_
_
_
_
_
La propiedad intelectual, a debate
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Un cambio imparable

La resistencia al cambio. ¡Cuánto le cuesta al ser humano el cambio! ¡Cuánto nos resistimos! ¡Cuán peregrinos llegan a ser nuestros argumentos cuando los cambios no nos permiten seguir actuando como antes! Los comportamientos humanos, los hábitos, las ocupaciones, los modelos de negocio, incluso las leyes, surgen en función del entorno social y tecnológico en el que se dan. Las empresas intentan generar actividad económica detectando y solucionando necesidades de sus clientes en dicho contexto. Si lo consiguen tienen éxito. Si no lo consiguen, quiebran.

Para hacerlo más difícil, esto sucede en un escenario en continuo cambio por multitud de factores, entre ellos los cambios de hábitos de consumo y la evolución de la tecnología. Ambos factores generaron las condiciones para que surgieran y después desaparecieran infinidad de sectores. Ya no existen prácticamente empresas que fabriquen máquinas de escribir, ni vídeos VHS, ni tocadiscos, ni sombreros de caballero. Y han surgido infinidad de empresas con modelos de negocio basados en las innovaciones y cambios de hábito que mataron dichas industrias.

Que unos pocos privilegiados no impidan la evolución de la sociedad
Más información
La 'ley Sinde', en la sala de reanimación
El PSOE considera que "desaparecería la mitad de la cultura" si no se regulan las descargas en Internet
Grupos de creadores se movilizan en Internet por los derechos de autor

La generalización del acceso a muchas tecnologías, y en especial a Internet, ha hecho que los modelos de producción, consumo y de distribución de creaciones culturales hayan cambiado drásticamente, igual que ha pasado en otras muchas industrias actuales. La diferenciación entre creadores y usuarios se ha desvanecido. Todos somos usuarios de Internet y todos somos creadores. La creación profesional convive cada vez más con la creación amateur. Y se alimentan una a la otra. Nunca en la historia de la humanidad han existido tantos creadores. Nunca se generaron tantas creaciones culturales. Nunca se había tenido tal nivel de acceso a la cultura.

Mientras la industria cultural sigue empeñada en ofrecer los mismos productos de plástico de siempre, los usuarios quieren acceder a dichas creaciones culturales en formato digital y en la multitud de dispositivos que el mercado ha puesto a su disposición desde hace ya tiempo. Quieren poder utilizarlas repetidas veces, interactuar con ellas, compartirlas, reutilizarlas para generar sus propias creaciones. Y la tecnología se lo permite. Es más, la evolución de la tecnología ha hecho que los modelos de negocio basados en las dificultades de distribución, en el control de la copia, salten por los aires.

Salvo que pretendamos instaurar un estado policial, limitando seriamente o eliminando completamente derechos personales como el del secreto de las comunicaciones, ya no es posible evitar que infinidad de individuos hagan copias de productos culturales. Los creadores tenemos derecho a que se reconozca nuestra autoría y a controlar la explotación comercial de nuestra obra. Las leyes actuales lo contemplan y lo protegen. Pero en este nuevo entorno ya no es viable un modelo de negocio basado exclusivamente en convertir una creación cultural en un producto físico y cobrar por cada copia.

Esa industria tiene que evolucionar o morirá definitivamente. Ojo, ese modelo de industria, no la creación, los creadores o la cultura. Existen nuevos modelos de negocio de éxito basados en la distribución digital de dichos productos (iTunes, Spotify, Netflix, Hulu o Kindle). En la comercialización de productos relacionados con dichas creaciones (el merchandising). En los eventos relacionados con el producto (conciertos y similares). Y con seguridad surgirán otros nuevos modelos.

Pero son modelos de negocio con lógicas distintas. No se basan en el control estricto de la copia. No buscan controlar ni atacar a los usuarios, sino que buscan su complicidad y su participación. No requieren de tantos ni de los mismos intermediarios. Y en muchos casos es posible que no sean tan rentables como los anteriores. Ninguna empresa cuando empieza tiene garantías de que su idea vaya a tener éxito. Muchas fracasan. Sucede todos los días. Ninguno tenemos garantizado que nuestro actual modelo de negocio dure para siempre. Todos tenemos que cambiar continuamente. Ante esto, los beneficiados por el régimen anterior se escandalizan, se rasgan las vestiduras y pronostican la hecatombe universal. Insultan y criminalizan a su público. Y, sobre todo, esto es lo principal, se niegan a cambiar y pretenden evitar que los demás cambiemos.

No podemos permitir que la falta de visión de los pocos privilegiados que controlan una industria impida la evolución tecnológica, social y económica de toda la sociedad. Sería imperdonable.

J. Alonso es fundador de Weblogs SL.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_