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Si te lías...

"Si te lías... úsalo". Ése es el inocente mensaje que, con la presencia de dos iconos -hilos entrecruzados que simulan un lío y el profiláctico de marras-, ha lanzado, anatema en ristre, a descalificarlo en nombre de la familia, la infancia, la juventud, el buen gusto, etcétera.Todo el mundo tiene derecho a opinar, pero no a descalificar. Mas ésta es la actitud del arzobispado, y van... Ustedes recuerdan la que se organizó hace ya algunos años con aquello del "póntelo, pónselo". Seguimos en las mismas, y las que seguirán. No importa que el sida siga devastando personas, familias y continentes; no importa que el número de afectados siga siendo notable: a la santa institución lo que le importa es el pecado, especialmente el del amor. Ése la pone especialmente nerviosa. Que los muchachos y muchachas orillen las aguas del también santo matrimonio, no lo soportan y llamen, airados, híspidos y cabreados de furores verbales. Que haya ocho millones de pobres en España, eso lo conllevan porque "a los pobres siempre los tendréis entre vosotros"; que algunos señores maridos se carguen a sus legítimas porque se lo pide su condición de machos asesinos, no deja de ser una anécdota lamentable que no excita la santa ira de los prestes y arciprestes; tampoco parece excitarla el que algunos practiquen la usura públicamente. Aquí la clave sigue siendo la cama. Y la hipocresía.

En sus siglos de apoteosis, la Inquisición no mataba por sí propia a los adúlteros; esa tarea se la dejaba al marido ofendido. Bien ataditos los adúlteros, prestes había que imploraban piedad, teatral, hipócritamente: el marido no la concedía y se lanzaba al degüello de las dos víctimas ofensoras, de ella y del amante. Naturalmente, si la causa de la ofensa era el marido, todo solía quedar en pecadillo venial, en arrebato pasional del varón, que ya se sabe es especialmente activo en estas cuestiones, pero, atención, no es nunca el vaso sagrado de la perpetuación de la especie, altísima misión -cómo no- que corresponde a la mujer, y de ahí su superior culpabilidad en estas cuestiones. Así hablaba la teología.

Según el arzobispado, el anuncio es "zafio". Pero ¿de qué mundo estamos hablando? ¿Desconoce la jerarquía que los casos de sida se registran sobre todo en los estratos sociales más deprimidos y menos cultos? ¿No sabe que los mensajes han de ser simples y contundentes para ser eficaces? ¿Prefiere un entorno podrido y sufriente a un pecador sano? ¿A qué aspira el arzobispado: a que en vez de una maraña de hilos se ponga en el cartel una blanca azucena, símbolo del amor puro, o si no una dulce rosita de pitiminí? Es claro: quieren el enfermo, como quieren el niño desvalido y hambriento que su madre no pudo truncar. Lo que importa es el otro mundo; éste da igual. Al menos da igual el mundo de los pobres y de las criaturas marginales.

La Iglesia, insisto, tiene derecho a hablar, no a descalificar, y a los demás nos asiste el derecho a hacer caso omiso de tan torpes requerimientos, que van contra la misericordia, que es una de las virtudes milenariamente proclamadas por el catolicismo y, desde luego, vulneran la más elemental piedad, además de poner en solfa una de las funciones más legítimas del Estado, como es la de proteger la salud pública. La misericordia que la Iglesia no practica con la vida sexual de los ciudadanos nos lleva a ser elegantes con lo que sabemos sobre algunos comportamientos clericales a través de los tiempos, de los pasados y de los presentes. Pero lo que no podemos es tragarnos la mandarina de la infinita hipocresía que brilla con demasiada intensidad en todo este asunto.

Como dijo alguien, todos los opinantes son respetables, pero no lo son todas las opiniones. El titular del arzobispado de Madrid es muy respetable; su opinión sobre esta campaña no lo es, desde luego.

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