“En ‘Gran Hermano’, una persona aislada se pone en tus manos antes de regresar al mundo. ¿Puede haber mejor entrevista?”
Su naturalidad, su frescura y un desparpajo combativo marcaron las noches catódicas de España durante años. Entrevistó a personalidades de la política, la cultura y las finanzas. Simbolizó el poder femenino en la televisión. Protagonizó veladas inolvidables junto a Jesulín de Ubrique y Umbral, y acabó metida en las arenas movedizas de Gran Hermano. Todo ello y el desamor la sumieron en la depresión. Pero nada de eso pudo con ella. Resucitó. Y también volvió a la pantalla. Aquí se confiesa.
ESTA PIONERA de la televisión en España lleva 45 años reinventándose en la pantalla. Para una generación, Mercedes Milá (Barcelona, 1951) es la intrépida entrevistadora de Adolfo Suárez o Dewi Sukarno que destapó el egocentrismo de Francisco Umbral al tardar en hablar de su libro. Para otra, la presentadora que reveló en Gran Hermano el placer de orinar en la ducha. Hoy confiesa, en su último programa de Scott y Milá (Movistar +), cómo convive con la depresión, su dependencia de su perro y la dificultad para encontrar el amor.
Pertenece a una conocida familia barcelonesa. Su tío abuelo le encargó a Gaudí la Casa Milá —la Pedrera—; sus tíos fueron destacados arquitectos y diseñadores, y su hermano es el periodista Lorenzo Milá. Se crio en un ambiente cristiano y monárquico —su padre formaba parte del consejo privado de don Juan, el abuelo del Rey—. Ella renunció a ser condesa de Montseny, título que Alfonso XIII concedió a su abuelo por apoyar la industria catalana. La entrevista se realiza en la cocina blanca con paredes rojas de su piso en el barrio madrileño de Salamanca. Nada más llegar, se ofrece a limpiarte las gafas con lavavajillas. Las deja relucientes.
¿Las mujeres con poder asustan?
La fama te sitúa en una posición en la que, por lo menos, te escuchan.
¿Es posible llegar a esa posición sin arriesgar?
No. He hecho caso a algo poco científico: intuición y deseo. A lo que soy he llegado por casualidad. Y con ayuda: José Sámano decía que yo era una persona sin vergüenza. Y sin vergüenza no te apuran algunas situaciones.
[El productor] José Sámano [su pareja personal y sentimental durante dos décadas] murió hace unas semanas. ¿Cuánto le debe?
Va a ser difícil hablar de él.
¿Se lo debe?
Se lo debo. Éramos dos haciendo uno. Siempre se sentaba aquí, donde estoy. Era terriblemente exigente. Nunca le parecía que habías afinado bastante. Pero me educó, me trasladó un conocimiento que yo no tenía.
¿Qué le enseñó?
A organizar las entrevistas con introducción, nudo y desenlace. A hacer espectáculo, a que el periodismo fuera lo más cercano al cine o al teatro que él hacía.
Con Gran Hermano la profesión me puso a caldo. Pero el público estaba fascinado. Y a mí me daba la vida
En sus primeros programas —Dos por dos o Buenas noches— era incisiva pero contenida. ¿Se desbocó?
Probablemente. Aunque por mis travesuras puede parecer otra cosa, siempre he trabajado con un guion férreo. Ahora, en Scott y Milá, voy sin guion, pero controladísima por mi productora. Me pone límites, como hacía José. Solo se puede poner límites queriendo. Y aceptarlos confiando.
De entrevistar a Suárez pasó a entrevistar a concursantes de Gran Hermano.
Una persona que lleva semanas aislada se pone en tus manos antes de regresar al mundo. ¿Puede haber mejor entrevista? Pues la profesión me puso a caldo. Los críticos no sabían qué pensar y el público estaba fascinado. Sámano vio enseguida que aquello era una bomba. Ya no estábamos juntos, pero me llamó: “No hagas caso a nadie. Estás haciendo lo que tienes que hacer. No dudes. Sigue ese camino de intuición”. Eso me serenó.
¿Fue el amor de su vida?
Totalmente.
¿Se equivocó cuando se separó de él?
No. No nos equivocamos. Nos quisimos demasiado como para destruirnos. El desgaste de la convivencia estaba afectando a todo. La batería se había acabado. Fue una liberación. José me apoyó, ayudó y defendió toda la vida. Mis hermanos y mis padres lo adoraban.
¿Cómo lo conoció?
En el pasillo de TVE. Luego me lo encontré en la cola de un cine y me pidió el teléfono. Llamó y quedamos. Ese día llegaba Rafael Alberti del exilio. Le di plantón para ir a la rueda de prensa. Pensé: si es buen tío, lo entenderá. Me dijo que había hecho bien. Era un tipo completamente diferente a los que había conocido.
¿Por qué eligió la televisión?
No había visto mucha. Mis padres no la compraron pronto. Eran austeros. Consideraron que todavía no era necesaria. Me apasionó el periodismo por mis profesores: Miguel Ángel Bastenier, Enrique Sopena, Manuel Vázquez Montalbán…
En 1977, para un programa tienen a la estrella de la tele, Isabel Tenaille, y reparan en usted.
Solo había hecho radio y deportes, pero me ilusionaba trabajar con la mejor presentadora del momento.
En el anuncio de ese programa, Dos por dos, aparece conduciendo una Impala, sin casco, llevando a Tenaille. Sus inicios coincidieron con los de la democracia. ¿Había más esperanza y menos mala leche?
Sí. A poco que hicieras, sobresalías. Un compañero me dijo: “Tú fíjate en el piloto rojo”. Y eso hice, me agarré al piloto.
Se agarró, pero no se agarrotó.
¡Gozaba! Llegar a tanta gente me fascinaba. Pero me quito el sombrero ante Isabel.
¿La ha vuelto a ver?
Alguna vez. Tuvo dos hijos y se retiró de la imagen pública. Trabaja en 24 Horas.
Ha entrevistado a cientos de personajes, pero hubiera querido entrevistar al rey Juan Carlos. ¿Qué le hubiera preguntado?
Tendría que pensar adónde quiero ir.
Una pregunta.
Le diría: “Ay, señor, cuántos errores. Y cuántos aciertos. Los aciertos los dejo para mañana”. Entonces le preguntaría por qué juró los Principios del Movimiento. Por qué aceptó las condiciones de Franco.
¿Se iría al principio?
Sí. Y al final le diría: “¿Qué problema tienen ustedes los Borbones con el sexo? ¿Cuántas veces se ha arrepentido de matar a aquel animal?”.
¿Quién le ha dicho que se haya arrepentido?
No puede no haberse arrepentido. Vanagloriarse de matar a un animal así empequeñece su figura.
¿Quién le ha colado un gol en una entrevista?
Jesulín de Ubrique. Hacía poco que había pasado lo de Umbral; se levantó y pensé: “Otro que se va, me van a echar”. Se bajó los pantalones y mostró la cornada. Me hizo el regalo de mi vida.
¿Le interesa más el periodismo de hacerse el inocente de Évole o el agresivo de Ana Pastor?
Uno pregunta como es. Évole es brillante. Lo que ha hecho, yo no lo sé hacer. Al conocerlo te das cuenta de que no tiene que esforzarse demasiado. Es así. Lo adoro.
Adora a Évole. Y abraza a los periodistas. Ferreras, marido de Ana Pastor, apareció en Twitter abrazando al exministro del Interior Jorge Fernández Díaz. ¿Esos afectos siembran dudas en la credibilidad?
Entiendo que al final se resienta la transparencia con tanta camaradería. Tomo nota.
¿Hoy se valora más reírse que estar informado?
El intermedio demuestra que se pueden hacer las dos cosas a la vez. Los informativos se han quedado pobres. Es la jodida vida nuestra: o te percatas a tiempo de que ya no sirve lo que haces. Para mí, falta información con prestigio. Necesito que los informadores de los que me fío me traduzcan lo que está pasando.
¿Se fía al 100% de algún informador?
Escucho a Iñaki Gabilondo. Ansío leer a los articulistas que sé que hablan de lo que saben, aportan datos y analizan, como Enric Juliana. Pero también a Manuel Jabois, que cuenta las historias desde la calle y me emociona. Le he escrito. Me gusta aplaudir lo que está bien.
Ha sido pionera profesional y personalmente. ¿En qué terreno se paga más cara la independencia?
No soy una abanderada de nada. Pero fue difícil decirles a mis padres que no pensaba casarme.
¿Por qué no quiso?
No lo consideré necesario. Pero sí quería vivir con José. Me tuve que tirar a esa piscina. Les dije: “Tengo que deciros algo”, esa frase que para los padres debe ser horrorosa, “José y yo vivimos juntos y no nos vamos a casar”. No volvieron a preguntar. Mis padres han sido el ejemplo más extraordinario de respeto que he encontrado en la vida. Tendrían curiosidad, pero no preguntaron.
Tampoco quiso tener hijos.
Siempre pensé que llegaría el día en que me arrepentiría. Pero no ha llegado. Adoro a mis 10 sobrinos. He conseguido que confíen en mí.
Sobre su familia dijo que usted gustaba fuera por lo que le criticaban en casa.
En mi casa Gran Hermano era “la bicha”, no se hablaba del tema. Cuando algún sobrino me preguntaba qué había pasado, sus padres me decían: “No les hables de ese programa”.
¿Qué le llevó a hacer Gran Hermano?
Me había separado y necesitaba trabajo. Observar a un grupo de gente encerrado tiene todo lo que buscamos: voyerismo y frescura. Cuando me lo ofrecieron pregunté si buscaban rigor o morbo. Me demostraron que iban en serio y me tiré a la piscina. El prestigio, si se daña, ya se recuperará. Gocé todas las semanas. Incluso disfruté los dos últimos años que me excedí, y ese estrés acabó en una depresión. Gran Hermano me daba la vida.
¿Se provocaba el mal rollo?
Ninguna de esas leyendas fue verdad. Lo dije: o jugamos limpio, o me voy.
Los Gobiernos de Madrid han demostrado desconocimiento e incultura en el tema de Cataluña
¿Se está acabando la televisión tal como la conocíamos?
Sí. No soy una seguidora de series ciega. Y como para conseguir dormir no puedo utilizar pantallas, después de las diez de la noche leo. Para mí los libros han ganado la batalla, aunque la estén perdiendo.
Tiene una librería en Barcelona, +Bernat, y defiende la lectura con la misma vehemencia con la que atacó el tabaquismo.
¿Cómo no voy a ser una loca contra el tabaco con lo que he visto hacer dentro de la casa de Gran Hermano? Hacían cigarrillos con bolsas de té… Utilizo los medios a mi alcance para luchar por lo que puede mejorar la vida.
¿Fumó alguna vez?
Poco. José fumaba mucho. Teníamos muchas sábanas quemadas. Yo fumaba porros, eso sí.
Su otra causa es la lectura. ¿Qué autor, que no sea Stefan Zweig, le ha permitido ver de otra manera?
Cuando leí España invertebrada, de Ortega y Gasset, entendí el problema de Cataluña.
¿Cuál cree que es?
A diferencia de muchos ciudadanos, el Gobierno central no ha querido entender la importancia de la convivencia. Los Gobiernos de Madrid han demostrado prepotencia, desconocimiento e incultura en el tema catalán. Eso ha provocado el callejón sin salida donde estamos. La solución es difícil y exige generosidad.
Concrete, por favor.
Cuando Zapatero dice: “Aceptaré el Estatuto que salga del Parlament” es el momento clave. Pero llega Alfonso Guerra y le hace recortes. El presidente del Gobierno debería haber mantenido su palabra. Y así hasta el peor de todos: Mariano Rajoy.
¿El peor no es Jordi Pujol?
Pujol es la vergüenza del pueblo catalán. Pero Rajoy se quedó paralizado. Los problemas no se pueden congelar. Por eso está en manos de los jueces, porque no le dio una solución política.
Hubo quien los atizó. Artur Mas, por ejemplo, a quien besa en uno de los programas de Scott y Milá.
Un beso no es un apoyo. Es un saludo.
¿Es independentista?
En absoluto. Estoy dispuesta a que me llamen lo que sea con tal de poder expresar mi opinión.
¿Es monárquica?
No. Mi familia lo es, pero yo no.
¿Una monarquía en el siglo XXI es un anacronismo?
Tiene sentido mientras sea útil como mecanismo de gobernanza.
¿La actual española es útil?
De momento, sí.
¿Qué debe hacer un rey para ser útil?
Bajar a la calle. Escuchar. El rey Felipe ha tenido una oportunidad de oro en la crisis catalana y no la ha sabido utilizar. La historia demuestra que quienes ven a años vista toman decisiones que los que les rodean no entienden hasta que pasa el tiempo. Él debía haber arriesgado más para encontrar el engarce de Cataluña en España. Aunque la Constitución lo limite, hubiera encontrado la manera. Hubiera tenido o un gran fracaso —en cuyo caso hubiera acabado— o habría logrado la aportación de su reinado.
¿Su familia era franquista?
Por desgracia, sí. Aunque dejaran de serlo en seguida. Mi familia es burguesa aristocratizada, porque Alfonso XIII le dio a mi abuelo un título. Son conservadores, cristianos y católicos, pero no ciegos. Mi abuelo fue presidente de la Diputación. Creyó, como tantos, que había que acabar con el desorden que la República estaba provocando en Cataluña. La decepción llegó cuando se dieron cuenta de que se habían metido en una ratonera con ese ser deleznable, el general Franco, que iba a acabar con el país. A mi abuelo lo echaron y mi padre empezó a militar para conseguir que volviera don Juan. La idea había sido un disparate: el general soluciona la inestabilidad de la República —un Gobierno legal, digno y con grandes políticos— con gente horrenda que se dedica a poner palos en las ruedas. Luego vendría don Juan y haría un país decente. Fue un mal cálculo.
¿Se puede ser progre y aristócrata a la vez?
Desde luego, soy progresista.
Cedió el título de condesa a su hermano.
A ver, mi aristocracia es tan relativa…, no tengo nada que me una a ella porque en realidad, ellos no lo saben, pero la aristocracia ya no existe. La monarquía puede hacer algo. La aristocracia no tiene nada que hacer.
La frescura o la naturalidad ¿se construyen?
En mi casa aprendí que el respeto no debe ser nunca reverencial. El respeto es por el ser humano, sea quien sea: tíos, tatas o el portero, no por los cargos. Respeto sí, reverencia no.
¿Para ser natural hay que hablar de pipí y caca?
Quizá soy una petarda y me río con el “caca, pedo, culo, pis”. Pero la verdad es que eso provoca la risa. Por eso tienes la tentación de utilizarlo. Pero no pasa nada. Todos cagamos.
¿Habla de los pedos para no abordar cuestiones personales más profundas?
¿Por ejemplo?
Sexualidad, desamor…
Scott y Milá es un programa de emociones que si te llega y te sirve, mejor. He explicado bastante mi depresión motivada por el desamor, el estrés y la obsesión cuando veía Gran Hermano 24 horas al día. Ahora estoy aprendiendo a tomarme las cosas con tranquilidad.
Para lo vehemente que es, se muestra cauta ante el cambio climático.
Es una urgencia, pero el catastrofismo es contraproducente. Cuando los números superan tu propia capacidad piensas que no puedes hacer nada y acabas no haciendo nada. Por eso me centro en lo que pueden hacer las personas. Al regresar de la India tras entrevistar a Afroz Shah, que puso en marcha un movimiento para recoger toneladas de plásticos, regresé a mi casita de la sierra y vi que los dos prados que la rodean estaban llenos de plástico. Cogí una bolsa de basura y me dije: “No va a ser que me voy a la India a recoger plásticos y vengo aquí y no los recojo”.
¿El precio de la fama es que se hagan fotos con usted o no poder fiarse de la gente que conoce?
Si estás bien y sabes poner límite, la fama no cuesta nada. El tema es que llegue a cambiar tu cabeza. Mi hermano me lo decía: no puede ser bueno que te digan a todo que sí.
Defiende que solo se educa con amor. ¿Se educa también con límites?
Sin duda. Lo aprendí hace años con una frase de un tío mío al que adoraba llamado Manolo Salinas: la hiedra crece contra la pared. Se agarra a la pared porque tiene un límite, crece por eso.
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