La realidad desmiente a la Constitución: la cultura en España no es de todos
Nivel de estudios, poder adquisitivo, lugar de procedencia o residencia, edad o capacidad cognitiva condicionan el acceso y la participación en las artes, de las que terminan excluidos millones de ciudadanos


No llegaban. Xochitl de León aguardó un poco más y cogió el teléfono. Desde hacía rato esperaba en el centro cultural La Nau, en Valencia, a un grupo de migrantes menores de edad tutelados. Habían quedado para el arranque de un proyecto: enseñarles fotoperiodismo para que ellos mismos terminaran ejerciéndolo. La fundadora de la organización Adonar no preveía que todo fuera fácil. Pero tampoco imaginó un plantón ya en la primera sesión. Así que llamó a la técnica social encargada. Esta contestó incrédula: “¡Pero si ya están ahí!”. De León se asomó entonces fuera del espacio. Efectivamente, los vio. Y entendió: “Se habían quedado en la puerta, como si ese sitio no fuera para ellos”.
La Constitución española garantiza desde 1978, en su artículo 44: “Los poderes públicos promoverán y tutelarán el acceso a la cultura, a la que todos tienen derecho”. Tres décadas antes, la Declaración Universal de los Derechos Humanos había establecido: “Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes”. En la realidad, sin embargo, jamás se ha cumplido. Muchísimos ciudadanos se quedan en la puerta. O se la encuentran cerrada. Más allá de palabras y papeles, los excluidos de la cultura son millones.
“Está claro que el acceso y la participación no son iguales para todos”, sentencia Álvaro González Martínez, impulsor de La Zamarra, una plataforma de activismo sociocultural y desarrollo rural en La Rioja. Los datos ratifican su impresión: nivel de estudios, poder adquisitivo, procedencia geográfica, lugar de residencia, edad o desarrollo cognitivo influyen a fondo en las artes. En su creación y oferta, concentrada en el centro de las principales ciudades y, a veces, concebida por y para esos exclusivos vecinos. Y en su disfrute, que resulta raro o desconocido para una parte de la población.

La mitad de España, en concreto, no acudió al cine en el último año. Y cifras casi idénticas registra la asistencia a eventos en directo (música, artes escénicas…) o museos, galerías y exposiciones, según el Anuario de Estadísticas que publica el Ministerio de Cultura. Los ciudadanos con educación superior o equivalente van a cines, teatros o conciertos y leen el doble de quien no pasó de los estudios más básicos. La diferencia sube al triple para las visitas a museos o galerías. Y prácticamente todas las actividades culturales, salvo ópera o música clásica, encuentran la mayor participación entre los 15 y los 24 años. A partir de ahí, el consumo va bajando, hasta caer en picado desde los 55 o 65, según el ámbito. O los 45, en el caso de las películas en salas o el uso de videojuegos.
“Hay personas a las que atraviesan estas vulnerabilidades, que están en varias categorías a la vez. No tienen los recursos, pero tampoco los hábitos”, señala De León, que desde su asociación sin ánimo de lucro promueve más inclusión y diversidad en las artes. “La cultura se tiene que adaptar a las necesidades y capacidades de cada uno. En muchos aspectos es muy poco accesible”, afirma Javier Alcázar, fundador hace dos años de la editorial Lecturia. Como profesor de alumnos con discapacidad cognitiva, constató que muchos no leían. “No encontraban libros para ellos. Tenían 20 o 30 años y les seguían regalando literatura infantil”. Una vez detectado el agujero, descubrió cómo llenarlo: lectura fácil. Es decir, comprensible para cualquiera con dificultades lectoras, ya sea por discapacidad intelectual, trastornos del lenguaje, demencia, edad o por tener otro idioma natal. De momento, han traducido algún clásico, pero también obras contemporáneas de Inma Chacón o Nando López. Tras siete versiones en dos años, preparan otras ocho para los próximos meses.

Sin embargo, puede que algo se mueva. Lo sugieren la ley foral de derechos culturales que aprobó Navarra o la reivindicación de la cultura como bien esencial que hizo el Senado en 2020. La propia existencia de Adonar, La Zamarra o Lecturia da fe de algún avance. Escritores como Juan Tallón, Andrea Abreu, Irene Solá o Irene Vallejo han conquistado a crítica y lectores sin vivir en Madrid o Barcelona, igual que los últimos dos premios Nacionales de Cómic, Borja González y Bea Lema, que han triunfado sin abandonar Badajoz y A Coruña. Además, el Ministerio de Cultura ha prometido presentar este mayo el texto definitivo de su Plan de Derechos Culturales. “El primer paso es elaborar un buen diagnóstico para saber qué sectores tienen más dificultades para acceder a la cultura. Mientras, actuamos donde sabemos que ya debemos hacerlo, como en la España vaciada o en hacer entrar la cultura en las escuelas públicas”, apuntó el ministro, Ernest Urtasun, a EL PAÍS el pasado diciembre. Recientemente, su departamento celebró que Cine Sénior, un programa con precio subvencionado a dos euros los martes para mayores de 65 años, llevó a las salas a 1,6 millones de espectadores en 2024, una de cada tres entradas vendidas para ese día de la semana.
Aunque, a la vez, el gasto medio en las artes confirma los mismos sesgos. En general, ha bajado hasta 235,5 euros al año, el 1,8% del presupuesto individual. Pero alcanza sus máximos en el público más joven, con más dinero en el bolsillo, estudios y/o residente en áreas metropolitanas. El mínimo, en cambio, se detecta en la España vaciada, en las edades más avanzadas y, sobre todo, en quienes se quedaron en la educación secundaria o inferior. Incluso un regalo como los 400 euros que el Bono Cultural Joven, aprobado por el Gobierno, asigna a los que cumplan 18 años choca con barreras parecidas: entre los extranjeros, solo se benefició el 11,9% de los potenciales receptores, frente al 59,8% con nacionalidad española. Y apenas uno de cada dos jóvenes en municipios de menos de 10.000 habitantes.

Tan complejo problema exige soluciones a la altura. González ha constatado varias veces de primera mano cómo la brocha gorda no funciona: “Si se presenta un libro en un pueblo, pero la organización se limita a poner un cartel, sin preguntar si hay un club de lectura o no, o qué día es más apropiado, en la mayoría de los casos es un fracaso. Luego se concluye: ‘¿Ves? No ha ido nadie’. Normal. Lo que hagas para el pueblo sin contar con el pueblo provoca una desconexión cada vez mayor”. Y De León no se cansa de recomendar lo mismo: “Escuchar a los colectivos excluidos, tenerlos en cuenta. A veces son oportunidades de un tiro: si vienen y lo pasan mal, a la siguiente no vienen”. Lo que apunta a otra cara del asunto: la oferta.
Los dos principales motivos que aducen los excluidos para no acercarse a la cultura son falta de interés y de tiempo, seguidos por el precio. Un análisis del catedrático de Sociología de la UNED Javier Callejo Gallego estimaba en 2017 que al menos un tercio de España permanecía al margen de casi todos los ámbitos culturales. Por obligación, en algunos casos: quien quiera ver conciertos de hip hop o rap en Baleares o una función de teatro en Cantabria o La Rioja tiene que estar muy pendiente del calendario. Hay opciones, pero contadas, según el Anuario de la SGAE. La Rioja, Castilla-La Mancha, Cantabria, Baleares y Asturias ofrecen menos del 2% de sesiones dedicadas al cine que no sea estadounidense o europeo. Y Teruel tiene la menor media de España en cuanto a proyecciones de películas por pantalla al día: 0,7. De ahí que las entradas vendidas también ofrezcan la cifra más baja del país: 0,30 al año por habitante.

La falta de cartelera, sin embargo, no explica todo. Llenarla tampoco es la panacea. “Hay que reflexionar también sobre el extracto social de los creadores. Pienso en esas películas españolas con pisazos de techos altos. Es gente que puede arriesgarse con el arte porque tiene sus necesidades básicas cubiertas”, plantea De León. Y agrega: “Cada municipio tiene un concejal de cultura: ¿qué están haciendo? Muchas veces compran lo que se genera en Madrid o Cataluña y se lo traen. Quizás si empezaran a pedir otra cosa, los polos de producción trabajarían en ello. Si los referentes son siempre los mismos, quien no se identifique se va sintiendo relegado”. Los entrevistados reconocen cierta mejora en ese aspecto: ven propuestas cada vez más variadas. Sin embargo, la concentración de la oferta aumenta el riesgo de reiterar sesgos y exclusiones.
Andalucía, Cataluña y Madrid suponen el 48,57% de la población española. Sin embargo, allí se celebra el 62,5% de los conciertos de música popular; acogen bastante más de la mitad de las salas, compañías, representaciones, público y recaudación de teatro, así como de los cines. Y ni siquiera en su conjunto: el riesgo de exclusión cultural resulta casi nulo en el centro de las capitales, pero crece al alejarse hacia sus periferias. La pescadilla, pues, se muerde la cola. Y la exclusión en el acceso se entrelaza con la de creación. Cultura ideada por quien más la vive y la disfruta, contada según su visión y sus inquietudes. Una burbuja.

Romperla, según estadísticas y testimonios, resulta clave. “Una técnica social que atiende a pisos tutelados de mujeres víctimas de violencia de género o que están dejando la prostitución me contó que el domingo, cuando pueden ir al teatro, se ponen la ropa de salir y se maquillan. Es decir, se sienten como los demás. Es un momento de convivencia comunitario”, comparte De León. La satisfacción media de los asistentes a un evento cultural nunca baja del siete, en la escala de uno a 10 que planteó a los encuestados el anuario de Cultura. Quien disfruta de algún ámbito artístico, además, tiene muchas más probabilidades de consumir otros. Mamar arte desde pequeños, en casa, también contribuye a formar adultos dispuestos a seguir. Así que también existen círculos virtuosos. “La pasión por el fútbol en España no es innata. A saber qué pasaría si hubiera un movimiento parecido a favor, por ejemplo, del teatro”, compara Alcázar.
De León ofrece un indicio: seis meses después de aquel complicado arranque del curso de fotoperiodismo, los menores migrantes expusieron sus trabajos en La Nau. Fueron protagonistas en el centro al que no se atrevían a acceder. Milagros del arte. Cuando incluye.

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