La luz en la puerta de la casa
Quien mantenga que España debe reducir los recursos destinados a su acción exterior debido a los recortes presupuestarios debería considerar que esos recursos eran muy escasos antes de la crisis. Durante los últimos 30 años y bajo los más diversos Gobiernos, España ha seguido una curva ascendente en su imagen internacional y ha sabido adaptarse a un mundo complejo. Realizó bien la Transición, que fue modelo para otros, se integró plenamente en Europa y más recientemente ha sabido participar de manera proactiva en la globalización. Muchas decisiones acertadas de los Gobiernos fueron aplicadas en el exterior por un cuerpo diplomático de gran calidad y dedicación, que trabajaba sin hacer ruido. Al mismo tiempo, el lugar de España en el mundo se ha visto reforzado gracias a la existencia de una sociedad dinámica que hoy incluye una clase empresarial que compite con las mejores en todos los continentes, unos creadores y deportistas reconocidos en muchos ámbitos, y multitud de voluntarios implicados en organizaciones no gubernamentales.
Esta historia de éxito no ha sido acompañada sin embargo por la atención que merece la maquinaria encargada de ejecutar la política internacional y que representa a nuestro país en el exterior. España ha estado presente en el mundo, pero los diplomáticos han tenido que hacer mucho con poco. La imagen que a veces el público tiene de ellos como unos diletantes que saben estar en los cócteles no se corresponde con la labor crucial de estos funcionarios al servicio público. En términos comparados, nuestro presupuesto de acción exterior, el número de diplomáticos o lo que se dedica a la promoción de la lengua y cultura españolas en el mundo están muy por debajo de las cifras de nuestros vecinos en esos conceptos y de lo que sería deseable.
Dos detalles pueden servir de muestra. El Instituto Cervantes cuesta a los ciudadanos españoles 100 millones de euros en números redondos, lo que es muy poco comparado con la excelente inversión de futuro que significa. Sería contraproducente querer hacer rebajas en ese gasto exiguo. Otro ejemplo es la ausencia de una sede central definitiva del Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación, que anda desperdigado por Madrid, aunque esta cuestión pendiente es más difícil de resolver en tiempos de crisis.
Los presupuestos exteriores han crecido en las dos últimas legislaturas debido al aumento de la ayuda al desarrollo, pero las partidas destinadas a la política exterior no han evolucionado consecuentemente. Esto plantea un problema porque el montante de la cooperación, que ya ha alcanzado una cifra alta, no puede gestionarse con eficacia. Está bien dar dinero para acabar con la pobreza y la miseria, pero si esos fondos no son bien empleados no cumplirán sus objetivos. Muchas veces, ayudar a la reforma política de un país, implicarse en la resolución de conflictos o simplemente enseñar nuestra lengua son medidas más útiles que dar dinero a fondo perdido.
Las cifras relativas a la acción exterior son pequeñas dentro de los Presupuestos Generales del Estado, pero son muy necesarias si queremos tener un impacto en el mundo. Cuando necesitamos recortar gastos en una casa, debemos mirar las partidas más relevantes donde quizás puede ahorrarse, pero no vamos a apagar la luz de la puerta que sirve para ver cuando salimos, para iluminar la calle y para que los otros nos vean.
Martín Ortega Carcelén es antiguo director de Análisis y Previsión de Política Exterior en el Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación.
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