Chillida Leku despierta de su pesadilla
Ocho años después de su cierre por inviabilidad económica y problemas de gestión, el santuario artístico de Eduardo Chillida en Hernani (Gipuzkoa) reabrirá sus puertas el 17 de abril. No hay lugar mejor para asomarse a la obra del escultor español más universal del siglo XX. Adiós a la maldición de Chillida Leku. Bienvenidos a la casa del padre.
SON LAS SEIS de la tarde y una tibia luz que hace nada era de plomo y ahora es anaranjada cubre de mil matices, pátinas y gamas cromáticas los lomos de los colosos de hierro. La escultura Buscando la luz, un tótem de acero sinuoso y cargado de poesía, se convierte en la metáfora perfecta del momento. Los granitos rosas de la serie Lo profundo es el aire descansan en las campas de Zabalaga. Todo tiene como un aire prehistórico entre lo ritual y lo ancestral, es un mundo que retrotrae a estelas funerarias, dólmenes y monolitos, pero es a la vez un mundo moderno, vigente, imperecedero, todo un milagro artístico marca de la casa. Se entremezclan la sorda quietud del lugar y las vistas bucólicas de los montes con la urgencia ruidosa de las excavadoras, los tractores y los camiones avanzando entre el barro. Se trabaja contra reloj. Renace Chillida Leku.
El psicodrama colectivo que el 1 de enero de 2011, justo una década después de su ilusionante apertura, acabó con el cierre de este museo de esculturas al aire libre único en el mundo quedó atrás. El viejo sueño del escultor donostiarra Eduardo Chillida (1924-2002) y de su esposa, Pilar Belzunce (1925-2015), en su día diluido en la tormenta perfecta de los vaivenes políticos, los recelos familiares y la inviabilidad económica, vuelve a tomar cuerpo. El acuerdo alcanzado a finales de 2017 entre los descendientes del artista y los galeristas suizos Hauser & Wirth permitirá —cuando pocos apostaban ya por ello— abrir de nuevo las puertas de este lugar mágico situado en el término municipal de Hernani (Gipuzkoa) y a 15 minutos en coche del centro de San Sebastián. Es el legado del más universal de los escultores españoles del siglo XX: 40 obras de gran formato (hierro, acero, granito) desplegadas por las 11 hectáreas de hierba verde, robles, hayas y chopos, y medio centenar de obras de mediano y pequeño formato instaladas en el caserío del siglo XVI, un asombroso contenedor de piedra, madera y cristal, una escultura en sí mismo.
Las puertas de Chillida Leku (“el lugar de Chillida”) volverán a abrirse el 17 de abril. Lo harán con una exposición antológica sobre la obra del artista, Eduardo Chillida. Ecos, comisariada por su hijo Ignacio y que resumirá de manera exhaustiva su viaje creativo desde los años cuarenta hasta 2000 a través de series como las Gravitaciones (pequeños relieves en papel), las Lurras (esculturas elaboradas en piedra chamota) y algunas obras de hierro de gran tamaño como Del plano oscuro (1956), procedente del Reina Sofía; Hierros de temblor (1957); Yunque de sueños VII (1959); Deseoso (1954), propiedad de la Fundación La Caixa, o Elogio al hierro III, perteneciente a la colección de arte del BBVA. Parte de las obras procede de museos y colecciones privadas de varios países, algunas de ellas nunca o raramente expuestas. La muestra dedicará especial atención al proyecto Peine del viento, quizá el más popular y querido de toda la carrera del artista donostiarra: las tres esculturas incrustadas por él en 1977 en sendas rocas metidas en el mar allá donde acaba San Sebastián por la parte del monte Igueldo y la escenografía arquitectónica de Luis Peña Ganchegui han sido declaradas bien cultural con la categoría de conjunto monumental por el Ayuntamiento donostiarra. Es el paso previo para la petición a la Unesco de la declaración del Peine del Viento como patrimonio de la humanidad.
Chillida Leku vuelve y lo hace con un envoltorio renovado por el arquitecto argentino Luis Laplace con la ayuda de Jon Esery Chillida, nieto del escultor, y del prestigioso paisajista holandés Piet Oudolf. “Hemos tratado de readaptar un museo que fue hecho en otra década y de pensar cuáles son hoy sus necesidades, de forma que haya cambios pero que sean casi imperceptibles”, explica Laplace. Dos pabellones de moderna construcción situados en la entrada del recinto albergarán un centro de acogida de visitantes, una tienda-librería, una cafetería-restaurante (Lurra, supervisada por el cocinero Fede Pacha) y una pequeña sala de exposiciones para obras de papel.
Una nueva directora desembarca en Hernani: la barcelonesa Mireia Massagué, hasta hace poco responsable del Gaudí Exhibition Center de la capital catalana. Aunque la toma de las decisiones clave en lo artístico y en lo financiero llegará de la mano de los galeristas Iwan y Manuela Wirth. Es la ambición, y sobre todo el dinero, de una empresa privada logrando lo que las instituciones públicas —Gobierno vasco, Diputación de Gipuzkoa, Ayuntamientos de San Sebastián y Hernani, y Ministerio de Cultura— no quisieron o no pudieron lograr. Todo un signo de estos tiempos en los que el dinero público ya no es la única moneda de curso legal, ni siquiera la prioritaria, en la vida de los grandes equipamientos culturales.
La nueva responsable del centro es consciente de estar ante un reto de amplio calado: “Se trata de un museo que siempre generó muchas expectativas. Las circunstancias que acompañan a esta reapertura nos son muy favorables, porque Gipuzkoa y Euskadi en general han cambiado mucho en los últimos 10 años. Y en los últimos 5 ha crecido la economía pivotando en gran medida en torno al turismo, la cultura y la gastronomía. Es un momento muy bueno”. Una de sus prioridades es fidelizar al público de proximidad, especialmente remiso en la etapa anterior (apenas un 15% de los visitantes que acudieron entre 2000 y 2010 procedieron de Gipuzkoa): “Eduardo Chillida concibió este lugar como un museo en su tierra y no tendría sentido sin la interacción del visitante de aquí”, admite Massagué. En un principio, estaba previsto que la venta de entradas online arrancara el 1 de abril, pero los responsables del museo decidieron adelantarla al viernes 29 de marzo. (www.museochillidaleku.com).
En un saloncito de la villa familiar situada en una esquina de la finca de Zabalaga, Luis e Ignacio Chillida, hijos del escultor, exhiben una indisimulada euforia ante este renacer. De los términos económicos del acuerdo, de los plazos y de la letra pequeña firmada con Hauser & Wirth no habrá explicaciones: “No tiene sentido hablar de términos económicos. Este es un acuerdo entre dos personas privadas, una galería y una sociedad familiar, y entonces ¿por qué tenemos que dar explicaciones? Si hubiera por medio dinero público, pues claro que habría que explicarlo, pero al ser privados, no hay por qué”, comenta Ignacio Chillida, quien durante muchos años se ocupó de la edición de los grabados de su padre, y que ahora mismo desarrolla la ingente tarea de elaborar y editar el catálogo razonado de toda la obra escultórica.
La decisión de la pareja formada por Iwan Wirth y Manuela Hauser de apostar por la marca Chillida no solo implicará la reapertura de este santuario personal del artista. El acuerdo sellado con la familia convierte a Hauser & Wirth en los representantes mundiales de la Sucesión Chillida. La intención de los galeristas suizos (elegidos hace tres años por la revista ArtReview como los personajes más influyentes del mercado mundial del arte) es dar un impulso comercial y de prestigio a la obra del artista. Su presencia constante en ferias y subastas de todo el mundo y sus galerías de Zúrich, Londres, Somerset (suroeste de Inglaterra), Nueva York y Los Ángeles contribuirán, sin duda, a ello. “Nuestra decisión no es solo de carácter filántrópico”, reconoce Iwan Wirth a El País Semanal, “sino también estratégico; el objetivo es posicionar Chillida Leku en un mundo del arte que ha cambiado mucho desde la creación del museo”. Wirth considera que la obra de Chillida no ocupa hoy el lugar que merece en el mercado global del arte. Y quiere corregirlo: “La obra de Chillida es admirada en Europa y en Japón, y tiene un enorme potencial para serlo cada vez más en Estados Unidos y en el resto de Asia. Pero comparada con la de otros grandes artistas, creemos que está hoy infravalorada y nuestra ambición es cambiar eso en el futuro”. En la actualidad, los galeristas y empresarios suizos controlan los derechos de estrellas del arte contemporáneo como Philip Guston, Ron Mueck o Paul McCarthy y el legado de vacas sagradas del arte moderno como Henry Moore o Louise Bourgeois.
Gestionar el museo de Zabalaga ni siquiera era su prioridad. “Ellos primero nos contactaron con el objetivo de ser los representantes mundiales de la Sucesión Chillida. Era 2017, y nosotros les dijimos que sí, que nos podía interesar, pero que eso no podía ir solo, que en ese trato había que incluir la reapertura porque no se podía separar, y que por tanto debían gestionar ellos el museo. Y ellos, con un par de narices, dijeron que sí”, recuerda Ignacio Chillida. A eso se le llama matar dos pájaros de un tiro. Uno de los más importantes gestores culturales de este país, que prefiere permanecer en el anonimato, lo explica así: “A la familia le ha venido Dios a ver. Hauser & Wirth va a conseguir algo que ni ellos ni las instituciones hubieran conseguido nunca: poner la obra de Chillida en lo alto del panorama internacional”. Sin embargo, Iwan Wirth asegura que tuvieron clara desde el principio la necesidad de reabrir el museo al público: “El hecho de que uno de los principales legados del artista, Chillida Leku, no estuviera abierto era inaceptable para nosotros como representantes mundiales de la Sucesión”.
En todo ello incide el actual consejero de Cultura del Gobierno vasco, Bingen Zupiria (PNV). Lejos de lamentar que las instituciones vascas se hayan quedado al final sin participar en la gestión de Chillida Leku [estuvieron a punto, pero las luchas internas en el seno del PNV dieron al traste en julio de 2016 con un acuerdo entre la Diputación de Gipuzkoa y el Gobierno vasco que estaba a punto de cerrarse y por el que cada una de esas instituciones aportaba 50 millones de euros por asumir el control del museo], Zupiria comenta: “Esta es una noticia excelente. Estamos hablando de una alianza estratégica de la familia con una de las infraestructuras más importantes del mundo del arte; porque Hauser & Wirth es mucho más que una galería, es un conglomerado que se dedica a la representación de artistas y que tiene una enorme capacidad de mover obras, nombres, lugares. Todo eso va a permitir un reposicionamiento de la obra de Eduardo Chillida en el mundo del arte”.
Frente a la interpretación general, Luis Chillida, que llevó las riendas del museo durante su primera época (2000-2011), sostiene que el centro nunca llegó a cerrar del todo sus puertas, aunque se alegra del desenlace al que ahora se ha llegado. “Nosotros hemos seguido recibiendo aquí a gente con cita previa, han venido entre 6.000 y 8.000 personas al año, y esa gente ha podido visitar este lugar de una manera muy especial…, pero no era lo que querían nuestros padres, claro”.
En 2010, con la crisis económica en su apogeo y la incapacidad de la familia de gestionar un centro que arrojaba un déficit anual de casi 400.000 euros según la consultora Lord Cultural Resources, Chillida Leku tuvo que cerrar sus puertas. Más de 800.000 personas se habían paseado por las campas de Zabalaga durante aquellos 10 años. Los herederos del escultor tuvieron que vender obras para hacer frente a las pérdidas. Todo acabó en un ERE y con los 23 trabajadores del museo en la calle. “En efecto, el famoso déficit de Chillida Leku del que tanto se ha hablado existió y, a diferencia de otros museos, a los que se les daba un presupuesto para funcionar, nosotros nos lo tuvimos que comer con patatas durante varios años. Y la única forma de hacerlo fue ir vendiendo obra, no teníamos otra manera de generar recursos”, apunta Luis Chillida. El momento crítico llegó en 2016 con la capitalidad cultural europea de San Sebastián: el principal reclamo cultural de la ciudad permaneció cerrado durante todo aquel año.
Hay que recurrir a los orígenes para comprender el presente de ciertas cosas. Los de Chillida Leku se remontan a 1982, el año en que Eduardo Chillida deja de trabajar con Aimé Maeght, su galerista desde los años cincuenta, y busca un lugar definitivo en el que ir varando sus criaturas de hierro, piedra, madera, acero, alabastro… En Villa Paz, la casa familiar del Alto de Miracruz de San Sebastián, donde el escultor tenía también su taller, apenas había espacio para almacenar cinco o seis de sus grandes formatos. Así que empezó a buscar, por un lado, un contenedor natural en el que el tiempo fuera dejando su poso de óxido sobre los grandes hierros y, por otro, un taller más grande para trabajar la piedra, las lurras de tierra chamota o esos granitos rosas que se traía lo mismo de la fábrica de Ingemar en la vecina Usurbil que de unas canteras de la India.
La serie de granitos Lo profundo es el aire, que también puede contemplarse en este museo, es el mejor ejemplo de todo ello. Estudios exploratorios pero a la vez precisos de la relación entre arte, espacio y vacío —tan querida y estudiada por el filósofo Martin Heidegger, con quien Chillida llegó a firmar conjuntamente una edición de El arte y el espacio— fueron a la postre el germen de lo que acabaría convirtiéndose en uno de los proyectos más queridos del escultor: Tindaya. El vaciado de la montaña sagrada de los canarios en la isla de Fuerteventura. Proyecto añorado. Proyecto malogrado.
Pero volvamos a Zabalaga. Dar con unos terrenos grandes y accesibles para enormes moles de hierro en las cercanías de San Sebastián, y que además permitieran la entrada de grúas y camiones para transportar las esculturas, parecía misión imposible en aquellos inicios de los años ochenta. Hasta que un buen día, Chillida celebró una exposición de obra gráfica en la casa de Goya en Burdeos. A la muestra asistió el entonces cónsul de España en Burdeos, Santiago Churruca. Cuando la familia iba a regresar a San Sebastián, él les pidió si podía volver con ellos en el coche, ya que tenía que vender unos muebles de una casa que poseía en el campo, cerca de la ciudad. Era Zabalaga. Al llegar, Eduardo Chillida empezó a pasearse por aquellas campas verdes e inmensas y por aquel caserío del siglo XVI semiderruido. El flechazo fue instantáneo. Había encontrado el hogar para sus criaturas. Era el germen de Chillida Leku, aunque en aquellos días no existía en sus cabezas la idea de un museo. La restauración finalizó en 1997. En 2000 tuvo lugar la inauguración. Los reyes Juan Carlos y Sofía, el presidente del Gobierno José María Aznar, el lehendakari Ibarretxe y el canciller alemán Gerhard Schröder acompañaron al artista y a Pilar Belzunce aquel día.
En el caso del escultor guipuzcoano, regresar a Hernani suponía un reencuentro con su historia personal. Como Ulises, y por segunda vez, Chillida volvía a su Ítaca particular, a esa casa del padre que, retomando el título del poema de Gabriel Aresti (Nire aitaren etxea, La casa de mi padre), acabaría inmortalizando en 1987 en una tremenda carcasa de hormigón que desde entonces descansa cerca del Árbol de Gernika. Mucho antes, en 1951, a su regreso de París, el creador donostiarra se había instalado en la villa de una tía suya, Vista Alegre, en el barrio hernaniarra de La Florida. Allí, en la forja del herrero Manuel Illarramendi, aprendió a trabajar el hierro. Así lo recuerda el hoy alcalde de Hernani, Luis Intxauspe (EH Bildu): “Chillida es un artista con una proyección mundial incuestionable cuya trayectoria comenzó en un taller de Hernani, incluso personas de cierta edad recuerdan al artista cuando trabajaba en su taller del barrio de La Florida. Esta reapertura nos permitirá dar a conocer este legado artístico a nuevas generaciones”.
Aquel artista ensimismado en su mundo creativo, antiguo portero de la Real Sociedad y pelotari de fuste, aquel vasco universal (“Los hombres somos de algún sitio, lo ideal es que tengamos las raíces en un lugar, pero que nuestros brazos lleguen a todo el mundo, que nos valgan las ideas de cualquier cultura”) cuya cara de piedra podría haber servido ella misma como modelo para una escultura, no era aficionado a los atajos ni a las poses. Como dijo de él Octavio Paz, en Eduardo Chillida el hierro se ve que es hierro, el granito se ve que es granito y el acero se ve que es acero. Para él, la labor del artista era trabajar en lo desconocido. Lo dejó grabado en uno de sus aforismos favoritos: “Lo que ya sé no tiene sentido”. El artista, según Chillida, tenía como misión meterse en problemas. Su incansable labor en pos de la creación de Chillida Leku así lo atestiguó durante años. De haber asistido a este renacer, probablemente habría repetido el viejo título de una de sus esculturas. Buscando la luz.
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