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GUERRA EN YUGOSLAVIA La escalada militar

El fantasma de Vietnam complica la invasión de Kosovo

La intervención terrestre aliada se enfrentaría a graves dificultades políticas y logísticas

Tras casi seis semanas de guerra en Yugoslavia, han quedado claras tanto las limitaciones de la estrategia de los bombardeos aéreos para doblegar al presidente Milosevic como que la OTAN cometió un grave error al descartar públicamente al comienzo de las hostilidades el envío de tropas de tierra. Pero si en este tiempo se ha abierto paso la idea de que la intervención terrestre en Kosovo es el único fin posible del conflicto desde el punto de vista militar, no por eso han disminuido las dificultades políticas -el necesario consenso entre los 19 miembros de la OTAN, el síndrome de Vietnam en EE UU y la oposición de Rusia- y técnicas de esta decisión. De momento, la OTAN sigue manteniendo que las tropas de tierra sólo entrarán en Kosovo cuando se den "condiciones no hostiles", pero, en caso de lanzar una ofensiva, la Alianza se verá enfrentada a las siguientes opciones sobre el terreno.En octubre, la OTAN cifró en 200.000 hombres la fuerza necesaria para enfrentarse con garantías de éxito a los casi 40.000 soldados serbios desplegados sobre el terreno. Posteriormente, y tras las primeras semanas de bombardeos, se abrió paso la opción de una ofensiva terrestre más limitada, en la que 60.000 o 70.000 soldados serían suficientes para expulsar a los serbios de Kosovo. Una tesis que apoyaron públicamente los ex comandantes de la OTAN, el general George Joulwan y el almirante Leighton Smith, y una fuerza susceptible de ser reunida en cuestión de semanas y no de meses.

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El dispositivo actual de la OTAN en la periferia de Yugoslavia ya es considerable: a los 12.000 soldados de la Fuerza de Reacción Rápida Aliada establecidos en Macedonia hay que sumar 2.200 marines norteamericanos en el Adriático, los casi 30.000 desplegados en misión de paz en Bosnia y los más de 5.000 llegados ya a Albania en misiones asociadas con los 24 helicópteros Apache desplazados allí. Además, Clinton ha autorizado la movilización de 33.000 reservistas.

Los helicópteros AH-64 Apache, especializados en la destrucción de tanques, son una de las joyas técnicas del arsenal norteamericano. Cada aparato cuesta unos 2.800 millones de pesetas, tiene una velocidad de crucero de casi 300 kilómetros por hora y puede ir equipado hasta con 16 misiles Hellfire guiados por láser, capaces de alcanzar objetivos a nueve kilómetros de distancia. Ataca dentro de un grupo de combate integrado por aviones de protección y de vigilancia electrónica que le dan la posición del blanco. La efectividad de los Apache es muy alta, como se demostró en la guerra del Golfo, pero su vulnerabilidad a manos de los misiles y de las defensas antiaéreas serbias también lo es, afirma Greg Seigle, experto de la revista Jane's Defence Weekly, "si no cuentan con un sólido apoyo artillero y de la fuerza aérea".

Su misión y la de las fuerzas especiales que les acompañan no va a ser fácil. De ellos dependerá, en opinión de Anthony Cordesman, del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS), que se den en en Kosovo esas "condiciones no hostiles" que quiere la OTAN. Pero si no lo consiguen, la Alianza tendrá que empezar a considerar el envío de más fuerzas convencionales, despertando tal vez el espectro del "fatal gradualismo" con que se libró la guerra de Vietnam y que más de un político republicano se ha apresurado a recordar estos días en EE UU a propósito de la presente crisis. Sobre el terreno, las fuerzas de vanguardia de la OTAN se encontrarán con la ayuda de los guerrilleros del Ejército de Liberación de Kosovo (ELK), "nuestro Vietcong", según un optimista funcionario del Pentágono. Pero, por ahora, el ELK lo componen unos pocos miles de guerrilleros mal armados y peor entrenados. Además, la colaboración OTAN-ELK está limitada porque la Alianza no comparte su objetivo de un Kosovo independiente.

Michael Vickers, investigador del Centro para la Evaluación Estratégica y Presupuestaria de EEUU, señaló recientemente en Le Monde que simplemente abriendo el mapa de la región se ve que la mejor opción para una invasión terrestre desde el punto de vista estratégico -por el norte y el este- es la más difícil políticamente, y que la más fácil en este sentido -Albania- es la más compleja técnicamente.

Hungría y la República Checa acaban de ingresar en la OTAN; Rumania y Bulgaria han ofrecido su espacio aéreo a la Alianza, y Eslovaquia, sus carreteras y red de ferrocarriles. Además, el terreno es llano, y las líneas de abastecimiento, directas y fáciles. Incluso la historia enseña que siempre triunfaron las invasiones de Serbia por el norte. Pero los problemas políticos -entre ellos, la inevitable ampliación del conflicto- que presenta esta opción serían poco menos que insuperables.

En Budapest y Praga, Gobiernos y opinión pública se oponen mayoritariamente a una intervención terrestre aliada desde sus países y más aún a cualquier implicación de sus tropas en el conflicto. En Hungría se sigue con especial preocupación los sucesos en la provincia serbia de Voivodina, en la que viven 340.000 húngaros, y el ministro de Exteriores, Janos Martonyi, condenó en los primeros días de la guerra el bombardeo por la OTAN de la ciudad se Subotica, al norte de Yugoslavia y habitada en un 50% por húngaros. Bulgaria y Rumania, países de mayorías ortodoxas y simpatías serbias, tampoco son una opción más allá de cierto apoyo logístico.

Otra vía es a través de Macedonia y Grecia, donde los inconvenientes políticos y logísticos parecen estar a la par. En la primera ya hay tropas de la OTAN y la segunda es miembro de la Alianza, pero en ambos países es abrumadora la oposición a los bombardeos occidentales. En Macedonia, el flujo de refugiados ha puesto en una situación dificilísima al Gobierno y ha soliviantado la animadversión de la mayoría eslava contra los albanokosovares. En Grecia, el Gobierno del socialista Costas Simitis podría pagar un altísimo coste político si el país sirviera de puente a una invasión aliada. Desde el punto de vista logístico, Skopje, la capital de Macedonia, está en la carretera principal que une el puerto griego de Salónica con Pristina, la capital de Kosovo. Pero los pasos y túneles fronterizos a través de la garganta de Kachanik han sido minados por los serbios.

Otra alternativa es Montenegro, con buenas carreteras hacia Kosovo y que permitiría el apoyo y abastecimiento de las tropas de la OTAN desde los puertos de Bosnia y Croacia. Sin embargo, esta república, pese a tener un Gobierno prooccidental, permanece aún dentro de la Federación Yugoslava.

La última opción es la de Albania, que si bien se ha puesto a los pies de la Alianza, entraña toda clase de inconvenientes técnicos. De hecho, los planificadores de la OTAN descartaron hace un año lanzar una ofensiva desde su territorio. Albania carece de infraestructuras tanto de carreteras como de aeropuertos, su perfil es escarpado y montañoso y la frontera con Kosovo también está minada. Un escenario de pesadilla para las tropas invasoras. En estas circunstancias, la ofensiva terrestre plantea un difícil dilema: ¿será Kosovo el Vietnam de Milosevic o el de la Alianza?

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