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Jaime Chávarri: “Se hacen demasiadas películas. Es un milagro que salgan dos buenas al año”

Antes de recoger el premio Feroz de Honor, el director nos recibe en su casa para repasar una carrera de más de 50 años marcada por la censura, el síndrome del impostor y productores de la talla de Elías Querejeta

Jaime Chávarri, premio Feroz de Honor 2025, posa para ICON este martes en su casa.
Jaime Chávarri, premio Feroz de Honor 2025, posa para ICON este martes en su casa.Claudio Álvarez
Lucas Barquero

Hay pocos salones en los que un cristo crucificado de casi un metro quede eclipsado por una televisión de plasma. El de Jaime Chávarri (Madrid, 82 años) es uno de ellos. En su apartamento, grandes reliquias de su herencia familiar aristocrática conviven a la perfección con carteles de neón que recuerdan más a sus inicios como artista underground. La clave para comprender tan diversa colección aún no está ahí, pero llega la semana que viene. Es el premio Feroz de Honor que el director recoge este sábado en Pontevedra. Antes de hacerlo, nos abre las puertas de su casa para repasar una carrera de más de 50 años que, por momentos, le sigue pareciendo de prestado.

“Cuando recibía premios de joven me daba el síndrome del impostor. Ahora supongo que habrán tenido más años para pensarlo y ya no me da tanto”, reconoce. El sentido del humor podría ser uno de los pocos elementos en común en su trayectoria, y ni siquiera. Tiene comedias como Tierno verano de lujurias y azoteas (1993), dramas como Las bicicletas son para el verano (1984) y películas tan inclasificables como El desencanto (1976). En su obra, en su casa y en su conversación, Chávarri explora sin esfuerzo aparente todos los tonos posibles. Casi como si llevara haciéndolo toda la vida.

A pesar de haber firmado 18 películas suele huir del termino autor. ¿Por qué? No huyo, lo que pasa es que no creo que sea una categoría superior. El cine más coñazo es el de autor. Aunque, cuando es bueno, sea el mejor. Creo que el término es un invento de la crítica para justificar una manera de ver el cine que no es la del público. Es un poco como los curas en la religión que deciden que saben algo más que el resto no sabemos.

Entonces, ¿no se considera autor? El autor se supone que era aquel que tenía un recorrido con una lógica interna, todo lo contrario de lo que yo hacía. Mis películas eran cada una de su madre y de su padre. Me divertía mucho más la aventura de cada proyecto que el concepto de una carrera coherente. De la otra manera era más práctico, pero yo no era capaz.

¿Cómo empieza esa carrera tan dispar? Haciendo películas underground en super-8 mientras estudiaba Derecho. Cuando acabé la carrera, no fui ni a recoger el título. Sabía que ahí no había porvenir para mí y me lo jugué todo al cine. Era una profesión muy en contra de lo que se llevaba, pero yo siempre digo que me metí por miedo. Me daba mucho más miedo vivir la vida que me había tocado que arriesgarme a fracasar en el cine.

Vivió el final de la mítica Escuela Oficial de Cine, ¿qué había cambiado? Ya no era no lo que había sido. Con el cambio de localización los alumnos estaban más aislados. Organizamos una huelga, un poco por mi culpa [censuraron uno de sus cortos]. Nos fuimos todos los alumnos de dirección y entonces Juan Antonio Bardem, que era del Partido Comunista y a la vez presidente del sindicato cinematográfico franquista, nos dio el título oficial a todos los de la huelga. Sin eso no podías filmar ninguna película.

El espejo de estilo rococó es una de las muchas piezas que Jaime Chávarri conserva de la herencia familiar.
El espejo de estilo rococó es una de las muchas piezas que Jaime Chávarri conserva de la herencia familiar.Claudio Álvarez

¿Cómo sorteaban esa última censura? Era muy divertido. La censura estaba ya muy desorganizada, pero aún así intentábamos ser sutiles. Con uno de mis primeros cortos, Estado de sitio (1970), el censor encargado dijo: “Habría que prohibirlo, pero no sé por dónde cogerlo”. Daba la casualidad de que era un compañero mío del colegio y lo dejó pasar. Lo mismo con la primera película oficial que dirigí, Los viajes escolares (1973). Me dijeron que estaba prohibida, pero que, si conseguía ir a alguno de los festivales internacionales, la aceptaban. Al final llegó al festival de Valladolid y ahí empezó todo.

En El desencanto (1976), documental sobre la desintegración de la familia del poeta Leopoldo Panero, sí que le obligaron a cortar una frase. ¿Cuál era? Al principio la prohibieron entera, por las referencias a las drogas y al Partido Comunista, pero ya se había muerto Franco y había más flexibilidad. Lo único que consiguieron cortar fue cuando Felicidad le pregunta a su hijo Leopoldo María si en todos los manicomios en los estuvo no había tenido algún novio. Él contestaba, con toda la cara del mundo, que sí, que los subnormales se la chupaban por una caja de tabaco. Lo que pasa es que, como la cortaron en copia, algunas versiones la llevaban y otras no. No sé ahora cómo se habrá conservado. Se ha hablado tanto de eso, que yo no sé si los espectadores la han oído o creen que la han oído.

Hace poco vi la copia disponible en plataformas y confirmo que sí que está la frase. ¡Mira que bien! ¿Y te gustó?

Claro, se dice que es su obra maestra. ¿A usted que le parece? Cuando dicen que es mi gran película de autor me entra la risa. Yo no quería hacerla. Cuando me la propuso Elías Querejeta, pensé: “¿Qué coño hago yo con esto?“. Pero bueno, la hice. Creo que esa osadía está bien. Así es como he trabajado toda mi vida, ajustándome a los encargos.

También trabajó bastante en televisión, ¿de que se solía encargar ahí? De nada, porque casi no me daban trabajo. Era un mundo muy curioso, no sé como será ahora. Yo tenía un sueldo fijo y me pasaba el día esperando frente al despacho de los jefes. Me hacían esperar en una sala para proponer un trabajo mientras pasaban los realizadores de moda que no habían pedido hora.

¿Y cuando consiguió entrar en el despacho? Para las series Libros (1974-77) y Cuentos y Leyendas (1972-76) podías dirigir todo tipo de adaptaciones. Yo proponía autores raros y me decían que no iban a gustar. Así que una vez cogí una novela rosa, Vestida de tul (1942), que no había leído pero que recordaba que les había gustado mucho a mis hermanas. Me dijeron que era muy buena idea, pero cuando fui a buscarla en casa no la encontré. Me inventé la historia con algún resumen y luego fue muy gracioso porque la autora me invitó a comer a su casa para felicitarme por lo bien que la había adaptado. Luego, cuando les planteamos Las bicicletas son para el verano con Alfredo Matas se negaron a participar. Ahí dejé la tele y no volví nunca.

Jaime Chávarri posa en la escalera de su edificio.
Jaime Chávarri posa en la escalera de su edificio.Claudio Álvarez

Alfredo Matas y Elías Querejeta son los dos productores que marcaron su carrera. ¿Se siente más vinculado a alguna de las dos etapas? No. No tenían nada que ver. Elías Querejeta era un productor de festivales, le daba bastante igual el público. Cuando dejé de trabajar con él después de Dedicatoria (1980) yo no era nadie, mis películas llevaban su sello. Con Matas, en cambio, entré en un cine industrial convencional. Los dos eran productores que no solo buscaban financiación, sino que la tenían. Si ellos decidían hacer una película, se hacía, entrara o no la televisión. Ese modelo ya casi no existe.

¿Por qué? El proyecto partía de ellos y a mí me escogían porque pensaba que era el adecuado. Ahora, si el proyecto no surge de ti, es muy difícil que dirijas nada. Luego entran televisiones y plataformas sí o sí y, al pasar por tantas manos, se va perdiendo independencia. Creo que se hacen demasiadas películas y la mayoría se producen de una manera disparatada. Es un milagro que haya una o dos películas buenas. La única exigencia es rodarlas y estrenarlas. Esto no es lo que el director lleva dentro cuando empieza, pero se ve obligado a aceptarlo porque es lo que hay.

¿Sufrió algo así en su última película, La manzana de oro (2023)? Directamente me engañaron. Yo tenía la suerte de haber trabajado con los mejores productores del momento. Hay gente que produce muy bien y otros que lo hacen fatal. En este caso llegó un productor nuevo que decía que sí a todo y un mes antes me enteré de que no era de los malos, era de los peores. En mi cabeza, la película estaba organizada de una manera completamente distinta.

Aún así recibió buenas críticas. Sí, yo estaba muy desanimado y me alegraron. Sobre todo en algunos sitios especializados. También es verdad que son medios que leen cuatro personas y que, cuando eres más mayor, hay una mayor discreción con los adjetivos de la crítica. Al final, son gajes del oficio.

Tampoco es una excepción, no le suelen gustar sus propias películas. La mayoría no. Cuando se ve una película después de hacerla, lo más normal es que te des cuenta de que estabas equivocado en muchas cosas. Más vale saberlo para hacerlo mejor a la siguiente. Si te crees que un mal trabajo está bien, no se aprende nunca.

¿De cuáles sí que está orgulloso? Eso ya no te lo voy a decir. Cada uno que averigüe.

Entonces habrá que verlas todas. Me parece perfecto.



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Sobre la firma

Lucas Barquero
Redactor de la revista ICON. Graduado en Cinematografía y Artes Audiovisuales por la URJC y Máster en Periodismo UAM-EL PAÍS.
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