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El ministro de Ciencia de Blair, acusado de apoyo interesado a los transgénicos

Sainsbury tenía una empresa relacionada con este tipo de productos

Isabel Ferrer

El primer ministro británico, Tony Blair, se ha convertido en un gran defensor de la modificación genética de alimentos. Blair ha salido en defensa de su titular de Ciencia, David Sainsbury, acusado de apoyar de forma interesada los productos transgénicos, como dueño, hasta hace unos meses, de una firma poseedora de la patente de un gen indispensable para la obtención de cosechas transgénicas.

Blair reiteró ayer que consume habitualmente estos productos. Pero sus declaraciones, presentadas por sus asesores como una "opinión personal", no han logrado frenar las críticas contra su Gobierno por culpa de un tipo de alimentación que la mayoría de los ciudadanos prefiere evitar. "David Sainsbury ha cumplido al pie de la letra con sus obligaciones al desligarse de la empresa de biotecnología", afirmó Blair. Más de la mitad de los británicos teme los efectos a largo plazo de unas cosechas que el ministro del ramo sólo borró de su cuenta bancaria unos días después de haber tomado posesión de su cargo el pasado julio.Desvelada por el rotativo The Guardian, su estrecha relación con la obtención de productos transgénicos, tiene también un punto irónico. Miembro de una de las familias más poderosas del Reino Unido, Sainsbury debe su fortuna a la cadena familiar de supermercados que lleva su nombre, Sainsbury"s. En su defensa, el ministro aduce que no está presente cuando el gabinete aborda el futuro de estos alimentos o bien las licencias para investigar sobre cosechas reales. "De momento ha ocurrido una sola vez. Abandoné la sala para no incurrir en un conflicto de intereses, por otra parte absurdo. Ya me deshice a tiempo de mi participación en este sector", dijo ayer.

La ausencia del ministro

La oposición conservadora, no repuesta aún de la crisis nacional generada por la enfermedad de las vacas locas, no podía dejar pasar la oportunidad. En una tormentosa sesión, ayer en la Cámara de los Comunes, pidió la dimisión de Sainsbury y una moratoria de tres años para plantar semillas transgénicas, intervalo durante el cual, según el portavoz tory de Agricultura, Tim Yeo, deberían investigarse a fondo las repercusiones sanitarias y medioambientales de la manipulación genética alimentaria. "Pero desengañémonos, nada de todo ello podrá lograrse con un ministro que deja las reuniones donde cosas así son decididas", concluyó para deleite de su propio bando.

El debate parlamentario fue acompañado, desde el exterior, por una manifestación contra los transgénicos. Enfundados en impermeables blancos y apostados a la orilla de Támesis, miembros de 29 asociaciones ciudadanas pidieron que se paralice durante cinco años su venta.

Una enorme barra de hielo trufada de peces con cola de patata, ejemplo de la monstruosa comida Frankestein que según ellos se avecina, apoyaba su solicitud. La campaña así emprendida cuenta con el apoyo de grupos ecologistas de inspiración cristiana, así como de algunos comercios deseosos de no perder clientela.

Ninguno de los manifestantes pudo oír la respuesta del Gobierno, ofrecida a última hora en los Comunes por Jeff Rooker, secretario de Estado de Agricultura. "Nuestro principal interés es garantizar la seguridad del consumidor. Por eso disponemos de los mejores sistemas de control alimentario para asegurarnos de que estas cosechas no dañan la salud", dijo en el curso de una comparecencia que le sacó del anonimato como un político desconocido para el gran público. Su jefe, Tony Blair, lamentó el acoso a que se sometía al ministro Sainsbury, al visitar, pocas horas antes, unos hospitales locales.

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