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III CONGRESO INTERNACIONAL DE LA LENGUA ESPAÑOLA

Una oportunidad

La América Indígena se contagió del inmenso legado hispánico. Las costas del Caribe y del golfo de México recibieron una marea que venía de muy lejos, del Bósforo, de las hermanadas tierras semitas de Israel y Palestina, de la palabra griega que nos enseñó a dialogar, de la letra romana que nos enseñó a legislar, y al cabo de la más multicultural tierra de Europa, España celta e ibera, fenicia, griega, romana, judía, árabe y cristiana.

Hoy que se propone la falaz teoría del choque de civilizaciones seguida del peligro hispánico para la integridad blanca, protestante y angloparlante de los Estados Unidos de América, conviene disipar dos mitos. (...)

El contagio, asimilación y consiguiente vivificación de las lenguas del mundo es inevitable y es parte inexorable del proceso de globalización. Que la lengua española ocupe el segundo lugar entre las de Occidente da crédito no de una amenaza, sino de una oportunidad. No de una maldición, sino de una bendición: el español ofrece al mundo globalizado el espejo de hospitalidades lingüísticas creativas jamás excluyentes, nunca desdeñosas. Lengua española igual a lengua receptiva, habla hospitalaria.

Sin lenguaje no hay progreso, progreso en un sentido profundo
En muy poco tiempo, el castellano de América adquiere un tono propio, indoespañol
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Seamos, en este gran Congreso, guardianes fieles de nuestras tradiciones vivas, capaces de iluminar caminos de paz mediante el reconocimiento de letras y espíritus compartidos.

Escuchémoslas. Melancólicas lenguas de vida pasajera y muerte celebrada en la América indígena. Conflictivas lenguas de pasiones místicas y carnales en la España medieval y renacentista. ¿Qué las une? ¿Qué sucede con una y otra tradición cuando la energía sobrante de la España de la Reconquista cruza los mares y conquista, ahora, las tierras de otra civilización, a sangre y fuego, pero también a palabra y cruz?

Las une la lengua.

En muy poco tiempo, el castellano de América adquiere un tono propio, indoespañol.

Poseemos una tradición que le dio a la lengua castellana un relieve distinto, nacido de la necesidad de esclavos privados de sus lenguas nativas y obligados a aprender las lenguas coloniales para entenderse entre sí -para amarse y procrearse, para armarse y rebelarse- adoptando y cambiando el habla castellana con creatividad rítmica:

"Casimba yeré

Casimbangó

Yo salí de mi casa

Casimbangó

Yo vengo a buscá

Dame sombra ceibita

Dame sombra palo Yabá

Dame sombra palo Wakinbagó

Dame sombra palo Tengué".

Que anuncia la velocidad que corre desnuda un día, enmascarada al siguiente, para amplificar el castellano popular de las Américas, felizmente incorporado -honor a Víctor García de la Concha- al diccionario de la Real Academia. Lo evoqué en su mexicanidad en Valladolid. Le hago eco en su argentinidad en Rosario: el covoliche no es una macana ni un jabón, es un tarro que encubre matufias, nos hace más cancheros de la lengua, más hinchas de las letras, jamar mejor las escrituras, jotrabar chorede el alfabeto, y viva quien me proteja, sobre todo si es un Cortázar que arma su lunfardo en Rayuela.

Formamos parte de una civilización inmensamente rica, plural, "cósmica", como diría José Vasconcelos.

Las pruebas están en todas partes y el edificio no ofrece fisura alguna.

La continuidad es asombrosa, el origen enriquece al presente, el presente alimenta al porvenir y cada una de nuestras raíces antiguas tiene sus manifestaciones modernas.

Pero no todo es celebración.

La continuidad cultural de Iberoamérica aún no encuentra continuidad política y económica comparable.

Tenemos corona de laureles pero andamos con los pies descalzos. El hambre, el desempleo, la ignorancia, la inseguridad, la corrupción, la violencia, la discriminación, son todavía desiertos ásperos y pantanos peligrosos de la vida iberoamericana.

La lengua y la imaginación literarias son valores individuales del escritor, pero también valores compartidos de la comunidad. No en balde, lo primero que hace un régimen dictatorial es expulsar, encarcelar o asesinar a sus escritores.

¿Por qué? Porque el escritor ofrece un lenguaje y una imaginación contrarios a los del poder autoritario: un lenguaje y una imaginación desautorizados.

La lengua nos permite pensar y actuar fuera de los espacios cerrados de las ideologías políticas o de los gobiernos despóticos. La palabra actual del mundo hispano es democrática o no es.

Sin lenguaje no hay progreso, progreso en un sentido profundo, el progreso socializante del quehacer humano, el progreso solidario del simple hecho de estar en el mundo y de saber que no estamos solos, sino acompañados.

La lengua no es biología: se aprende, es educación.

Nunca olvidemos, al pensar, al hablar, al escribir nuestra lengua maravillosa, que nada se pierde.

Pues negar la tradición no nos aseguraría una libertad mayor. Todo lo contrario. La tradición nos obliga a enriquecerla con nueva creación.

Y la tradición nos invita a ser escépticos pero exigentes.

Yo creo profundamente que es la lengua española la que con mayor elocuencia y belleza nos da el repertorio más amplio del alma humana, de la personalidad individual y de su proyección social. No hay lengua más constante y más vocal: escribimos como decimos y decimos como escribimos.

¿Y qué decimos?

¿Qué hablamos?

¿Qué escribimos?

Nada menos que el diccionario universal de las pasiones, las dudas, las aspiraciones que nos comunica con nosotros mismos, con los otros hombres y mujeres, con nuestras comunidades, con el mundo.

La tierra existiría sin nosotros, porque es realidad física.

El mundo, no, porque es creación verbal.

Y el mundo no sería mundo sin palabras.

Nuestra literatura, la que celebramos en este gran Congreso argentino, proclama que la libertad no puede ser ajena a la creación de un mundo lingüístico. Todo lenguaje ilumina otro lenguaje y le da accesibilidad, permanencia y actualidad.

En español, le devolvemos las palabras a la tribu manchadas, manchegas, mestizadas, a fin de unir dos tradiciones que se subsumen en una sola, al filo del Cuarto Centenario del Quijote, y es, una, la de nuestra capacidad hispanoparlante para oponer al dogma la incertidumbre -¿son molinos o son gigantes?-, y la otra, el poder de llenar los vacíos de la realidad con la realidad de la imaginación -sí, los molinos son gigantes-.

Estamos aquí, en Rosario, en un terreno común donde la historia que nosotros mismos hacemos y la literatura que nosotros mismos escribimos pueden unirse.

Es el espacio compartido pero siempre inacotado en el que nos ocupamos de lo interminable -la historia- a través de lo amenazado -la palabra-.

Historia interminable, pues una sociedad está enferma o engañada cuando cree que la historia está completa y todas las palabras dichas.

Pero la desdicha del decir es ser dicho de una vez por todas y su posible dicha, ser siempre palabra por decir, aún no dicha, des-dichada. Quienes proclaman el fin de la historia sólo quieren vendernos, dice Carmen Iglesias.

Nosotros, aquí, en este gran Congreso, sabemos que la historia no ha terminado, ni han terminado las palabras que manifiestan felicidad e inconformidad, escepticismo y confianza, amor y cólera benditos, dichos en lengua española.

El hispanoparlante de ayer le da el verbo al hispanoparlante de hoy, y éste al de mañana.

Descendemos del gran flujo del habla castellana creada en las dos orillas por mestizos, mulatos, indios, negros, europeos.

Estas voces se oyen en América, se oyen en España, se oyen en el mundo y se oyen en castellano.

Extracto de la intervención de Carlos Fuentes en el Congreso de Rosario.

Carlos Fuentes, en el teatro El Círculo de Rosario.
Carlos Fuentes, en el teatro El Círculo de Rosario.EFE

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