se ha hecho con el lince ibérico, pero con plantas”.
La falta de interés por parte del público y las instituciones han hecho de este lugar algo ignoto. “Somos un museo que nadie visita. Pero el patrimonio está aquí”, asegura Hernández, señalando la inmensa colección de semillas. Y eso que España es uno de los países con mayor biodiversidad floral de Europa: más de la mitad de todas las especies europeas se encuentran en territorio español. Y muchas están exclusivamente en territorio español, que cuenta con unas 1.800 especies de flora endémicas, un tercio de la flora total (950 de ellas en Andalucía). Por eso el trabajo de organismos como el Banco de Germoplasma Vegetal Andaluz es cada vez más importante.
Francisca Herrera, jefa de unidad del BGVA, transita los laboratorios atestados de semillas —en frascos, en cajas, en bolsas, en petris— ilustrando el viaje que recorren. Las semillas llegan al BGVA recolectadas por sus investigadores, explica, principalmente porque la especie en cuestión está en estado crítico o porque las reservas conservadas en el banco están mermadas. Y es que las semillas no solo entran al banco, también salen: cada año el BGVA recibe unas 200 peticiones de semillas. Una vez llegan al banco, se limpian, se catalogan y se secan. A continuación, una parte del material se pone a germinar para ser sembrado, ya sea en el campo o en el Jardín Botánico. La otra se envía a las cámaras frigoríficas subterráneas. Así, si una especie se extinguiera, se podrían descongelar y plantar años después. Por ejemplo, en 1999, la Junta de Andalucía pidió al BGVA que repoblase el jaramago de Alborán, que estaba al borde de la desaparición. Las semillas que lo revivieron habían sido recogidas por Gómez Campo, mentor de Hernández, 25 años antes.
A Hernández siempre le han gustado las plantas. Pasó su infancia en el barrio madrileño de Lavapiés, donde el único vegetal cercano eran los geranios de su madre: “Recuerdo que machacaba las hojas y las mezclaba con agua para ver cómo fermentaban”. Pronto empezó a escaparse al parque del Retiro. Pero sus intereses van más allá de lo científico, afirma. De hecho, su trabajo aúna el estudio de las ciencias sociales y la botánica en una disciplina llamada etnobotánica. Hernández se ha especializado en recuperar cultivos que fueron relevantes en civilizaciones pasadas, pero están desaparecidos de la agricultura actual. En 1992, por ejemplo, él y otros expertos seleccionaron 650 cultivos de España y América Latina que caracterizaron como especies marginadas. “Nadie sabía lo que eran”, recuerda. Entre ellas estaban la chía o la quinua, que hoy alimentan a millones de personas: entre 1992 y 2010, la producción de quinua llegó a triplicarse, según la FAO. Por eso, por los congresos de etnobotánica se pasean empresarios del sector agrícola preguntando por cultivos marginados, cuenta Herrera, en busca de la última semilla de moda.
Dentro de la etnobotánica, la especialidad de Hernández es el estudio de la agricultura de Al Andalus, revolucionaria en muchos aspectos: “Estaban 400 años adelantados a Europa”, asegura. Por eso, en 2007, el Patronato de la Alhambra y el Generalife encargó al BGVA, entre otros, recuperar el paisaje original de las huertas del Generalife. Hernández y equipo, compuesto por botánicos, filólogos e historiadores, pasaron los primeros tres años estudiando tratados botánicos andalusíes y crónicas de viajes para determinar qué plantas habitaban las terrazas en aquella época. Concluyeron que algunos de los cultivos que las poblaban entonces habían caído en el olvido: se habían asilvestrado. Partiendo de ese análisis histórico y completándolo con consultas sobre el terreno —“a veces llegábamos a un lugar y preguntábamos a la gente mayor si les sonaba la planta”, recuerda Herrera—, lograron dar con los rincones de la geografía andaluza donde aún crecen especies como el argán, el agracejo o el granado agrio, muy preciado antaño por sus propiedades terapéuticas y desaparecido de la agricultura actual.
Hoy pueblan las faldas de la Alhambra cientos de granados rescatados de Medina Azahara, la Axarquía o Casarabonela, y los primeros empresarios ya empiezan a preguntar por ellos. Ahora el objetivo es que el público se interese por estos cultivos, afirma Hernández: “Estamos recuperando identidad, patrimonio. Ahora hay que llegar a las cocinas”.
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