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EL PULSO
Columna
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El tiempo es el dinero de los jóvenes

Pagar por la estancia y no por lo que se consume. Una cadena de cafeterías rusa aterrizada en Londres replantea hábitos... Cobrando a tres peniques el minuto

Si Proust hubiera vivido en esta época, y en Londres, bien pudiera haber encontrado su tiempo perdido en el Ziferblat café, un concepto ruso que está triunfando en uno de los barrios más cool de la ciudad.

En pleno Shoreditch, una zona al este de Londres conocida como el Silicon Valley europeo por la cantidad de empresas tecnológicas que concentra, este café aspira a recrear un ambiente similar al salón de casa, un lugar tranquilo, poco pretencioso, cómodo y sobre todo barato, donde las personas se sientan más huéspedes o invitados que clientes.

Con este fin, el establecimiento no cobra por consumición (nunca alcohólica), sino por tiempo. Nada más llegar, los visitantes cogen uno de los antiguos relojes/despertadores disponibles a la entrada, para sentarse tranquilamente en una de las aproximadamente diez mesas de las que dispone este curioso lugar. El reloj marca la hora de llegada, y servirá para calcular cuánto hay que pagar a la salida. La tarifa son tres peniques por minuto –o 1,80 libras la hora (2,19 euros)–.

En ese tiempo, los visitantes pueden usar una cocina adyacente para hacerse cuantas tazas de café o té quieran. También hay pastas, pasteles y galletas. Todo es gratis –excepto el tiempo–. La música no es atronadora, como en la mayoría de establecimientos londinenses, que suben el volumen para crear ansiedad y, por ende, consumo. Suena un jazz tranquilo que invita a hablar en tono relajado. En la sala, donde los colores y la iluminación son tenues, también encontramos un piano y una estantería repleta de libros de segunda o tercera mano. Los suelos son de madera gastada, las mesas, antiguas, y las sillas, casi todas diferentes. Las lámparas y el papel de algunas paredes parecen sacados de casa de la abuela (la del pueblo).

“Esto es mejor que la biblioteca, donde tienes que rellenar papeles todos los días para que te dejen entrar”, dice Sara Mendoza, una ingeniera de caminos de 31 años, de Haro, La Rioja, que lleva tres semanas en Londres buscando trabajo –“de lo mío”, subraya–. Aquí la ha traído su amiga Lidia Arjona, quien lleva en Londres siete meses, empleada en una tienda de ropa mientras perfecciona su inglés. “Es un lugar diferente, mucho más intelectual, siempre hay gente con libros, y es mucho más barato que el Starbucks, donde hay que pagar tres euros por un café”.

Este comentario de Lidia, como los de muchos de sus contemporáneos, queda lejos de las aspiraciones de los jóvenes de los ochenta, quienes trabajaban todo el tiempo que fuera necesario para conseguir objetos materiales. Pagar tres euros por un café pijo era un signo de éxito, como lo era alardearse de todas las horas que uno pasaba en la oficina, vistas como un símbolo de importancia.

La juventud de ahora, en cambio, y como vemos en esta cuna de jóvenes creativos como es Shoreditch, no parece tan interesada en trabajar en oficinas de nueve a cinco, siempre de traje y corbata. Más bien parece preciar sobre todo su libertad y tiempo –vistos como más estimulantes y necesarios para generar ideas que la monotonía de una oficina, donde el objetivo no es tanto crear sino producir–.

La industria tecnológica tiende a marcar las pautas de comportamiento futuras, ya que su organización y hábitos suelen ser adoptados después por el resto de la sociedad. Lo que este café, sito en la zona creativa por excelencia de Londres, nos dice, pues, es que la nueva generación no aprecia tanto las torres de azulejos y la uniformidad, como su propio tiempo y libertad.

Buenas noticias.

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