Ricado Lagos: “En Chile, la dictadura nos robó lo mejor de nuestras vidas”
El próximo 11 de septiembre se cumplen cuatro décadas del golpe de Estado en el que el general Pinochet se hizo con el poder en Chile El expresidente Ricardo Lagos repasa en sus memorias su lucha contra el hombre “que nos robó 17 años de nuestra vida”
Es un político Ricardo Lagos. A veces parece que los políticos son siempre cuadrados e imbatibles, seres que no se manchan por fuera, persuasivos y locuaces, pendientes de su imagen impecable, ayudados por infalibles guardaespaldas.
Este chileno de 1938 es extraño en esta especie de los que ejercen este oficio. Por ejemplo, publicó unas memorias (Así lo vivimos, Taurus, que ahora se edita en España) que redactó él mismo, y eso, que redacte unas memorias un mandatario o un ejecutivo de cierto rango, resulta raro en su universo. No son, además, las memorias del poder y de la gloria, sino de la resistencia y de la vida, del dolor, del fracaso y de la acción de gobernar y de la acción de oponerse a una dictadura. Y Lagos es raro también porque cuando toca llorar llora y no lo hace sin querer.
Al hablar de su experiencia en la lucha, clandestina o abierta, contra el dictador Pinochet, que sacó del poder por la fuerza bruta a Salvador Allende, este hombre sollozó, luego se contuvo, se ayudó de las manos para precisar una idea en el aire, como si quisiera atajar la lágrima, y ahí quedó el sollozo, lo atajó en el penúltimo segundo. Ese detalle no es habitual.
Ese sollozo seco fue en México, en la última Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Y se produjo en el instante en que explicaba esto acerca del libro en el que cuenta su vida, con énfasis en los años en que Pinochet le hizo la vida imposible a los chilenos: “El libro tenía como título Así lo viví. Cuando lo terminé me pareció muy injusto porque el plural reflejaba mejor a todo ese pueblo que se atrevió a ponerse de pie. Así lo vivimos me pareció que daba mejor cuenta de lo que ocurrió en un momento de la historia del país, un momento muy épico, muy especial, que no se va a volver a reproducir. Y no se ha vuelto a reproducir”. Chile era un pueblo en plural.
Hubo un tiempo en que Ricardo Lagos tuvo una buena pelambrera. Ahora se podría peinar con dos dedos de una mano. Con aquella pelambrera aún abundante se le puede ver en Youtube, en una imagen de 1988; está de corbata y chaqueta, enérgico y desafiante, y en ese momento protagoniza un programa de televisión en el que tiene unos minutos para pedir el no al referéndum que significó entonces el principio del fin de Pinochet. El dictador había pedido el sí y Lagos era un socialista empeñado en la lucha por derribar al hombre que “nos robó diecisiete años de nuestra vida”. En un momento determinado, consciente de que lo estaba viendo todo Chile, y de que también lo estaba viendo Pinochet, se dirigió a la cámara que le tocaba, levantó el dedo acusando y desafió al dictador. La conductora del programa hizo esfuerzos por devolverlo al redil, pero ese dedo dio la vuelta a Chile y al mundo y ahora ese dedo (el dedo de Lagos lo llaman) es un momento en la historia de cómo al fin cayó Pinochet, que ahora hace cuarenta años, y por la fuerza bruta, derribó el Gobierno de Unidad Popular de Salvador Allende. Ahora, cuando los nietos de Lagos y seguramente muchos otros nietos chilenos ven esa imagen del dedo yendo directo a la mirada del sátrapa, dicen: “Abuelo, no es para tanto”. Entonces fue una temeridad que fue carcomiendo (como en un célebre cuento de Saramago) la silla del golpista.
Doce años después de aquel desafío, este hombre fue el primer socialista que llegó a la presidencia de Chile. La historia está contada, y él está en la historia. En la historia chiquita, sin embargo, queda su definición, su retrato. Él era un niño “más bien tímido, muy delgado”; ahí, ante la tele, levantó el dedo, pero de chico, “cuando se trataba de demostraciones de fuerza con compañeros, no era de los mejores para pegar con el guante”. Tenía, dice, los peores temores de quedarse siempre con la peor parte. “Y añadiría algo que era grave: no era muy bueno para el fútbol. Se repartían los jugadores en dos equipos y al final alguien preguntaba: ‘Bueno, ¿y Lagos?’, y otro respondía: ‘Ah, pues llamamos a Lagos’. Era obvio que estaba muy lejos de ser Messi. Pero no era muy honroso que me despreciaran así. Ja, ja”.
Ahora bien, en carreras de fondo ganaba; y así es, una persona de fondo, paciente, explicativo. Sus padres vienen de la educación, él fue secretario de Educación; en Londres, hace más de un año, en conversación con su amigo el escritor mexicano Carlos Fuentes, estuvo dos días explicándole a su interlocutor los entresijos de la política internacional que vivió como si estuviera preparando a un amigo para un examen final. Con paciencia infinita, sin que el tiempo le importara. Le pregunté de dónde viene esa paciencia. “Me entretiene explicar; trato de expresar las cosas más difíciles con claridad para que parezcan simples”. Es un pedagogo, llegó al poder explicando y se defendió de la dictadura explicando, alzando el dedo además. “Creo que la actividad pública es un diálogo en el que es muy importante estar o ponerse a la altura del otro”.
Es afable, camina con esa lentitud que se puede ver en los políticos veteranos o en los veteranos poetas; Neruda caminaba así, como si el tiempo viajara en barco. Le impacientan, lo dice él, la deslealtad y las imperfecciones, que las cosas salgan mal. Pero él mismo no es perfecto, claro, y sus hijos se ríen cuando se enfurece ante la estupidez humana. “Yo siempre metiéndome y yo soy el primero que rompe cuatro copas de un golpe, mientras celebrábamos mi cumpleaños. Entonces mis hijos se ríen: ‘¡Eh, la estupidez humana, la estupidez humana!”. María, la señora que sirvió en su casa toda la vida, le explicó un día, siendo él presidente, que se es presidente en La Moneda, “pero en la cocina mando yo”. En la casa nunca fue presidente, “en las comidas mis hijos se dedicaban a reírse de los cuentos de Lagos que corrían por ahí. ¡Y a veces yo creo que eran ellos los que se los inventaban!”.
Mi madre quería que yo fuera un hombre culto que supiera servir a sus semejantes"
Así que ahora que ya ni es presidente ni puede aspirar a serlo huye también de la solemnidad que no tuvo. ¿Y no le picó ese gusano de la importancia? “Hay una tendencia a eso, porque se supone que el presidente no duerme, que está concentrado pensando. ¡Ja, ja! Es muy importante tener cables en la tierra. Es natural, lo entiendo: hay un cierto boato por ser jefe de Estado, pero tiene que entenderse que en democracia eso es algo transitorio”.
Su madre murió a los 108 años hace dos. Y su padre falleció cuando él tenía ocho años. “La etapa final de mi padre fue un poco triste porque tuvo un ataque cerebral y estaba paralizado, en cama. Mi relación con él era difícil y compleja; me producía un cierto temor entrar en su habitación y verlo siempre en la cama”. Un tío fue, por decirlo así, su padre, también en el nacimiento de la vocación política. Y su madre fue padre y madre a la vez, “recia siempre”. Bill Clinton lo llamó para felicitarle cuando accedió a la presidencia de Chile, y le preguntó por su madre. “Ahí está, haciendo de padre y de madre”. Cuando Pinochet lo encarceló, ella tenía 90 años. “Fue a verme y cuando le dijeron que no podía acercarse a donde yo estaba, les dijo a los guardias: ‘Bueno, yo voy a esperar hasta que pueda verlo’. No se puede quedar aquí, insistieron, y ella les soltó: ‘¡Atrévanse a sacarme!’. No se atrevieron. Al cabo de una hora y media me llamaron para que conversara con ella y lo primero que me dijo fue: ‘El mundo está preocupado por ti, no te vayas a quebrar, ponte firme’. Imagínate, con 90 años”.
Ella tenía un dicho, que le aplicaba al hijo: “Usted tiene casa, comida y ropa limpia. Su única obligación es estudiar”. Y tener un título, le decía, un cartón, como dicen los chilenos. Una carrera. Ella creía que nadie tendría por qué llegar a ser rico, “quería que yo fuera un hombre culto que supiera servir a sus semejantes”. Una actitud familiar. Una tía de Lagos estaba en la cabecera de las manifestaciones a favor del sufragio universal en los años veinte. Así se fue haciendo el subconsciente de Lagos. Acaso ahí estuvo el resorte que movió el dedo de este agnóstico librepensador en un país parroquial… “En el pasado había habido presidentes agnósticos, pero lo disimulaban. Fui el primer presidente divorciado, casado por segunda vez, y mi mujer también era casada por segunda vez. Nuestro hogar eran los tuyos, los míos y la nuestra, que era la perrita”. Acaso ese agnosticismo radical le abrió las puertas de las iglesias en la clandestinidad y en el poder. “Como se dice en Chile, éramos un poquito comefrailes. Y cuando llegó la dictadura ya no fuimos comefrailes, tuvimos muchas complicidades con ellos”.
11 de septiembre de 1973. Siete días antes, los funcionarios y la gente que quiso celebraron ante Allende el tercer aniversario de su llegada al poder. Lagos y el presidente se cruzaron las miradas ante la explanada de La Moneda. “Nos saludaba con la mano. Esa forma como nos saludó, ese gesto, ya parecía de despedida”. Una semana más tarde, el drama, los militares bombardean La Moneda, Allende se suicida. Cuatro décadas más tarde, esa dramática historia marca el corazón de Chile. La madre de Lagos había dicho que los presidentes leales con sus ideas terminaban suicidándose en Chile y que los otros eran traidores. Cuando eligieron a su hijo, en la toma de posesión misma, se llevó las manos a la cara, se le acercó al oído y le dijo: “¿Cómo vas a salir de esta?”.
–¿Siguió viviendo aquella expresión de su madre o Chile ya era otra cosa?
–No, todavía no era otra cosa. Recién iniciado el Gobierno, dije a mis asesores: Bueno, cuál es el propósito último cuando terminen mis años de gobierno. Uno de ellos me dijo: “Que usted salga caminando de La Moneda por su propio pie”. ¿Te das cuenta de lo que me estaba diciendo, ¿no?
Por eso levantó el dedo. “Nos robaron 17 años, lo mejor de nuestras vidas. Pero no nos pudieron quitar el privilegio de la ética. Hubo amigos desaparecidos, asesinados, otros que se fueron al exilio y otros que cayeron presos, pero fue la vida que nos tocó vivir. Ahora miras para atrás y, como Violeta Parra, puedes decir: Gracias a la vida, que me ha dado tanto”.
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