Empezar por el principio
En un país sumido en una crisis prolongada y con múltiples frentes abiertos, la atención contra la desnutrición de los más pequeños es una prioridad para construir el futuro
Al hacer un retrato de los problemas de Haití, surge el principal problema: ¿por dónde empezar? La capital, Puerto Príncipe, un hormiguero de chabolas y construcciones encharcado y con basura desparramada por (casi) todos sus distritos, resume bien muchos de ellos. A la falta de cualquier tipo de planificación —urbana o institucional— se unían hasta hace unas semanas las consecuencias de un devastador terremoto (el de 2010) del que el país aún no se ha recuperado, aunque los fondos de ayuda sí que se habían agotado. Ahora, los efectos del huracán Matthew volverán a atraer asistencia, pero gran parte de los costosos avances se habrán ido por el desagüe con las lluvias.
Además, al hambre estructural se le añaden tres años consecutivos de sequías provocadas por El Niño, en los que se perdió hasta el 70% de las cosechas. La falta de presencia del Estado (centros de salud, policía, funcionarios públicos) se junta con la inestabilidad política (un Gobierno interino desde febrero con protestas continuas en las calles). Y por si todo esto fuera poco, hay falta de luz, de saneamiento, brotes de cólera... Una queja recurrente de trabajadores de agencias internacionales y ONG es que hay tanto por hacer que resulta casi imposible saber por dónde empezar.
Una buena idea suele ser hacerlo por el principio. Y ese comienzo puede ser luchar por que el futuro de Haití no quede condicionado antes de echar a andar. Que sus niños no arrastren de por vida el lastre de la desnutrición (y, desde luego, que no mueran extenuados por la falta de comida). Según datos de la agencia de la ONU para la alimentación (FAO), uno de cada dos haitianos (el 53,4%) sufre algún grado de desnutrición. En el caso de los menores de cinco años, puede suponer una condena a muerte, o a una vida mermada.
Al entrar en la clínica comunitaria de Martissant —uno de los distritos más peligrosos de la capital haitiana— uno siente el golpe del calor, pese a que en la calle hay más de 35º. Realmente es un centro de nutrición, gestionado por la ONG local Fondefh con el apoyo de agencias internacionales como Unicef en apoyo de los raquíticos recursos del ministerio de salud. El número de personas por metro cuadrado en los dos primeros (y bajos) pisos de este centro es incontable.
Aquí no vale cualquier grado de desnutrición para recibir asistencia. Hay pocos recursos, así que toca priorizar. "Aquí se hace un reconocimiento de los niños, se les pesa y se les mide el perímetro braquial", explica el doctor Marcelin Steau, responsable del lugar, en una sala atestada de niños llorosos y madres resignadas.
La mayoría de ellas han llegado aquí "gracias al pilar principal de este programa", en palabras de Steau: los agentes comunitarios. Porque faltan recursos, pero a los que trabajan en este proyecto, como Auril Cirienne, una joven de 27 años, les sobran ganas. "Lo único que puede contribuir a mejorar la vida en este área es lo que hacemos con los niños", señala. En la azotea del tercer piso, estos agentes reciben formación para recorrer el distrito orientando a las familias, detectando casos de desnutrición y animándolas a buscar ayuda en el centro.
A diferencia de otros proyectos de cooperación, aquí los agentes comunitarios son todos locales. Algo necesario para que puedan desenvolverse bien en la zona. Porque además de todos los problemas mencionados, el distrito de Martissant —y no es ni mucho menos el único— es escenario de constantes enfrentamientos violentos entre bandas rivales. "La mayor parte de nuestro trabajo se hace en y por la comunidad", comenta el doctor Steau.
"Pero los fondos son muy limitados, y tenemos que priorizar nuestra acción a las áreas más vulnerables", lamenta el médico. A este centro, por ejemplo, también vienen pacientes de otras comunidades. Tras el seísmo de 2010, con chorros de ayuda internacional, había dinero para atender los innumerables casos de desnutrición infantil, que se fijaron como prioridad. Seis años después, pocos actores siguen apoyando estas iniciativas. Y eso obliga a elegir dónde se actúa y a cuántos niños se acepta.
La capacidad de operar centros como este se ha visto mermada, y eso se nota tanto en las zonas más desfavorecidas de la capital como en las zonas rurales, donde la situación es a veces prácticamente invisible por la falta de instituciones estatales. "Nuestros trabajadores han llegado a zonas como Savanette [a medio camino entre Puerto Príncipe y la frontera con República Dominicana] y han encontrado una situación que recuerda a la hambruna de Etiopía en 1994", asegura Jean Metenier, vicerrepresentante de Unicef en Haití. La pérdida de cosechas por la sequía afecta más directamente a las comunidades rurales.
En la clínica de Martissant, después de pasar por el reconocimiento, solo los niños de hasta 15 meses de edad con desnutrición severa son admitidos al programa. A los demás, se les dan las vacunas oportunas y algo de vitamina A, si se cree que la precisan. Y a casa. Los agentes harán un seguimiento y, si acaso, cuando haya oportunidad, repartirán a la familia un paquete de comida. "Aguacates, arroz... Casi todas las familias tienen problemas nutricionales, y esa ayuda sigue siendo necesaria", comenta Cirienne. Aunque pocas veces esté disponible.
Los más (des)afortunados, los pequeños en peor situación, reciben un suero de agua y azúcar contra la hipoglucemia y Plumpy Nut para recuperarse, además de amoxicilina (antibiótico) y albendazol (antiparásitos) si se cree necesario. Los padres —casi siempre, las madres— reciben más raciones e ingredientes para preparar la solución en casa. Solo los casos más graves (con fiebres u otras complicaciones) se quedarán en observación en una pequeña sala contigua con apenas cinco cunas en las que se les proporcionará además una leche enriquecida mientras se les trata de las otras dolencias.
"El problema original es que la situación de los padres no mejora, y al final son los mismos niños los que vuelven al centro una y otra vez", indica Steau. Eso les obliga a hacer una labor paliativa en muchos de los casos, aunque también hacen esfuerzos por prevenir. En una tercera estancia una veintena de madres se apretuja con sus niños mientras una enfermera les insiste en la importancia de cumplir con la lactancia materna exclusiva como la mejor arma contra la desnutrición. También les da pistas de cómo dar a sus hijos un poco mayores la mejor nutrición posible con los pocos recursos que tienen. "Normalmente tienden a comprar cosas importadas en lugar de productos locales que, muchas veces, son más baratos", dice la enfermera. Los agentes comunitarios animan a todos los padres a venir a estas "clases", que son obligatorias para recibir atención en el centro.
Es la lucha por una generación más fuerte que pueda avanzar en el desarrollo de este país asolado por las calamidades. Es una primera piedra, la de la nutrición, para que Haití pueda sobreponerse a todos los problemas que tiene que afrontar. Si huracanes, terremotos y sequías le dan una tregua y no echan por tierra primeros pasos como estos.
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