Los intereses comerciales han primado sobre los del consumidor en el auge de la biotecnología
La información a los ciudadanos es la gran olvidada de un sector de extraordinaria pujanza
¿Qué daría la industria agroalimentaria por poder servir melones en su punto justo de maduración y sabor cualquier día del año y en cualquier lugar? ¿Y por disponer de tomates con textura interior de Ketchup? El interés de las grandes empresas agroalimentarias por los cultivos transgénicos, que consideran decisivos para el futuro del sector, es extraordinario. Y, en consecuencia, los intereses comerciales han jugado tan fuertemente en la llegada al mercado de los primeros productos transgénicos que el consumidor se siente desorientado, olvidado e incluso engañado.
El tomate al que se le inactiva un gen para retrasar su maduración fue uno de los primeros productos con futuro comercial fruto del boom de la biotecnología, aquel fenómeno estadounidense de los años ochenta basado en las nuevas posibilidades de manipulación genética. Entonces surgieron como setas las pequeñas empresas de capital riesgo que vendían sobre todo ideas. Menos de quince años después, el tomate se comercializa en el Reino Unido, aunque sólo como pasta o puré, y es un buen ejemplo de cómo madura y se estructura la biotecnología al apostar por ella las grandes multinacionales estadounidenses y cómo estas empresas deciden el desarrollo del sector al buscar la rentabilidad, dentro y fuera de sus fronteras, de sus años de fuertes inversiones.Al tomate le siguieron en aquellos años productos que parecían elegidos más por los intereses de la empresa que los del consumidor y que todavía hoy son discutidos, como los cereales modificados para hacerlos resistentes a herbicidas que fabrica la misma empresa. "Se trata de una combinación de intereses y conocimiento", matiza a este respecto Emilio Muñoz, experto en biotecnología. "Igual que se conocía la enzima de maduración del tomate y fue relativamente fácil inactivar el gen correspondiente, los genes de la resistencia son los que mejor se conocen".
Con estos cereales se utiliza menos herbicida, alega la empresa fabricante, pero también ésta gana mercado, ya que sólo se utiliza su herbicida. Estos cultivos han sido bien recibidos en los países donde se han establecido, como EEUU y Argentina, dicen las empresas, lo que prueba su potencial. Luego llegó una vuelta de tuerca que quizá sea un grave error táctico. Dado que los híbridos de cereales que se cultivan normalmente son estériles y los transgénicos no, ¿por qué no introducir un gen que los haga estériles, lo que obliga a los agricultores a comprar semillas todos los años? Este gen es llamado terminator.
Cuando las investigaciones estuvieron maduras, Estados Unidos tomó una decisión fundamental: los productos transgénicos son iguales a los demás y, por tanto, deben regularse por las normas aplicables a cada sector, sean de salud, cosmética o agroalimentación. Y como son iguales, no tienen por qué etiquetarse.
Recientemente han surgido dudas sobre el posible salto de genes hacia otras especies. "Creo que la biotecnología debe ser considerada caso por caso", opina Muñoz, "analizando los riesgos y ventajas de cada producto, como sucede cuando se va a construir un aeropuerto, que no se pone en duda la utilidad de los aeropuertos en general".
En Europa, donde el desarrollo ha sido mucho menor, la falta de regulación empezó a hacerse insostenible, y la Comisión Europea aprobó en 1990 dos directivas para estimular el desarrollo de la industria biotecnológica.
Esta regulación bastó para abrir el mercado comunitario, y por la vía rápida, de la soja y el maíz transgénicos de EEUU en 1996, mezclados con los normales y, por tanto, indetectables. A partir de ese momento, y mientras van llegando nuevos productos y cultivos, ha empezado un debate que va en aumento, aunque en España apenas ha prendido.
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