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MANERAS DE VIVIR

Un hervor de historias

Rosa Montero

Los medios de comunicación modernos son los sucesores del ágora pública: un espacio social común en el que la gente puede denunciar injusticias, intercambiar opiniones, buscar ayuda para sus dificultades. Y los columnistas somos como tertulianos de guardia de ese ágora, los oídos de la sociedad, unos oídos supuestamente siempre abiertos. Quiero decir que, cuando la gente desesperada ya no sabe a quién acudir con su problema, o cuando piensa que tiene algo importante que contar y no se siente escuchada, escribe al columnista que más lee, o a todos los columnistas que conoce, para ver si da la casualidad de que alguien le haga caso.

Y ésta es la razón por la cual van llegando a tus manos cartas y cartas llenas de historias personales, a veces existencias enteras resumidas en unas cuantas cuartillas nerviosamente escritas, documentos, fotos, libros, fotocopias de legajos, todo un material humano formidable, un mar de vivencias mareante y a menudo imposible de navegar, relatos complejos que no caben en un artículo y que no sabes por dónde agarrar, pero que tampoco te atreves a tirar ni a desdeñar, porque esos papeles palpitan y zumban y aletean en tus manos como pequeñas cosas vivas. Están llenos de amor y dolor, de tesón y tiempo. Narran cosas que son importantísimas para alguien, y tú eres el último receptor de semejante afán. A veces me parece que son como botellas lanzadas por un náufrago.

Como la historia de José María Rubio Marchena, por ejemplo. José María tiene 78 años y ahora vive en Sevilla, pero trabajó 19 años en México y por ello recibía una pensión mensual de jubilado de 321 pesos (19 euros). Pues bien, ahora le han quitado incluso esa miseria porque los mexicanos han dejado de admitir la fe de vida expedida por el Ministerio de Justicia español. José María ha escrito infinidad de cartas de protesta, tanto a México como a las autoridades españolas, pero no ha servido para nada. Estoy segura de que en el proceso se ha gastado mucho más en correo que los 19 cochambrosos euros de la pensión (me ha enviado copia de una buena resma de papeles), pero sin duda el caso se ha convertido para él en una cuestión de principios: se siente humillado y maltratado, con razón. Y no se rinde.

Una carta muy distinta es la de José María Asencio. Porque también hay relatos felices y estupendos logros. José María es un profesor valenciano que lleva mucho tiempo dando talleres de lectura a alumnos de 12 y 13 años; en 2005, él y dos antiguos alumnos suyos, David Gomis y Helena Román, comenzaron a grabar un documental sobre esos talleres, y el resultado, después de tres años de trabajo, es una película de 85 minutos de duración, titulada bellamente Pura alegría, que es una crónica deliciosa de la alegría de aprender y de vivir. Asencio no pide nada, sólo me ha mandado el documental, pero sin duda le encantaría que se viera.

Para alegría y vitalidad monumentales, las de Lucrecia Zurdo, dietista, escritora de libros de cocina especializados en la comida saludable y una anciana verdaderamente atómica: tiene 88 años y en 2007 finalizó la carrera de La Melonera (ocho kilómetros). Además de correr, hace una hora de gimnasia al día y una hora de natación sin tocar la pileta. Y por añadidura me manda una carta en la que dice: "En este momento necesito alguna entrevista periodística para presentarme al concurso de los mayores del Inserso (...). ¿Algún compañero de deportes del periódico me la haría?". Ahí queda ese guante, por si alguien lo recoge.

Me quedan muchas más historias acumuladas en los cajones, pero hoy sólo cabe un apunte más en este artículo, y es la conmovedora carta de José Rivero. José, jubilado, reside ahora en España, pero ha vivido muchos años en Argentina. Y escribe, precisamente, para hablar de una escritora argentina hoy olvidada, Pilar de Lusarreta. De hecho, me envía de regalo un viejo libro de ella, una novela de 1945 titulada La gesta de Roger de Flor, junto con unos cuantos recortes de periódicos porteños, amarillentos y de bordes carcomidos, en los que se da noticia de la prematura muerte de la autora, ocurrida en 1967 a los 60 años. Lusarreta, dice Rivero, "fue muy amiga mía hasta el final". Y añade: "Te envío su libro y los recortes de prensa que yo tenía... si alguna vez te interesa puedes sacarla del olvido. Yo no quiero irme de este mundo dejando que se olviden de esta figura". He aquí un hombre poniendo su existencia y sus recuerdos en orden. Aún no he leído La gesta de Roger de Flor, pero lo haré. E intentaré guardar un lugar de mi memoria para Lusarreta y otro para José Rivero. Como verán, todo este hervor de historias es pura vida.

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