De espía internacional al clan de los Kennedy: la vida real de Amaryllis Fox supera cualquier trama de James Bond
Amaryllis Fox está a punto de publicar en España sus memorias, que pronto serán también una serie protagonizada por Brie Larson. Esperen ver en ella algoritmos indescrifrables, tarjetas de Starbucks que sirven de señuelo y una conversación sobre la maternidad que termina evitando un atentado.
En un libro de memorias escrito por una mujer que fue espía para la CIA, uno espera encontrar historias sobre identidades secretas, mensajes cifrados y trepidantes persecuciones por los tejados de alguna ciudad de Oriente Próximo. En Encubierta, la obra de Amaryllis Fox que Roca Editorial publicará el 10 de septiembre en español, hay mucho de los primeros elementos, pero enseguida nos desengaña sobre las carreras por las calles en busca de un objetivo: llaman demasiado la atención sobre una persona cuya finalidad es pasar desapercibida.
A los 22 años, Amaryllis pasa a formar parte de la CIA. Allí le aguardan años de estudios, entrenamiento, juegos de rol y ensayos para simular identidades antes de terminar asumiendo una peligrosa misión: trasladarse a Shanghái para investigar redes de traficantes de armas biológicas y nucleares
Tal vez el cine y la televisión han conseguido que nos forjemos una idea demasiado pintoresca de lo que supone ser agente para un servicio de inteligencia, pero Encubierta sacia de forma sobrada el hambre de clichés que el lector pueda tener sobre este mundo. Sí, hay mensajes escritos en paredes con tiza -o ácido-, una compleja red de códigos y cámaras en los espejos de los cuartos de baño, y también formas menos típicas de comunicarse con otros agentes o contactos: “Un instructor prefiere usar tarjetas de regalo de Starbucks”, describe Amaryllis. “En la web puede consultarse el saldo al introducir el número de tarjeta. Proporciona una a cada uno de sus activos y les dice: 'Si necesitas verme, compra un café'. Cada día comprueba en un cibercafé los números de las tarjetas, y si ve que ha mermado el saldo de alguna de ellas, sabe que tiene un encuentro”.
Esa cotidianidad de pedirse un latte y traficar con información clasificada es la constante que llena la obra de Amaryllis Fox, un apasionante relato de la vida real de una espía y una historia de formación y crecimiento personal. En ella llegamos a entender, más allá de heroísmos y llamadas de la patria, qué lleva a una persona a convertirse en espía. Es decir, cómo es posible que una joven norteamericana de clase media de 27 años acabe en Karachi, embarazada de cinco meses, negociando con terroristas para intentar evitar un sangriento atentado. Y lo que es más importante, cómo consigue su propósito.
La primera vez que Amaryllis Fox fue consciente de que las noticias de los telediarios y periódicos podían afectarle de forma directa y dramática tenía apenas ocho años. Su mejor amiga del colegio, Laura, murió asesinada junto a toda su familia cuando viajaba en un avión que atravesaba Escocia, bombardeado por terroristas libios. Para intentar ayudarla a entender cuál era la cadena de acontecimientos que había desencadenado la tragedia, su padre la animó a leer la prensa a diario, y así se fue familiarizando poco a poco con la enrevesada situación internacional.
Años después, en 1999, Amaryllis era ya una estudiante brillante que había sido aceptada en Oxford para estudiar Teología y Derecho Internacional, pero antes de empezar la universidad decidió pasar un año trabajando como voluntaria en Tailandia con refugiados birmanos. Una experiencia crucial en la que se implicó hasta el fondo en la red de disidentes en el exilio. Allí cruzó a Birmania junto a un compañero con la identidad falsa de una pareja de turistas recién casados y logró entrevistar a la activista y líder de la resistencia Aung San Suu Kyi.
El trabajo de Amaryllis no es eliminar enemigos con un arma oculta en un bolígrafo, como James Bond, sino crear redes de confianza y buscar la humanidad en los enemigos para evitar el próximo derramamiento de sangre
Las partes más comprometedoras de su discurso las ocultó en una cápsula dentro de su vagina. El ejército birmano la detuvo y la encerró en un calabozo. Nunca llegaron a registrarla, la liberaron a las 24 horas y las palabras de Aung San destinadas a la resistencia pudieron ver la luz.
Luego llegará la implicación política en la universidad, las campañas para la asociación de estudiantes o la recogida de fondos para Amnistía Internacional. También otro viaje para trabajar sobre el terreno, a Bosnia, enseñando a huérfanos de la masacre de Srebrenica, y un trauma colectivo que influye de manera decisiva en su destino y en el de millones de personas más: el 11-S.
Tráiler de la serie documental 'El negocio de los estupefacientes'.
El terrorismo pasa a ser la mayor preocupación de Estados Unidos y también de la joven, que acaba estudiando un master en Conflictos y Terrorismo en la escuela de Georgetown. El tema de sus tesis es un complejo algoritmo que intenta explicar y predecir posibles focos de conflicto: “Investigo doscientos años de datos, de todos los ataques, nacionales e internacionales, y busco patrones que hayan pasado inadvertidos, como la proporción de bares de cachimbas respecto a madrasas, y el porcentaje por debajo de un salario digno que gana un guardia fronterizo. Peso cada factor basándome en su impacto en el pasado y los combino todos en un algoritmo para poder conectar datos de cualquier región y, ¡tachán!, el resultado es la probabilidad de que el área en cuestión sea usada como refugio de terroristas en contra de la voluntad de sus gentes”.
Este trabajo llama la atención de un cazatalentos de la CIA y, a los 22 años, Amaryllis pasa a formar parte de la agencia. Le aguardan años de estudios, entrenamiento, juegos de rol y ensayos para simular identidades antes de terminar asumiendo una peligrosa misión: trasladarse a Shanghái con la tapadera de ser una marchante de arte indígena mientras en realidad investiga redes de traficantes de armas biológicas y nucleares.
En Encubierta aparecen asistentas del hogar que son espías del Gobierno chino, yihadistas que planean atentados y agentes que nunca superarán el trauma de haber luchado en Afganistán, pero son mucho más que elementos novelescos. Fox nunca olvida el apartado emocional del asunto, el propósito que la llevó a sacrificar casi cualquier atisbo de vida privada y engañar a su familia y amigos durante años con el objetivo de salvar vidas y construir un mundo más justo. En unos años tan convulsos para la política exterior estadounidense como los que siguieron al atentado del World Trade Center, ella es consciente de que se están produciendo muchos errores a sabiendas, por ansia de venganza y por no dar ningún tipo de valor a las vidas en juego… cuando no son estadounidenses.
Describe, por ejemplo, la frecuencia con la que se pagan recompensas por supuestos terroristas que son detenidos y enviados a Guantánamo solo porque tienen el mismo nombre que un auténtico sospechoso. Denuncia la inoperancia de la Agencia para detener estos hechos y lo que ella considera cerrazón que no hace sino alimentar el círculo de violencia y odio hacia Occidente.
El trabajo de Amaryllis no es eliminar enemigos con un arma oculta en un bolígrafo, como James Bond, sino crear redes de confianza, buscar la humanidad en los considerados enemigos para evitar el próximo derramamiento de sangre. Y jamás se obvia el peaje que acaba pagando una persona tras pasar tantos años fingiendo ser otra cosa. En el caso de Fox, el saldo son dos matrimonios fracasados y una crisis existencial motivada por el nacimiento de su primera hija, Zoë. Es ese vínculo imposible de falsear o disfrazar con una identidad secreta, el de la maternidad, el que la lleva a solucionar con éxito un encuentro con terroristas vinculados a Al Qaeda y los talibanes. En un pasaje electrizante del libro, la aparición del bebé del líder de una célula que está planeando un atentado en Pakistán desencadena una conversación entre Amaryllis y su enemigo sobre remedios contra el asma y el resfriado. Y el resultado de establecer esa insólita conexión acaba contribuyendo de forma decisiva a que el atentado no se produzca.
Algunos han tildado el libro de Amaryllis de naif. Sus propios superiores en la CIA acabaron invitándola a dejar el servicio activo tras casi once años de dedicación. “Sé que mi jefe piensa que me he ablandado desde que tuve a mi hija. Y tiene razón”, recoge ella. “Pero lo que todavía no ha comprendido es que esa cualidad funciona. Con suavidad es como se acabará esta guerra. La agencia me enseñó a luchar contra el terrorismo haciendo creer al enemigo que soy alguien a quien temer. Zoë me enseñó a quitarme la máscara y mostrar al enemigo que soy humana”.
Desde que abandonó el servicio, Amaryllis se ha reincorporado a la vida que consideramos normal sin perder su vocación primigenia. Se ha casado de nuevo -con un nieto de Robert Kennedy- y trabaja en resolución de conflictos con bandas urbanas en su país o en programas de reconciliación en Irak o Turquía. La creencia de que la empatía funciona mejor que la fuerza bruta la llevó a narrar su experiencia en el libro que pronto verá la luz en España. Nombres, escenarios y pasajes de algunas misiones se han cambiado para preservar la seguridad, aunque la esencia está ahí. Esa idea de la importancia del diálogo para comprender la dimensión global de los conflictos aparece también en la serie documental que presenta para Netflix, El negocio de los estupefacientes, sobre el tráfico de drogas internacional. También se convertirá en una serie de televisión Encubierta, protagonizada por la oscarizada actriz Brie Larson. Las comparaciones con Homeland serán inevitables, pero si algo queda claro tras su lectura es que la realidad es más apasionante y compleja que cualquier ficción.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.