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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Los premios son también señales

Echar carreras contra la Academia sueca es una estrategia discutible. Y no premiar a más mujeres es un mal plan para el futuro

Javier Sampedro
Las científicas Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna, Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica 2015.
Las científicas Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna, Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica 2015.Fundación Princesa de Asturias

A nadie le amarga un premio. Con las excepciones clásicas de Jean Paul Sartre (que rechazó el Nobel), Woody Allen (que no fue a recoger el Oscar) y Grigori Perelman (que pasó de la medalla Fields y se fue a vivir con su madre en San Petersburgo), la experiencia suele mostrar que recibir un premio deja mucho mejor ánimo que no recibirlo. Pero los premios son también una señal: les dicen a los colegas por dónde van los tiros de la élite científica –que es la que forma los jurados— y sugieren a la gente joven, los que ahora mismo están decidiendo qué carrera estudiar, por dónde puede ir su futuro. Esta ha sido la semana de los premios, como puedes leer en Materia. Lo que sigue son un par de reflexiones sobre su función de señal.

Cuando los premios Princesa de Asturias reconocieron a Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier –las mismas que han recogido esta semana el premio Fronteras del Conocimiento del BBVA junto al español Francis Mojica—, hace dos años, hubo altas fuentes científicas que mostraron en privado un cierto disgusto. No porque Doudna y Charpentier no merecieran el premio, sino por todo lo contrario. Las dos científicas eran ya (y siguen siendo) un Nobel tan cantado que darles el Princesa de Asturias parecía más una operación para anticiparse a la Academia sueca que lo que estos galardones habían sido anteriormente: una sonda para descubrir tesoros ocultos, el tipo de joyas de talento científico que se le suele escapar a Estocolmo. El premio de este año, anunciado esta misma semana, parece incidir en la misma línea: las ondas gravitatorias, otro Nobel cantado. Todo esto está perfecto para la función tradicional de cualquier premio, que es reconocer un logro, pero quizá no tanto para su función de señal. Para atraer al talento joven a la ciencia.

La otra reflexión son las mujeres, y ello pese a que Dudna y Charpentier están en el candelero estos años. Huelga decir que un premio, en su función de reconocimiento, no tiene por qué ser paritario. Las mujeres han estado tan discriminadas en la ciencia del último siglo que no es extraño que la gran mayoría de los premiados sean hombres. En su función de señal para las jóvenes generaciones, sin embargo, los jurados deberían ser más conscientes del mensaje que transmite tanta dominancia viril en los fastos y en las fotos. Para las chavalas que están ahora mismo decidiendo qué estudiar, sería una buena señal ver a más gente de su sexo subida al podio. Y, como decía Fraga, esto es todo lo que tenía que decir.

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