El Sáhara, gran reto del rey Mohamed VI
El rey de Marruecos cumple tres años en el trono con el objetivo de rematar la labor de su padre en el desierto saharaui
Su abuelo, Mohamed V, logró la independencia del país; su padre, Hassan II, consiguió duplicar su tamaño adueñándose del Sáhara; y Mohamed VI acaba de perder un pedazo de su reino, la isla de Perejil, justo después de su boda.
Cuando, hoy, se cumple el tercer aniversario del acceso al trono de Mohamed VI, éste podría ser el balance superficial de la política exterior del nuevo rey a menos que, como insinuaban ayer un par de diarios de Casablanca, Perejil no fuese una trampa tendida a España para obligarle a hacer concesiones en el Sáhara. A partir de septiembre se verá más claro.
Varios de los ministros de Mohamed VI no estarán hoy, día del aniversario, en Rabat porque el soberano les ha enviado a Pekín o a Dublín, países miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, para intentar que se sumen al pelotón encabezado por EE UU y Francia y acaben reconociendo la soberanía marroquí sobre el territorio de la antigua colonia española.
El ministro del Interior ha logrado el consenso de los partidos sobre la nueva ley electoral
Desde que en septiembre declaró, al diario parisino Le Figaro, que había resuelto el problema del Sáhara, Mohamed VI está más que nunca empeñado en que aquel vaticinio se convierta en realidad. 'Quiere rematar la obra de su padre', afirma un diplomático europeo en Rabat.
La apuesta por el reconocimiento de la marroquinidad del Sáhara -con visitas reales al territorio, estrechamiento de lazos con EE UU y ofensiva diplomática-, es, probablemente, uno de los grandes desafíos del reinado del joven soberano. No en balde, en ella se juega en buena medida su legitimidad.
A corto plazo, el primer reto son, sin embargo, las elecciones legislativas de septiembre, preparadas minuciosamente por un ministro del Interior, Driss Jettou, que forjó el consenso de todas las fuerzas políticas a la hora de redactar la ley electoral.
Sólo el Consejo Constitucional, que sorprendentemente ha invalidado tres apartados de la ley, puede retrasar esta cita con las urnas que el Gobierno anuncia 'limpia y transparente'.
No faltarán partidos, más de 30 han presentado candidatos, que compitan en estos comicios, pero acaso escaseen los votantes. Los marroquíes no se han precipitado a la hora de solicitar su carné de elector, algo previsible en un país con más de la mitad de la población adulta analfabeta, y el principal movimiento islamista, Justicia y Caridad, denuncia de antemano la manipulación y propugna la abstención.
Sea cual sea la mayoría que surja de las urnas, los poderes del futuro Gobierno seguirán siendo reducidos. Ninguno de los grandes partidos plantea abiertamente ahondar la democratización modificando una Constitución que otorga el grueso del poder ejecutivo al rey quien además nombra a cuatro ministros de soberanía -Asuntos Exteriores, Interior, Justicia, Asuntos Religiosos- y al secretario general de la Defensa.
Esta procedencia dispar crea disfunciones y resta coherencia al Gobierno. El ministro de Obras Públicas, el socialista Mohamed el Yazghi, se quejó en el último Consejo de Ministros de haber no haber sido informado de lo sucedido en Perejil, según fuentes de su partido. 'Es necesario que aquellos que han tenido la brillante idea de enviar a gendarmes a la isla de Leïla rindan cuentas (...)', escribe el semanario Le Journal.
El principal ámbito de las competencias del Gobierno es la política económica pero desde hace un año se están recortando sus atribuciones con el nombramiento por el soberano de walis (gobernadores) procedentes del sector empresarial. Las recién inauguradas oficinas que encauzarán la inversión extranjera dependerán también de esos walis.
André Azulay, el más destacado consejero económico del monarca, achacó en enero la mala racha que atraviesa la economía marroquí a 'la inexperiencia' del equipo de Gobierno. Suscitó inmediatamente una réplica del primer ministro, Abderramán Yussufi, quien le acusó, en el órgano de los socialistas, de 'intromisión' y de sembrar la 'confusión sobre otro Gobierno en la sombra paralelo al legítimo'.
Sea culpa de uno o de otro, o acaso del desbarajuste de poderes, lo cierto es que Marruecos no consigue crecer al ritmo al que debería hacerlo. La inversión extranjera no llega y por eso es previsible que el déficit presupuestario se dispare. Las privatizaciones debían suponer este año el 11,7% de los ingresos del Estado marroquí, pero hasta la fecha no ha recaudado ni un dirham.
Desarrollar su reino es el tercer desafío que tiene por delante Mohamed VI con tanta más razón que llegó al trono con la reputación de ser 'el rey de los hombres' porque, cuando era príncipe heredero, se ocupaba de varias obras sociales. Por ahora Marruecos no despega. Se ahondan las diferencias sociales, según el Banco Mundial, abonando el terreno a los islamistas.
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