El otro bombardeo
Un bombardeo tapa a otro. Aunque puedan tener elementos comunes, el uno, pese a llegar con 10 años de retraso, tiene su justificación en los crímenes de Milosevic, que aumentan con el tiempo. Del otro, del de Irak, ya incluso nos hemos olvidado porque se inició, con, cabe recordarlo, el pleno apoyo del Gobierno de Aznar. El caso es que, desde hace más de cuatro meses, aviones de EEUU y el Reino Unido bombardean prácticamente a diario el norte de Irak (supuestamente para proteger a los kurdos) y el sur (donde habitan shiíes). Con la guerra por Kosovo, muchos aliados de EEUU y Reino Unido han preferido mirar hacia otro lado para no ver lo que ocurre en Irak.Sin embargo, diferenciar lleva a marcar la distancia que hay entre la solidaridad euroatlántica y el seguidismo de la política de EEUU. Conviene afinar. En todo. Desde luego extraña sobremanera que en la guerra de Kosovo, que se supone justa, el portavoz de la OTAN explique que no se pueden lanzar en paracaídas víveres y medicinas a los desplazados atrapados en aquel territorio porque correrían excesivo peligro los pilotos occidentales que cumplieran tales misiones.
Sadam Husein puede ser un feroz dictador, pero los constantes bombardeos no están, aparentemente, mermando su capacidad política o militar, ni haciéndole aceptar inspecciones internacionales para asegurar que no desarrolle programas de armas de destrucción masiva. Lleva a pensar si los bombardeos, por sí solos, van a lograr el objetivo que buscan. Además, en Irak las sanciones económicas están produciendo estragos entre la población. "Sanciones de destrucción masiva", las llama un artículo en Foreign Affairs. Mientras, hay signos de nuevas tensiones entre Irak e Irán, marcadas por asesinatos cruzados de clérigos o generales, y por una acumulación de tropas en su frontera común. Algo más: en la guerra del Golfo, en la legítima, la de 1991, uno de los primeros objetivos del bombardeo aliado fue la televisión iraquí. ¿Quién protestó entonces? Contrariamente al bombardeo de Irak, el mundo islámico en general (menos Sadam Husein, que apoya verbalmente a Milosevic) contempla con relativa simpatía cómo la OTAN ha salido en defensa de los derechos de una población, la albanokosovar, mayoritariamente musulmana. La OTAN, según se ha publicado, hizo caso omiso de la recomendación del papa Juan Pablo II de suspender los bombardeos durante la Pascua ortodoxa, no sólo por motivos de lógica militar, sino porque, como tuvo que recordar Holanda antes que nadie, ¿cómo habría visto el mundo musulmán que se suspendiera el ataque contra unos cristianos mientras éstos seguían asesinando y deportando a millares de musulmanes? No es esta guerra un choque de civilizaciones. Ahora bien, una de las voces significativamente más críticas contra la operación de la OTAN ha sido la del ministro israelí de Defensa, Ariel Sharon, por considerar que podía llevar a la creación de un Estado islámico "fundamentalista" en los Balcanes.
¿Cómo acabar una guerra de este tipo? La del Golfo de 1991 quedó incompleta por la decisión, en respeto a la legalidad emanada del Consejo de Seguridad de la ONU, de plantarse tras la recuperación del territorio de Kuwait y no seguir hasta Bagdad. Eso fue hace ocho años. Hoy, ¿hasta cuándo se bombardeará Irak? En cuanto a la guerra de Kosovo, se plantea la gran cuestión de la supervivencia política de Milosevic, y hasta qué punto se puede pactar con él. Si después de todo esto sólo (aunque no sea poco) logra que las tropas serbias abandonen Kosovo mientras el régimen de Milosevic se mantiene en pie durante un tiempo apreciable, la callada oposición serbia al dictador, dividida entre el sufrimiento del bombardeo y su odio a Milosevic, tendrá mucho que reprocharle a la OTAN. Salvadas estas distancias, Kosovo 1999 e Irak 1999 no son ni pueden ser lo mismo. Aunque Milosevic y Sadam sean ambos, en parte, creaciones de Occidente.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.