No hay dinero para mantener a tantos
El aumento de personas desplazadas y la caída de la financiación empuja a las organizaciones internacionales a buscar formas para que los refugiados puedan valerse por sí mismos cuanto antes
Aisuto (18 años) se muerde los labios con gesto de frustración y estira el brazo con el teléfono móvil de color amarillo y negro, en un intento vano de que el aparato recupere la cobertura. Esta joven de República Centroafricana es refugiada, y llegó a este campo en Lolo (Camerún) escapando de la violencia en su país. Huyó de su hogar con su padre, ya mayor, y algunos hermanos más pequeños. Ahora es ella quien gestiona un hogar de seis personas. Y el teléfono es el medio que las agencias que gestionan el recinto (de unos 12.230 habitantes) le han dado para obtener comida. Una innovación en la atención a los refugiados, un colectivo que no deja de crecer y que obliga a quienes los atienden a replantearse la forma en la que lo hacen.
En teoría, cuando se abre un campo de refugiados, el responsable del mismo debe hacerse cargo de todas las necesidades de quienes allí se alojan. En muchos casos, estos son personas que han huido de su hogar con lo puesto, o con los pocos enseres que han podido agarrar antes de salir corriendo. Si el gestor es Acnur (entidad de Naciones Unidas para la atención a los refugiados), como ocurre en Lolo y en los otros cuatro recintos que acogen a centroafricanos en el Este de Camerún, la asistencia debe además cumplir con unos estrictos estándares: un mínimo de letrinas y pozos, una distancia máxima entre ellos y cada refugio, comida que aporte un mínimo de calorías… “Lo cierto es que no llegamos. Tras tres años de llegadas, los donantes están cansados”, lamenta Gert Casteele, asistente del representante de Acnur en Camerún.
El número de personas desplazadas en el mundo no tiene precedentes: 65,6 millones, prácticamente como las poblaciones de España, Portugal y Grecia juntas. Y son 20 más cada minuto. De ellos, casi 22,5 millones han sido reconocidos como refugiados. Pero, mientras las necesidades aumentan —por guerras mediáticas como las de Siria, pero también por violencias menos visibles en lugares como Yemen, Afganistán o República Centroafricana—, la cantidad de fondos para atender a los que se han quedado sin nada disminuye. Un ejemplo es el recorte del dinero que Estados Unidos aporta a Unrwa, la entidad de asistencia a los refugiados palestinos. En 2013, Acnur cifraba sus necesidades presupuestarias en 5.335 millones de dólares, y consiguió 3.234 (el 60%). Cinco años después, en 2018, estima que necesitará mucho más: 8.276. Y, de momento, solo ha cubierto 1.281 (el 15%).
Las emergencias que más sufren esta falta de dinero son las alejadas de los focos, como los 152.000 centroafricanos refugiados en el Este camerunés, la región más pobre del país. Aquí, el organismo de la ONU solo ha conseguido un 7% del dinero que considera necesario para atenderlos. El Programa Mundial de Alimentos, que se encarga de proveer comida, lleva desde octubre de 2016 sin poder repartir las raciones de 1.765 kilocalorías diarias (ya de por sí lejos de las 2.000-2.500 que recomiendan los organismos sanitarios occidentales) por falta de fondos. Las dificultades para cumplir con los estándares en los campos son enormes, y no digamos para asistir a quienes viven integrados en las comunidades locales (más de seis de cada 10) por falta de sitio en los recintos. La convulsa situación en República Centroafricana no abre la posibilidad de regresar, y decenas de miles de personas llevan años varados en tierra de nadie, dependientes de la ayuda de otros, y sin expectativas de futuro.
“La estrategia de asistir a refugiados en campos es algo de la vieja escuela”, reflexiona Casteele. “Necesitamos pasar de un enfoque de ayuda humanitaria a uno de desarrollo”, propone. Una opinión compartida por muchos de los que trabajan con los refugiados. Si no hay dinero para dar peces a todos, habrá que emplear el que haya en comprar cañas y enseñarles a pescar, vienen a decir. “La solución es dotar de autonomía a los refugiados lo antes posible”, en lugar de instalarlos en campos donde dependen totalmente de la ayuda que se les dé, remacha el responsable de Acnur.
La idea del móvil es una de las muchas iniciativas que comienzan a trabajar en esa línea. En vez de dar comida —harinas, aceites, legumbres…— directamente, se asigna a los refugiados una cantidad de dinero y ellos pueden decidir qué compran. Aunque las transferencias se hacen a través del teléfono para que solo pueda gastarse en los puntos de venta de los campos. “Si tuviera efectivo quizá compraría otras cosas y luego no me llegaría para la comida”, reconoce Aisuto con una sonrisa tímida.
Pero, elijan o no, el dinero para comer, como casi todos los servicios que se dan en los campos, sigue siendo una ayuda. Por eso, poco a poco se destinan más fondos —"aunque deberíamos empezar a hacerlo al inicio de las emergencias"— para fomentar la independencia económica de los refugiados. Yusufa, un pastor de 57 años, llegó al campo de Mbile sin nada. Ahora, con las parejas de ovejas y cabras que le dieron, busca construir su propio rebaño. "Si lo consigo, será un seguro para mi familia y nos dará estabilidad", apunta.
Y, sobre todo, se fomenta que los perseguidos no necesiten confinarse en un campo y puedan integrarse con las comunidades locales. “Aquí fuera la sensación y las posibilidades de autonomía son mayores”, comenta Alexandre Chouri, que trabaja para la ONG estadounidense CRS con los refugiados de Betare-Oya.
El Banco Mundial, que aporta fondos para el desarrollo de los países, comparte este punto de vista. "Un enfoque de desarrollo ayuda a la gente forzosamente desplazada a superar su vulnerabilidad, como la pérdida de activos o la falta de un horizonte, de manera que puedan reconstruir sus vidas con dignidad", en palabras de Xavier Devictor, un asesor del organismo internacional. "Y las comunidades anfitrionas también necesitan ayuda", añade el autor de un estudio sobre el tema.
La idea, según el documento, es que esta es una forma más eficiente y duradera —"sostenible", en la jerga de Naciones Unidas— de aliviar la situación de los refugiados, haciendo que puedan valerse por sí mismos lo antes posible. Y, al mismo tiempo, duplica los efectos de esa ayuda, al contribuir también al desarrollo de la población local.
El Banco Mundial ya ha empezado a trabajar en este sentido en países de renta baja, como el propio Camerún, aunque el informe llama a no olvidarse de los Estados de renta media que reciben gran cantidad refugiados, como Líbano o Jordania. En febrero, expertos de la institución visitaron el país para evaluar las necesidades de las comunidades de acogida en materia de salud, educación, protección social, creación de empleo... La ventaja es que la generosidad de los cameruneses al integrar a los centroafricanos facilita aplicar esta filosofía. Casi dos de cada tres refugiados en la provincia del Este comparten su vida con la población local. "Camerún puede ser un ejemplo de una nueva forma de hacer las cosas", augura Casteele.
Este reportaje ha sido posible gracias a la colaboración del Comité Español de Acnur. Conoce el trabajo de Acnur con los refugiados de la República Centroafricana en Camerún aquí.
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