Advertencia
E. CERDÁN TATO No les permitas que te arrebaten la prerrogativa de tu nombre, ni que te esculpan un logotipo de ópalo en los parietales; no les consientas que te alejen de las sábanas por donde tu carne levanta toda la orografía del amor, ni que te interrumpan la lectura de unos versos de Manrique o de un adolescente realquilado en la litrona. No les toleres ni un ápice. Cuando lleguen los muñidores del voto, dales con la puerta en las narices y recuérdales quién eres: soy -diles- esa epidermis social, por la que se quitan y se ponen gobiernos. Tal vez la certera revelación los desinfle. Pero insistirán: por encima de la ley de leyes, asoman sus colmillos enfundados en oro y su agresividad de vendedores al borde del vacío. De esos muñidores, guárdate: te degluten y te expelen, en un poderoso eructo. Te desean apenas unas semanas; y en esas semanas, te conviertes en el centro de su universo: toman nota de tus sugerencias, te sonríen, te alaban, te ofrecen la gloria. Pero sabes o sospechas que todo es un juego, que tu currículo democrático sólo ocupa un mes de cada cuatrienio y que tu función se reduce a la mecánica de una introducción simbólicamente fálica: la de tu papeleta en la ranura de una urna. Después, apenas si cuentas más que para apuntarte al paro o al consumismo de masas. Ya no importan tu participación, ni tu crítica, ni tu protesta. Ahora, los más oscuros poderes le han cambiado la condición al ciudadano consciente, responsable e incómodo: no es más que un votante sumiso al que conducen cada dos o cuatro años al colegio electoral, después de haberle leído la cartilla. No te consueles con la épica de Prometeo. Aquel primer condenado político encadenado a una roca por enfrentarse a los dioses: no es tu imagen ni la de este tiempo. Si caes en sus zarpas, sólo puedes aspirar a que te encadenen a un lavaplatos, en una desmesurada superficie comercial. Por eso, no les toleres ni un ápice a los muñidores del voto. Te queda la conciencia y el conocimiento. Claro que tú sólo eliges a unos representantes incoloros y ávidos. Los dioses, presidentes de los consejos de administración y banqueros poderosos, nunca pasan por las urnas, sino por los paraísos fiscales. Aunque luego se alimenten con tu médula batida con vainilla y también con las de los infelices muñidores. Los dioses sí tienen un irónico carnívoro sentido de la igualdad.
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