Otro terremoto en Haití: el hambre
La fuerte sequía, agravada por El Niño, y el aumento de los precios provoca la mayor crisis alimentaria del país en 15 años, con las heridas del seismo aún abiertas
Lleva dos horas encerrada en no más de un metro cuadrado, arañando gotas de agua a la tierra. Le duele la espalda pero ella continúa raspando con la pala. Aún le queda otro cubo por llenar. La culpa la tiene la sequía. En abril del año pasado el agua dejó de llegar a la fuente del pueblo, no había suficiente presión. Entonces, los vecinos de Grand Grossier (al este de Haití) decidieron ir a buscar el punto de origen, a unos 20 kilómetros, y cavar un pozo. Si la montaña no va a Mahoma... “El agujero que hicimos es muy estrecho, por eso solo pueden meterse a recoger el agua las niñas. Lo hacen con una pequeña pala. Es muy cansado, pero lo peor es que a veces no se puede sacar casi nada y se vuelven a casa con las manos vacías”, cuenta Josehp, un joven del pueblo.
Haití empieza su tercer año de sequía y la llegada del fenómeno del Niño solo ha agravado las cosas. La falta de agua se ensaña en el este, el sur y la región de Artibonite, principal zona de producción de arroz del país. En total, más de un millón de personas se han visto afectadas. Las pocas precipitaciones que caen son erráticas y mal distribuidas y, mientras tanto, los pozos se secan, las cosechas se pierden, muchos animales mueren y lo peor, vuelve a despertarse un viejo conocido: el hambre.
Según la Red de Sistemas de Alerta Temprana contra la Hambruna (Fews Net), Haití se encuentra en situación de crisis fase 3. Esto quiere decir, en un contexto de inseguridad alimentaria aguda. Según el Programa Mundial de Alimentos (PMA), la falta de agua ha provocado la pérdida del 70% de los cultivos de 2015 y si no llueve durante los próximos meses se teme que muchos agricultores pierdan su cuarta cosecha consecutiva. La agricultura en Haití es básicamente de subsistencia y eso implica que si no producen, no comen.
Hoy, 3,6 millones de haitianos —un tercio de la población total del país— viven en situación de inseguridad alimentaria, o lo que es lo mismo no pueden acceder a alimentos suficientes para cubrir sus necesidades. Junto a estos, 1,5 millones directamente pasa hambre, está al borde de la desnutrición. Es el doble de la cifra que se registraba hace solo seis meses.
3,6 millones de haitianos —un tercio de la población total del país— viven en situación de inseguridad alimentaria
Todo esto ocurre en un país que aún no ha conseguido superar las secuelas del terremoto de 2010 —59.000 personas siguen viviendo en campos de desplazados— y que, seis años después, tampoco ha logrado ganarle la batalla al cólera. 322 personas murieron en 2015 a causa de esta enfermedad y ya se han detectado 25.000 nuevos casos en lo que llevamos de año.
Para Naciones Unidas, esta es la peor crisis alimentaria que sufre Haití desde el año 2001, por ello acaba de lanzar un llamamiento solicitando 73,5 millones de euros para ayudar a combatir esta desnutrición aguda. Actualmente, el PMA reparte raciones de comida a 500.000 niños haitianos al año. Ellos son siempre los más vulnerables, alrededor de un 5% de los menores de cinco años está desnutrido.
Aumenta la pobreza rural
Aunque el éxodo a las ciudades ha crecido en los últimos años, casi la mitad de la población haitiana sigue siendo rural. Unos 4,4 millones dependen del campo para vivir, de ellos un 75% (3,3 millones) se sitúa hoy bajo el umbral de la pobreza. Su situación siempre está en un frágil equilibrio, el 90% de estos agricultores dependen de la lluvia para sus cosechas, sólo el 10% de los cultivos son de regadío. Por eso cuando el agua deja de correr, son las primeras víctimas.
Las malas cosechas causadas por esta sequía han reducido inevitablemente puestos de trabajo en este sector y las opciones son escasas. “En esta zona la única alternativa a la agricultura es la explotación del carbón, lo que implica cortar arboles y degradar aun mas el territorio”, advierte Mercedes López, representante en Haití de la ONG Alianza por la Solidaridad. Al final, no deja de ser un círculo perverso. Sin lluvias ni cultivos, los campesinos se ven empujados a talar árboles para sobrevivir, pero sin estos cada vez será más difícil que llueva. Hoy Haití se encuentra en un avanzado estado de deforestación, solamente se conserva un 1% de los bosques primarios en todo el territorio.
Boyer Wilner, de la Asociación de Jóvenes Universitarios de la región de Carrefour (Ojucah) reconoce que la situación en las zonas rurales es cada vez más preocupante. “Muchos niños han dejado de ir a la escuela porque sus familias no tienen medios por la sequía”. El colectivo al que pertenece ha plantado 400.000 árboles en la pequeña localidad de Lavial, al sur de la isla. Wilner advierte de que la tala indiscriminada “también está provocando graves problemas de erosión”. Este agotamiento de los recursos naturales hace al país mucho más vulnerable ante cualquier fenómeno climático. No solo se trata de posibles terremotos, como el de 2010; también huracanes, como los de Isaac y Sandy en 2012, o fuertes tormentas tropicales, como Erika en agosto del pasado año. Según la empresa británica Maplecroft, especialista en análisis de riesgos, Haití se encuentra entre los cinco principales países que corren más riesgo por el cambio climático junto a Chad, Bangladesh, Níger y República Centroafricana. El Programa Mundial de Alimentos asegura que más de 500.000 haitianos estarían hoy bajo amenaza de los impactos derivados del cambio del clima.
Esta es la peor crisis alimentaria que sufre Haití desde el año 2001. Acaba de lanzar un llamamiento solicitando 73,5 millones de euros
Bajan las lluvias, suben los precios
El futuro de Haití, y sobre todo del hambre de su población, depende de los caprichos del clima, pero también de los del mercado. Resulta difícil de creer que en un país principalmente agrícola el 50% de los alimentos que se consumen proviene de fuera. En el caso del arroz, su principal alimento básico, el porcentaje llega hasta el 80%. Haití importa cada año comida por valor de 657,5 millones de euros.
“Casi todos los productos vienen de Brasil, Argentina, Estados Unidos y República Dominicana. Sus precios son más bajos que los locales porque apenas hay aranceles. Hoy en cualquier restaurante comer pollo haitiano cuesta 150 gourdes [2,1 euros], mientras que el americano son 125 [1,8 euros]”, denuncia Frank Seguy, profesor de Sociología en la Universidad del Estado de Haití. Esta situación afecta a los productores locales, que cada vez tienen más difícil competir con el producto extranjero, pero también deja la alimentación de todo un país a merced de los bailes de precios del mercado. Es precisamente lo que ha ocurrido con la depreciación de la moneda local, el gourde haitiano. Solo durante el último año, se ha pasado de ofrecer 47 gourdes por dólar a 60,61. Esta pérdida de valor ha encarecido las importaciones, según el PMA, en un 60%, sobre todo en alimentos básicos como el arroz o el maíz.
En la casa de Anne Marie Floria tienen 12 bocas que alimentar con cada vez menos recursos. Desde hace años, su familia producía maíz y habichuelas en un pequeño terreno al este de Haití, pero eso fue mucho antes de que el agua empezara a escasear. “Las plantas se secaron, no teníamos para comer. Solo hay una fuente casi seca en el pueblo y tenemos que esperar colas de entre dos y cuatro horas para sacar un poquito de agua”, cuenta esta mujer de 43 años. Afortunadamente, la familia de Anne Marie es una de las ochenta que ha entrado a formar parte del vivero puesto en marcha en la localidad de Terre Froide Magine, un proyecto impulsado por Alianza por la Solidaridad.
Estas familias deben ocuparse ahora de plantar en el invernadero, sobre todo frutas tropicales, más adaptadas al territorio. Luego tendrán que trasplantarlas, bien a terrenos privados o comunales. Las semillas que hoy tienen en sus manos son su mayor esperanza. Según las últimas previsiones todo apunta a que las lluvias podrían volver a situarse durante la próxima primavera por encima de la media, a medida que el Niño se debilite.
Anne Marie se llevará 400 plantas de mango, aguacate y limón. “Para consumo familiar y, si se puede, para vender algo”, explica mientras coloca los fardos sobre un escuálido burro y sobre su propia cabeza. “Ahora solo espero que llueva”, dice mirando al cielo justo antes de despedirse.
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