¿Son Donald Trump o Podemos consecuencia del 11-S?
Ayer, 11 de septiembre de 2016, se cumplieron 15 años de la tragedia que nos hizo entrar de cabeza en el siglo XXI
El 11 de septiembre de 2016 se cumplirán 15 años del día que configuró nuestro presente. Aquella mañana, militantes de Al Qaeda, un entonces casi desconocido grupo terrorista islámico, secuestraron cuatro aviones comerciales. Consiguieron estrellar uno contra el Pentágono y dos en el World Trade Center de Nueva York. Las torres gemelas se derrumbaron y arrastraron al mundo con ellas.
Quizás sea una afirmación exagerada. Hay que tener cuidado con la causalidad. Llevándolo al extremo, todo suceso tendría una sola causa: el dedo del creador o el Big Bang, elíjase al gusto. O peor, trampeando, es un método muy útil a la hora de buscar cabezas de turco. Se coge un hecho y se retrocede hasta donde a uno le conviene. En derecho se formula con el caso de una mujer que dormía en su cama cuando fue apuñalada. Si no hubiera estado dormida, no hubiera sido asesinada. Ergo, el responsable final de su muerte sería quien fabricó la cama.
“Es verdad que desde cierto punto de vista, el de la historia de larga duración, seguramente los atentados del 11-S no cambiaron nada: se trata de un episodio menor de la reconfiguración de las relaciones internacionales tras la caída del bloque soviético. Pero también es verdad que ese es un argumento un poco tramposo: desde ese punto de vista, casi nada cambia nada”, explica el sociólogo César Rendueles. “En mi opinión, el siglo XX fue muy corto, empezó en 1914, y terminó dos veces. La primera, en 1989, con la caída del muro de Berlín, y la segunda en 2001, con el 11-S”.
Según su argumentación, el 11-S fue el trauma que nos hizo entrar de cabeza en el siglo XXI. Había pasado más de un año de los fastos del cambio de milenio, ensombrecidos por la profecía de un apocalipsis fallido que se llamó Efecto 2000. Casi nadie quiere recordar ahora el pánico que causó: los ordenadores reaccionarían al cambio de dígito colapsando y llevando a la humanidad a una nueva Edad Media. Pero los efectos del 11-S están por todas partes.
Sin ir más lejos, el autor del atentado de Niza, 84 muertos, es un camionero reconocido por el Estado Islámico (ISIS) como uno de sus “combatientes” que habría actuado “en respuesta a los llamamientos a atacar a ciudadanos de la coalición” internacional contra ISIS en Oriente medio. “Si el 11-S no hubiera ocurrido, Occidente no se habría involucrado tanto en Oriente Medio. Desde la perspectiva del yihadismo global eso ha sido malo y bueno al mismo tiempo. Malo, porque al ser percibido como una gran amenaza, las intervenciones han provocado en muchos casos un parón para sus ambiciones. Pero en otros, como Irak, esas intervenciones han provocado el caos, y con él las condiciones perfectas para su éxito como movimiento”, opina Lorenzo Vidino, director del Programa sobre Extremismo del Centro de Seguridad Cibernética de la Universidad George Washington, en Washington D.C.
La caótica invasión de Irak, algo que a largo plazo ha desembocado en el nacimiento y crecimiento de ISIS, es consecuencia del 11-S, y siguiendo ese mismo hilo causal también lo es la actual situación política en España. La dificultad casi insalvable para formar gobierno se debe a la ruptura del bipartidismo parlamentario tras la entrada de dos nuevos partidos, Ciudadanos y Podemos. El origen de este último está en el movimiento 15-M, que a su vez se remonta a las protestas del “No a la Guerra de Irak”, que fue una consecuencia a su vez del 11-S.
¿Sin 11-S, existiría Podemos? “Esa pregunta no se puede responder”, afirma Jorge Lago, fundador de esa formación, que a pesar de negar la mayor, ve una relación entre ese día y la nueva política. “El 11-S cambia la dialéctica. El enemigo pasa a ser externo, la contestación interna deja de ser el antagonista y se sale del papel que le marcaba el discurso oficial. Eso es la nueva política: encontrar tu identidad en un lugar distinto al que te asigna el poder”.
En otras palabras, el 11-S descalabró el discurso oficial, pero también el de la oposición: “Se ha dicho que el movimiento en contra de la guerra se tragó el movimiento antiglobalización, y no es del todo falso. El 11-S debilitó mucho la posibilidad de que se consolidara el nuevo internacionalismo anticapitalista que se había iniciado en Seattle en 1999. La opinión pública desvió su atención del capitalismo de casino global para poner el foco en el militarismo estadounidense. Es bastante probable que eso explique en parte lo increíblemente tibia que ha sido en todo el mundo la respuesta a la crisis financiera de 2008”, afirma César Rendueles, autor de Sociofobia: El cambio político en la era de la utopía digital (2013).
El militarismo estadounidense al que se refiere el sociólogo está personalizado en el presidente de Estados Unidos, George W. Bush. Al día siguiente de una acción que causó la muerte de 3.000 personas, el mayor ataque en suelo americano desde Pearl Harbor, y ante la imposibilidad de encontrar un país enemigo, declaró la “Guerra al Terror”. “Hasta aquel momento, EE UU no consideraba el terrorismo como un problema estructural. Era algo regional y había desoído las llamadas externas, incluidas las que llegaban desde Europa, para que lo tratara como una amenaza real para su seguridad”, explica Félix Arteaga, investigador principal del Real Instituto Elcano, think tank de estudios internacionales y estratégicos.
¿Y si en vez de 2001 hubiera sido en 1998? Entonces el presidente era Clinton. O si Bush hubiera perdido las elecciones contra Al Gore, al que ganó en medio de acusaciones de fraude, ¿eso habría cambiado algo? “No creo. En aquel momento EE UU estaba de retirada. Había acabado el conflicto de los Balcanes y pretendía centrarse en su política interna. Pero el 11-S fue una llamada a volver a posicionarse en política exterior. El presidente tenía el apoyo unánime del Congreso. Es difícil creer que se hubiera actuado de otra manera”, afirma Arteaga.
Más allá de la política, la sociedad también cambió. “Los atentados de Al Qaeda fueron planeados para incidir en otro terreno: el ideológico. Y fueron extremadamente eficaces. Se impuso una solución reaccionaria y conservadora a los dilemas de la globalización capitalista. Muchos estadounidenses consideraron el 11-S como una especie de castigo divino por una época de degradación moral progresista cuya máxima expresión fue el escándalo Lewinski. Es imposible entender fenómenos como el Tea Party o el auge de figuras como Donald Trump sin tener en cuenta el impacto ideológico del 11-S”, opina Rendueles.
El rincón más impermeable al 11-S ha sido la cultura: el cine, clásica arma propagandística en tiempos de guerra, tomó partido ya fuera con ese delirio de animación llamado Team America o entregando el Oscar a mejor película de 2008 a En tierra hostil, de Kathryn Bigelow. Pero fuera de eso… “¿alguien cree que el 11-S tuvo algún impacto en la música?”, se pregunta el crítico británico Simon Reynolds. “Porque yo no veo ningún ejemplo. Sin duda, no la radicalizó. Imagino que las cosas se hubieran desarrollado de la misma manera. La sensación de que música y política se han desacoplado de manera radical es realmente desconcertante”.
Teniendo claro que la sociedad en la que vivimos está marcada por el 11-S, quizás la gran pregunta sea si fue inevitable. Si viviríamos en un mundo distinto si los aviones no se hubieran estrellado. “Quizá se hubiera podido desactivar esa acción concreta, pero Al Qaeda tenía la voluntad y los medios para realizar un gran atentado en EE UU y lo hubiera hecho. No fue una operación desde cero, sino parte de un proceso. Los procesos se pueden ralentizar o acelerar, pero es difícil revertirlos”, concluye Félix Arteaga. Vivimos, al parecer, en el único mundo posible.
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