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Chimamanda Ngozi Adichie: “No estaba en mis planes ser un icono feminista”

Vídeo: Fotografía de Lupe de la Vallina | Vídeo de Saúl Ruiz
Pilar Álvarez

Pero es en lo que se ha convertido. Conquistó la fama con su charla “Todos deberíamos ser feministas”. Y sigue ejerciendo como celebrada escritora que vive entre su Nigeria natal y Estados Unidos. En esta conversación reflexiona sobre la deriva de su figura pública y cuestiones como la raza, la identidad, la evolución del MeToo, la relación con los hombres y el poder de las mujeres en el siglo XXI.

EP. 12: CUÉNTAME UNA HISTORIA

La industria editorial se pone las pilas con los nuevos audiolibros: te contamos los entresijos del boom literario del momento. Y hablamos con Chimamanda Ngozi Adichie, la escritora nigeriana que se ha convertido en un icono feminista… a su pesar.

LA PARAN EN los aeropuertos, pero no por su fama. Chimamanda Ngozi Adichie (Enugu, Nigeria, 1977) mantiene su pasaporte nigeriano para ser fiel a sus raíces, aunque le empieza a pesar. Se trasladó a Estados Unidos hace más de un decenio. Vive en Maryland con su marido y su hija de cuatro años, a la que enseña a usar un lenguaje que a ella le fue vetado de niña. Viaja con frecuencia a Nigeria, donde viven sus padres y sus hermanos. Allí es una diva a quien le afean que defienda la homosexualidad, la escritora más célebre a la que reclamaron un rescate tras secuestrar a su padre. Se convirtió en un icono feminista a su pesar, después de que una de sus charlas TED se visionara en todas partes y se convirtiera en la autora de un libro global que las escuelas de Suecia reparten entre los adolescentes. Ha descubierto con su hija que educar en el feminismo no es tan fácil como predicaba, que aún hay juguetes para niños, los divertidos, y para niñas: “Las estúpidas muñequitas”. Pasó por España hace unas semanas para participar en un encuentro sobre estereotipos organizado por EL PAÍS. Y después se sentó a conversar con El País Semanal de mujeres, del MeToo, de raza y de identidad. Habla con ironía, se ríe mucho y fuerte. Es una contadora de historias. Y tiene mucho que decir.

Mary Beard revisó en su libro Mujeres y poder los cien mejores discursos de la historia y se dio cuenta de que la mayoría de las aportaciones femeninas hablan de mujeres.

Es terrible. Yo elegí hablar sobre feminismo, pero soy una escritora, una contadora de historias. No estaba en mis planes ser un icono feminista. Soy feliz de serlo, pero tiene sus contrapartidas. Hay veces en las que no quiero serlo. Y una razón es que no quiero ser la mujer conocida solo por hablar de cosas de mujeres. Me gustaría que no fuera así. Me llegan cientos de invitaciones para hablar sobre feminismo y voy a lo mejor solo a una. Lo triste es que no debería ser un problema, pero lo es. Se parece a cuando a las personas negras solo se las toma en serio cuando hablan sobre la raza, cuando los negros hablan de ser negro. A veces, en la televisión estadounidense, si aparece una persona negra, la gente, inconscientemente, piensa: “Mira, van a hablar de racismo”. Una pena.

“Es difícil convertirse en la mujer que ha sido acosada sexualmente. Además, ahora hay muchos hombres haciéndose la víctima”

En una charla con Beard, precisamente, defendía usted cambiar el lenguaje que las mujeres usan para hablar de su sexualidad y sus cuerpos.

Me interesa mucho la vergüenza. Es una parte importante de la socialización femenina. Cuando era pequeña, usábamos la palabra ike (culo en igbo) para hablar de todo lo que hay ahí abajo. No nos enseñaban una palabra para vagina. Empezabas a oírla en clase de biología, ya con 15 años, cuando aprendíamos las partes del cuerpo. Y los chicos se reían en clase cuando la usábamos. El problema es que la palabra para vagina en igbo es una palabrota, mientras que la palabra para pene no lo es.

Cuando te baja la regla, todo está rodeado también de vergüenza. A mí me vino con 10 años. Mi madre me dijo: “Esconde esas bragas. Cuando tengas la regla, asegúrate de esconderlo todo”. Todas estas cosas tenemos que cambiarlas, tenemos que criar a nuestras niñas explicándoles que no han hecho nada malo por ser mujeres. Y hay que cambiar el lenguaje, hacer que sea neutral. Yo estoy criando a una niña de cuatro años y conoce la palabra vulva desde los dos porque es una parte del cuerpo más. Ahora me dice: “Mamá, no me has limpiado la vulva”. Y le respondo: “Es verdad, abre las piernas”. Es muy natural.

Además, mi marido es médico, así que también se sabe las partes del cuerpo de la mujer. Tengo suerte porque hay muchos hombres que no tienen ni idea. A menudo no están familiarizados con historias de mujeres. Con los libros ya sabemos qué pasa, los hombres leen a hombres, y las mujeres, a hombres y a mujeres.

LUPE DE LA VALLINA

Hace poco estaba leyendo sobre una vista en el Congreso de Estados Unidos sobre derechos de las mujeres. Un congresista dijo: “¿Por qué deberíamos hablar sobre las mujeres y su menstruación? ¿Por qué no simplemente se la aguantan?”. Pensaba que la regla era como hacer pis. No tienen ni idea.

Usted contó el acoso que sufrió de joven. ¿Qué le empujó a hacerlo público?

Sentí que se lo debía a todas las mujeres valientes que empezaron el movimiento MeToo. Que no podía ser esta feminista famosa; hablar de que no debíamos estar avergonzadas y, aun así, no contar mi propia experiencia. No me apetecía mucho hacerlo, no quería que se convirtiera en “mi historia”. Pero tras leer tantos testimonios, con esas mujeres tan valientes, pensé que tenía que hacer mi parte. Aun así, no quise identificar al hombre porque no quiero que se haga famoso. A veces, especialmente en lugares como Nigeria, que te señalen así no es necesariamente algo negativo.

Era joven, tenía 17 años, estaba a punto de publicar un libro de poemas y pensaba en su lanzamiento. Así que fui al despacho de un señor importante. Fue muy amable conmigo. Me sorprendió mucho la informalidad del asunto. “Es genial que te gusten los libros y blablablá”. Se colocó detrás de mí y puso sus manos en mi camisa. Me quedé tan desconcertada que no supe qué hacer. Simplemente le sonreí, no quería ofenderle. Es lo que más me enfada cuando pienso en ello. Estaba sonriendo.

¿Cree que las mujeres aún pagan un alto precio por denunciar una violación? Lo digo, por ejemplo, por el caso del magistrado estadounidense Brett Kavanaugh y Christine Blasey Ford, que le acusó de abuso sexual.

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Soy optimista en una cosa: antes nadie estaba dispuesto a creer a una mujer. Ahora algunas personas sí y eso me hace ser cautelosamente optimista. El caso de Christine Blasey lo seguí al detalle. Lloré mucho viéndola y la creí profundamente. Porque sé lo que significa estar callada durante décadas. Y conozco a otras muchas mujeres en situaciones similares. Había personas que le preguntaban: “¿Y por qué no fuiste a la policía inmediatamente?”. En mi caso, cuando este hombre me agarró los pechos, ¿qué pruebas tenía para denunciar?

Es difícil convertirse en la mujer que ha sido acosada sexualmente. Además, ahora hay muchos hombres haciéndose la víctima. Que dicen cosas como “No voy a poder estar a solas con una mujer en una habitación, no sea que me acuse”. Dice mucho de una persona y de lo que piensa de las mujeres si cree que van a inventarse historias sobre haber sido acosadas.

¿Quién sería un modelo de hombre feminista?

Barack Obama. Me gusta hablar de él. Es estupendo, un buen hombre. A veces la gente dice cosas como “Los hombres feministas son unos pusilánimes, unos calzonazos” y ese tipo de tonterías. O “Se hacen los feministas a ver si así ligan”. Pero Obama demuestra que es una estupidez. Él ya ligó con la chica. Y realmente creo que es auténtico y reflexivo, que para él lo natural es que las mujeres son iguales.

Dice que las historias le conectan más al feminismo que las distintas olas feministas.

No estaba familiarizada con las olas feministas porque es una historia occidental, sobre todo de mujeres en el Reino Unido y Estados Unidos. Y yo soy nigeriana. Nunca me sentí muy interpelada por esas historias. El movimiento político femenino en Nigeria es distinto. Cuando se impuso el colonialismo británico, las mujeres tenían en sus sociedades tradicionales más derechos que en la Inglaterra victoriana. Cambiaron muchas cosas solo por el hecho de que los británicos trajesen el cristianismo. No es que las mujeres fuesen iguales a los hombres antes, pero tenían algunos derechos que perdieron cuando llegaron los británicos porque tuvieron que convertirse en cristianas sometidas a los hombres. Por otra parte, mi visión del feminismo es una que lo hace muy accesible a todo el mundo. Quiero poder juntarme con gente joven que no ha leído los libros de la primera y la segunda ola, y poder hablar de nuestras experiencias, de cómo el feminismo es importante en sus vidas.

La presentan como la escritora líder africana de su generación. ¿Le gusta?

Piensa en la palabra “mujer”. No me gusta. Me irrita cada vez que alguien dice: “La primera mujer que…, la mujer líder que…”. ¿Acaso estáis hablando de por qué otras mujeres no lo han podido hacer? Porque no las habéis dejado, por eso. Así es como funciona la socialización de las mujeres. Me siento incómoda aceptando lo que es un hecho, y es que soy la escritora africana más conocida. Así he sido socializada. Si fuese un hombre, seguramente no me molestaría.

Para usted la literatura es un empeño obsesivo. Se trasladó al menos a tres localizaciones distintas en Nigeria y Estados Unidos para escribir Medio sol amarillo. Puso sobre usted todo el peso de la historia, de contar la historia de su país.

Escribir Medio sol amarillo fue muy difícil. Emocionalmente, para mí, porque investigué mucho. Leí todo lo que pude sobre Biafra, pasé mucho tiempo en archivos y bibliotecas. Escuché muchas emisiones de radio de la época. Y, sobre todo, miré muchas fotografías. De pronto me di cuenta de que mis padres estaban ahí. Mi abuelo murió en un campo de refugiados como ese. Mi hermano mayor nació durante la guerra. Todo esto provocó una gran fuerza emocional en mí. También sentía un gran sentido de la responsabilidad. Quería hacerlo bien. Se lo debía a mi abuelo, a mi generación de nigerianos, tenía que hacerlo bien por ellos, muchos no sabíamos qué había pasado. Fíjate, solo hablando de ello me emociono.

Era muy joven.

No me sentía joven. Recuerdo pensar que, una vez que acabase el libro, al fin podría tener una vida, pero cuando acabé la novela recuerdo caer en una depresión honda y oscura durante semanas. Había pasado sumergida en este asunto demasiado tiempo. Una vez terminado el trabajo, no sabía qué hacer. Me sorprendió. Pensé que iba a estar contenta. Pero todas esas emociones que llevaba dentro no se podían marchar de un día para otro. Necesité un tiempo para liberarme.

“Tenemos las expectativas muy bajas con los chicos. No los estamos educando para que sean maduros emocionalmente”

En Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo da mucha importancia a la educación de los niños varones, a permitirles que sean vulnerables.

No lo hacemos, y eso es malo para ellos y para las mujeres. Tenemos que redefinir la masculinidad y decidir por qué cualidades elogiamos a los hombres. Ahora, en culturas de todo el mundo los alabamos por ser fuertes, por ejercer de protectores. Pero todos somos vulnerables porque somos humanos. Como sociedad, no hemos intentado educar a los chicos de otra forma. Permite a un niño pequeño que llore. Alábalo cuando sea amable, cuando comparta, cuando no se pelee. Elogia que se comunique.

Tenemos las expectativas muy bajas con los chicos. No los educamos para que sean maduros emocionalmente. Y luego se convierten en hombres que pueden hacer algunas cosas realmente tontas. Las mujeres son en general más maduras en lo emocional. Y no creo que sea porque venga con la vagina, sino porque son criadas desde muy pequeñas en el cuidado, para ser responsables. Somos así porque alguien nos ha enseñado a ser así.

¿Sigue los consejos que dio a su amiga en aquel libro para educar a su propia hija en el feminismo?

Mientras escribía el libro, pensé que sería fácil. No lo es en absoluto. Es difícil porque el mundo no es feminista. Aunque le estés enseñando ciertas cosas en casa, van a la escuela. La presión de grupo empieza desde que son muy pequeños. Mi hija tiene cuatro años. Cuando vuelve del colegio, ya dice: “Ese juguete es para niños y ese para niñas”. Y pienso: “¿Qué coño?”. No es algo que haya aprendido en casa. Tengo que repetirle constantemente que no es así. Lo que más me molesta es que los juguetes para niños son los interesantes. Los helicópteros que manejas, el Lego con el que construyes… Los de niñas son las estúpidas muñequitas. Eso es un problema.

LUPE DE LA VALLINA

Secuestraron a su padre en 2015. Lo contó con un relato intimista y demoledor en The New York Times. ¿Se recupera una de algo así?

Aún hablamos de ello. Y tenemos mucho cuidado con ciertas cosas. Recientemente, estábamos hablando en familia y mi hermano dijo: “No podemos decirle eso porque no queremos que le traiga recuerdos”. Fue un momento muy difícil. Para mí fue aún peor porque sabía que se lo habían llevado por mi culpa, por ser conocida. Pero él está bien, es un hombre encantador. Tiene 87 años y sigue en plena forma.

Ha dicho: “Me convertí en negra en Estados Unidos”.

Sí, de la misma manera que creo que, si fueras a Estados Unidos, te volverías blanca. ¿Piensas en ti como blanca aquí en España?

La verdad es que no.

En Nigeria, la mayoría de la gente es negra. Sería distinto si hubiera crecido en Sudáfrica, donde ser negro es una identidad porque hay colonos blancos que se quedaron. En Nigeria me consideraba igbo, niña, nigeriana y, a veces, africana. Y luego fui a Estados Unidos y me di cuenta de que era negra, y eso traía una nueva identidad. Significaba que la gente suponía que yo no era muy lista y que había crecido en un gueto, sin educación y pobre. La raza es algo muy particular de Estados Unidos. Me costó mucho tiempo empezar a aceptar que era negra.

Vive a caballo entre los dos países, pero mantiene el pasaporte nigeriano.

Es mucho más fácil ser estadounidense y viajar como tal. Es posible que cambie pronto el pasaporte porque estoy muy cansada de los atropellos. Soy residente permanente en Estados Unidos desde hace más de 10 años. He estado pagando impuestos, muchos impuestos. Quizá debería convertirme en ciudadana. Durante mucho tiempo no lo he hecho por sentirme fiel a mis raíces. Sentía que, si escribía sobre Nigeria, debía vivir como una nigeriana, y eso también significa viajar como nigeriana a pesar de que te comes mucha mierda.

“No estoy en las redes sociales porque son un desastre. Ser feminista pública atrae hostilidad y yo pelearía todo el rato”

Hace poco aterrizamos en Fráncfort. Todos los demás pasaron el control más o menos rápido. Cuando llega nuestro turno, nos paran: “¿Por qué ha venido? ¿Dónde está el billete de vuelta?”. ¿Por qué piensa este tipo que quiero quedarme en la maldita Alemania? Me pasa todo el tiempo. En Fráncfort, en Italia… Cuando viajo, lo estoy esperando y me pongo tensa. Es muy desagradable y es por el pasaporte. Si me cambiase al estadounidense mañana, todo esto pararía.

En Nigeria, la homosexualidad es ilegal. Y usted ha sido muy crítica con eso.

Hay mucha gente en Nigeria a la que no le gusto porque que me acusan de alentar la homosexualidad. Es como si llegara y le dijera a la gente: “Tú, hazte gay”. Todo porque cuando se aprobó la ley escribí un artículo para que la gente viera que es moralmente incorrecto, simplemente está mal. ¿Cómo puedes convertirlo en un crimen cuando no han hecho nada malo?

La homofobia campa a sus anchas en Nigeria. Y muchos lo justifican con la religión. Lo que yo dije es que la dejaran a un lado. Respeto tus creencias, pero pensemos como ciudadanos. ¿Realmente quieres que arresten a tu vecino por algo que no hace daño a nadie?

Uno puede censurar la homosexualidad dentro de su casa, en su espacio personal, y ese es su problema. Pero apoyar que haya personas hostigadas, arrestadas y encarceladas durante siete años es simplemente terrible. El problema es: ¿qué viene después? Quizá lo siguiente sea arrestar a personas de un grupo étnico en particular porque eso también puede ser un delito.

¿Por qué no aparece en las redes sociales?

Me parecen un desastre. Tengo un instagram para mostrar moda nigeriana. Pero no llevo yo la cuenta. No me gusta estar en las redes. Ser feminista pública atrae hostilidad. Soy muy peleona. Me pasaría peleando todo el rato. Y eso es una pérdida de tiempo absoluta.

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Sobre la firma

Pilar Álvarez
Es jefa de Última Hora de EL PAÍS. Ha sido la primera corresponsal de género del periódico. Está especializada en temas sociales y ha desarrollado la mayor parte de su carrera en este diario. Antes trabajó en Efe, Cadena Ser, Onda Cero y el diario La Opinión. Licenciada en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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