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La memoria de las víctimas

Muy cerca de donde mataron a Lorca, entre Alfacar y Víznar, han erigido un restaurante que se llama restaurante-asador La Ruta de Lorca. Entre los platos que se sirven en dicho establecimiento los hay que se llaman los "lorquianitos", la "brocheta lorquiana" y las "ensaladas de doña Rosita". Hace un par de años, el Ayuntamiento de Alfacar aprobó la construcción de un campo de fútbol, muy cerca del barranco de Víznar, fosa común de miles de granadinos asesinados durante la guerra civil, y en un terreno donde yacen también restos de otras víctimas. Alguien con sentido común paralizó el proyecto. Continuaba así la política del franquismo empeñado en desfigurar la zona con construcciones de diverso tipo.La casa de Luis Rosales, donde Lorca tuvo la desdichada idea de refugiarse, es hoy un hotel cuyo resturante se llama El Rincón de Lorca, y en su propaganda todavía se recuerda que el edificio está asociado a los "últimos días" del poeta. Ha sido un periodista granadino quien ha recogido estos datos increíbles.

Todo es absolutamente impúdico en esta historia, que por desgracia dista de ser la única: hace poco la prensa europea recogía la noticia del establecimiento de una discoteca en Auschwitz. Claro que no hay que salir de aquí, basta con darse una vuelta por algunos lugares de España y comprobar que la memoria del dictador y sus cómplices, que ordenaron la ejecución de cientos de miles de personas, sigue palpitante en nombres de calles, parques y estatuas ecuestres; y el matador de Lorca, el comandante falangista José Valdés, cuenta con una calle dedicada en un pueblo de Granada, Churriana de la Vega.

Me imagino que alguien o algunos deberían intervenir para poner fin a este estado de cosas. No se trata sólo de la memoria del poeta; si hablamos de él es porque, como cantaba José Ángel Valente en su póstumo Fragmentos de un libro futuro, en un poema escrito con motivo de una visita a Víznar: "Él ya no es él, le dije. Es el nombre que toma la memoria, no extinguible, de todos".

Se trata de esto y se trata además, en los casos concretos que nos ocupan, de resolver definitivamente todas las secuelas de la guerra civil. Lo de Alfacar y Granada es escandaloso sobre impúdico, una suerte de pornografía moral dificílmente superable; pero la estatuaria y el nomenclátor no son menos abominables, como abominable es lo de Auschwitz. Y da igual que lo de Granada pueda ser efecto de la ignorancia. Autoridades hay para intervenir en el asunto.

Lo que no es soportable es la ofensa que se infringe a la memoria de las víctimas y la desvirtuación que se lleva a cabo del alcance de la guerra civil considerándola ya episodio concluido, que nada tiene que ver con nuestro presente ni con nuestro futuro. Una batallita de nuestros antepasados, cuando fue la destrucción del pensamiento libre y la violación de todos los derechos humanos imaginables.

Si somos demócratas -o liberales, con esto basta-, ¿cómo vamos a olvidarla y, lo que es más grave, cómo vamos a tolerar que se ofenda a la memoria de las víctimas? En modo alguno es cuestión de resucitar ningún espíritu guerracivilista, sino sencillamente de saber quién ha sido quién y por qué muchos fueron sacrificados por el supuesto delito de ser libres. Desde luego, los caídos del bando rebelde son también acreedores de todo el respeto, pero el caso es que nadie, que yo sepa, se ha dedicado a ofenderlos, al margen de que la Santa Sede, en fiel consonancia con el pensamiento de Pío XII, sólo encuentre mártires que santificar entre sus filas.

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