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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La urgencia de Uribe

El presidente electo de Colombia, Álvaro Uribe Vélez, es un hombre con prisa e inquietud. Hace cuatro años, el conservador Andrés Pastrana asumía la presidencia en medio de una súbita euforia; la negociación con la guerrilla de las FARC debía comenzar casi el mismo 7 de agosto, día en que tomaba posesión; pero en todo su mandato no hubo negociación, ni visible interés de los sublevados en resolver ninguno de los grandes problemas del país. Hoy, el liberal disidente Álvaro Uribe promete desarrollar una táctica de presión militar sobre la guerrilla, gobernar para devolver la dignidad al Estado y proteger al ciudadano. Pero aunque ha sido cauto a la hora de prometer resultados, los colombianos han leído en sus palabras que sí se puede derrotar a la guerrilla.

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El presidente electo está trabajando desde hace semanas como si ya estuviera en el Palacio Nariño: nombra ministros y colaboradores, lo que es normal; idea estrategias de futuro, lo que a nadie puede extrañarle, y visita países amigos -la semana pasada, Francia y España- pidiendo ayuda y consejo. Para el colombiano medio es como si ya estuviera gobernando. Por eso, la expectativa de la opinión nacional ante el 7 de agosto es aún mayor, si cabe, que con su antecesor, y el nuevo presidente habrá de mostrar algún fruto de su mandato antes incluso de que pasen los 100 días de gracia, para que la ciudadanía no caiga, una vez más, en la desesperación y en la apatía de un dèja vu que ha sido casi siempre para peor.

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En Francia, Uribe ha hallado en Chirac un moderado pero verdadero interés por sus preocupaciones, y en España, con Aznar, la justificada aspiración de que la política exterior española siga teniendo uno de sus ejes latinoamericanos en la ayuda a Bogotá. En ese sentido, no ha podido parecer un prodigio de oportunidad que el presidente español eligiera la reciente cumbre de la UE para promover la idea de que Europa estudiara nuevas restricciones a la inmigración. Aznar no pensaría entonces en Colombia, pero Colombia sí que pensó que hablaban de ella.

Con todo, los problemas de Uribe Vélez sólo se pueden resolver en Colombia y por los colombianos. Si el presidente quiere tener alguna posibilidad de éxito ha de abrazar dos tareas igual de hercúleas. Movilizar al país para la lucha contra la sedición, la desigualdad y la inseguridad, y hallar los recursos para descuajar el narco: el de la guerrilla y también el de los paramilitares. Uribe está hoy pavorosamente solo ante una tarea que sabe que no puede ser sólo de un mandato, sino que harían falta varias vidas para llevarla a término. Y, si es quien dice ser, un gobernante socialmente compasivo, tanto como enérgico defensor de los derechos humanos frente a la subversión, la pobreza y el crimen, España y Europa deberán apoyarle con todo lo que tengan.

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