Buen apetito
Oficinas reinventadas, aulas virtuales que han de recuperar el humanismo, viajes que ya no serán lo que fueron, solidaridad, convivencia, encuentros y desencuentros… Bienvenidos a la era poscovid-19.
Hablamos del mundo que viene como si no hubiéramos ido nosotros a su encuentro. Como si careciéramos de responsabilidad alguna en su llegada. Hay cantidades ingentes de adultos que se mueven por la vida como si ésta les debiera algo. Curiosamente, suelen ser los que más tienen, más de todo, incluso mayor número de agujeros existenciales de tales dimensiones que no hay en la Tierra bienes capaces de colmarlos. Así pues, hemos sido nosotros quienes fuimos en busca del murciélago, del pangolín o de quien quiera que fuera el animal salvaje desde el que la covid-19 saltó al aparato respiratorio colectivo. Y decimos que es colectivo porque cuando alguien enferma en el 4º C, aparecen síntomas de disnea en la familia del 5º E. Ya ven lo que una dificultad respiratoria originada en una localidad china, de la que nunca habíamos oído hablar, tardó en llegar a nuestro barrio. Y eso es porque los bronquiolos de los chinos están ya misteriosamente conectados con los nuestros, de forma que la bronquitis de su nuera podría estar provocada por un fumador compulsivo pequinés. Y viceversa.
La imagen que tienen ante sus ojos, tomada en Bangkok a primeros de mayo, podría habernos parecido futurista hace tan solo tres o cuatro meses: un fotograma más de entre los miles de las películas de ciencia-ficción que se anuncian en la tele. Sin embargo, ya ha saltado desde ese género cinematográfico a la realidad asiática y, desde ella, a la nuestra, donde no paramos de inventar fórmulas para privatizar y aislar, en porciones individuales, el aparato respiratorio común.