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Domingo, 14 de marzo de 1999

Comunidad Valenciana

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El Pais | Valencia

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Sin agua, ni patos J. J. PÉREZ BENLLOCH La Agenda 2000 y la defensa de los fondos estructurales para la agricultura valenciana es el asunto que ha colmado esta semana la preocupación -es un decir- de los cenáculos políticos. El mismísimo presidente de la Generalitat, que está a la que salta, se ha sentido obligado a comparecer en Bruselas para cerciorarse personalmente de que el sector agrario valenciano no será una vez más damnificado. Esto es, que se quedará al menos como está: discriminado con respecto a los cultivos continentales hartamente subvencionados, y en precario con respecto a la anunciada reorganización mundial del comercio, donde las frutas y hortalizas made in Valencia volverán a pagar el pato, al decir de los entendidos. Es una fatalidad histórica atenuada en esta ocasión por la mejor suerte que se le pronostica al viñedo. De seguir hablando y escribiendo acerca de estos asuntos es muy posible que los valencianos -y sobre todo el gremio político- acabemos enterándonos de que el llamado campo, tanto de regadío como de secano, no es "un tapiç de murta i de roses fines", que canta el himno, sino un vivero de problemas y de incógnitas con un futuro poco halagüeño si no se equipa para afrontar la competencia que se avecina. Recordemos de pasada que la explotación media europea ronda las 20 hectáreas, la norteamericana las 300 y las del tercer mundo producen con costes miserables. A esa y otras flaquezas -a las que secularmente ha sido insensible el gobierno central, de cualquier color- hay que añadir una fundamental: la escasez de agua. Somos un país al límite de la sed, o decididamente sediento en algunas comarcas, aflicción que asombrosamente se soslaya o se pospone a otras evanescencias espectaculares, como pueden ser los parques temáticos u otros gatuperios que no tienen el menor porvenir si no se resuelve previamente el déficit hídrico que obliga a ducharse con agua mineral, echar mano de los pozos salinizados o dejar las tierras en obligado barbecho. Ahora mismo, el sector industrial turístico de La Marina está acojonado por la sequía y la perspectiva de que se le vaya al garete el opulento verano que se anticipa. Hay una solución en ciernes -trasvase desde Rabassa al embalse de Amadoiro-, pero el Consejo de Ministros se llama a andana. Lo significativo no es esta indiferencia, ya secular, sino la obsecuencia del llamado poder valenciano, que al parecer se lo pasa a lo grande sintiéndose cogido por la entrepierna. ¡Que beban agua salobre, caray! Y no hablemos de la cuenca del Vinalopó y el Camp d"Elx. Sed de siglos. Hay, dicen, un proyecto para trasvasar 200 hectómetros cúbicos desde el Júcar, con 10.000 millones de inversión. Convendría que se ejecutase antes de que arrojase la toalla el último labrador. Mientras tanto únicamente queda el recurso de las rogativas y las exenciones tributarias, que a este paso pueden resultar tan inútiles unas como otras. Y tampoco es más complaciente el panorama en el norte del País Valenciano. En determinadas comarcas de Castellón se necesita agua y el remedio está en administrar mejor -con menos pérdidas- la que se tiene y comprar parte de la sobrante a los adjudicatarios del Ebro, que están dispuestos a vender, como buenos catalanes. Tan sólo 60 metros cúbicos año, de los 15.000 que le sobran a la citada cuenca. Fenicios unos y otros, la operación ya estaría hecha y las tierras regadas, pero tropieza con el impedimento del dichoso Plan Hidrológico Nacional que por lo visto elabora un clan de onanistas insaciables. ¡Qué coño sabrán ellos que nunca han pisado más verde que la Casa de Campo o el Retiro! Cochina indolencia y flagelante dependencia, en suma. Un país, la comunidad en acepción carca, no puede afrontar el milenio con ínfulas vanguardistas y con la boca seca, la boca y los pegujales. Pues bien está que entremos en la rebatiña de los fondos de cohesión o los fondos que fueren -que bien caros los hemos pagado los valencianos sacándole las castañas del fuego a terceros-, pero solventemos este problema que tanto nos concierne y del que apenas hablamos: el agua. ¿O habremos de esperar a que lo ordene Bruselas?

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